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jueves, 24 de enero de 2013

La Montaña del Alma



El solitario viento y las quimeras
      
                                                    
I de II
Antes de que los flemáticos académicos suecos le otorgaran el Premio Nobel de Literatura 2000, los lectores del español desconocían la obra del chino Gao Xingjian (Ganzhou, enero 4 de 1940), “novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor”, quien en 1987 abandonó China y quien por entonces llevaba más de doce años viviendo en París en calidad de refugiado político y por ende buena parte de sus libros han sido traducidos al francés, entre ellos Le somnanbule (1993), Premio de la Comunidad Francesa de Bélgica. Luego de recibir el Premio Nobel, Gao Xingjian fue nombrado, por el presidente de Francia, Caballero de la Orden de la Legión de Honor. Pero lo principal para él, además de los viajes y presentaciones en Estados Unidos y en países europeos, fue el hecho de que su voluminoso libro central: La Montaña del Alma, y otros de sus títulos, comenzaron a ser traducidos a distintos idiomas.
(Ediciones del Bronce, Barcelona, 2001)
La cubierta de La Montaña del Alma (Ediciones del Bronce, 2001) reproduce una pintura del propio Gao Xingjian, pues como es pintor, él suele ilustrar las portadas de sus libros. Según la editorial catalana, quien la terminó de imprimir “el 6 de marzo del 2001”, en Barcelona, La Montaña del Alma fue traducida al castellano por Liao Yanping y José Ramón Monreal; sin embargo, tal editorial no informa de qué lengua: si del francés o del chino, además de que tampoco registra el año de su primera edición.  
Gao Xingjian
Gao Xingjian, quien en China es un autor cuyos libros han sido prohibidos por el régimen dizque comunista, de un solo partido y antidemocrático, concluye La Montaña del Alma fechándola así: “Verano de 1982-Septiembre de 1989”/ “Pekín-París”. Y al parecer, la primera edición en francés data de 1990, según se colige a partir de lo que apunta Octavi Martí en la entrevista que le hizo a Gao Xingjian en un cafetín “vecino al Beabourg”, en París, publicada el 24 de marzo de 2001 en Babelia, suplemento del periódico español El País: “La Montaña del Alma tiene más de 650 páginas, una extensión que asustó a muchos editores franceses y que llevó al libro a aterrizar en el despacho de las Éditions de l’Aube. Entre 1990 y 2000 vendieron poco más de 10,000 ejemplares, pero ahora, en cuestión de tres meses, han vendido 160,000, y ese éxito se ha hecho extensivo a los otros títulos de Gao Xingjian. Los anglosajones, que también reclamaban del autor que aceptase mutilar su trabajo para dejarlo en no más de 400 páginas, se sienten ahora orgullos de publicarlo en su integridad.”
Octavi Martí dice que Gao Xingjian es “diplomado en francés por el Instituto de Lenguas Extranjeras de Pekín”. Esto hace pensar que el propio novelista pudo haberla traducido o escrito en francés. ¿Cómo saberlo? Parece cosa minúscula, pero no, pues según Gao Xingjian: “Cuando escribo, a menudo grabo el texto en un magnetófono y luego lo escucho a oscuras. Me preocupa la musicalidad, busco los efectos que nacen de la sonoridad de la lengua, de la repetición de ciertas palabras. Mis libros pueden leerse en voz alta. En realidad, si debiera definirme, diría que sólo soy un esteta.” Autodefinición que también enuncia el borroso “tú”, alter ego del autor y protagonista de La Montaña del Alma, donde dice: “A fin de cuentas, no soy más que un simple esteta” (página 531); “A fin de cuentas, yo no soy en verdad más que un esteta” (página 532). 
Pese a lo que argumenta Gao Xingjian, en castellano La Montaña del Alma, por sus modismos y vocabulario, parece la novela de un españolote que ha viajado por China, amén de que muchos elípticos detalles e intríngulis de la geografía, de la historia, de la idiosincrasia, de la cultura, del folclore, de las etnias, de los dialectos, de las viejas tradiciones y costumbres de ese país, se han perdido en la traducción al español o escapan a la colectiva memoria occidental; y aunque su escritura es aceptable, no tiene musicalidad. No es prosa poética y los versos de las coplas incluidas son prosa de bajadita; todo muy distante del célebre aforismo que cifró Pierre Paolo Pasolini: “La prosa es la poesía que la poesía no es”. Así como está traducida al castellano, La Montaña del Alma resulta muy simplona: una voluminosa novela, gruesa como un ladrillo, en la que caprichosa y arbitrariamente se ha metido un cúmulo de narraciones, divagaciones y textos fragmentarios: leyendas, mitos y cuentos de origen oral y no, canciones, melodramas y enredos sentimentaloides, aventuras sexuales, sueños, pesadillas, etcétera. De modo que podría aplicársele con rigor chino la sentencia dictada por el propio Gao Xingjian: “El exceso de palabras te lleva a no ver nada.”
Según Gao Xingjian: “En chino arcaico, el concepto ‘novela’ se refiere a lo que tiene poca importancia, a lo que existe al margen del poder. Una novela puede incluir poemas, notas de viaje, leyendas. La novela es el mundo de la libertad, en el que todo es posible, un universo que funciona sin ninguna relación con la moral, la educación o la ética. La novela es un juego del espíritu, como también puede serlo la filosofía. La diferencia entre novela y filosofía radica en que la primera es obra de la sensibilidad, surge de una mezcla de deseos, códigos y convenciones arbitrariamente construidas. Las únicas limitaciones que tiene la novela son las que se autoimpone el novelista y cuando este sistema creado por el autor se desvanece, aparece la vida. Es una oportunidad para ver cómo se gesta y crece esa vida que, claro, no tiene ninguna finalidad.”
Gao Xingjian
Tales conceptos (especie de declaración de principios) se ajustan a las características de La Montaña del Alma. “Tú” (quien a veces habla en primera persona), el protagonista y alter ego de Gao Xingjian, también es un célebre y renombrado escritor chino (que sabe de pintura) cuyos libros han sido censurados por el régimen comunista de los años 80 del siglo XX, grilletes que son fundamentales en el leitmotiv que lo ha hecho viajar durante meses por numerosos lugares de China, no pocos pequeñas aldeas y altas montañas en zonas de reserva natural. Por ejemplo, en la página 498 le dice de su travesía a un viejo amigo de la infancia: “Vagabundeo de aquí para allá para escapar de la censura. Me fui hace ya varios meses. Cuando la tempestad se haya calmado, intentaré volver. Si la situación degenera, buscaré un lugar para poner pies en polvorosa. De todos modos, no pienso dejar que me metan en un campo de reeducación por el trabajo como a un manso cordero, como a los viejos derechistas de los años cincuenta.” 




 II de II
Dado que al inicio de su largo periplo, “tú” busca “un lugar llamado Lingshan, la Montaña del Alma” y puesto que milagrosamente salió libre de un mortal cáncer en el pulmón (algo así como renacer debido a un enigmático designio metafísico), a veces parece que su recorrido es al unísono un viaje interior, de naturaleza espiritual, teológica y cosmogónica, y que quizá en el clímax ocurra una especie de beatitud, de comunión mística: “el encuentro de un alma humana con el alma de la divinidad, con el alma divina, de Dios” (diría Borges el agnóstico, el que veía la teología y los Libros Sagrados como formas de la literatura fantástica). Y puesto que en ciertos lugares por donde pasa busca oír (y compilar, según dice) los mitos, las leyendas, los cuentos y las canciones de tradición oral, y dado que Gao Xingjian pretende que su escritura sea “música de las palabras”, o sea poesía y prosa poética, quizá “tú” (el “simple esteta”), a imagen y diferencia de San Juan de la Cruz, podría escribir su propio Cantar de los cantares, es decir, sus propias amorosas y eróticas Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Sin embargo, a lo largo de los 81 capítulos de la voluminosa obra sus múltiples y fragmentarias historias, relatos, estancias, observaciones, encuentros y desencuentros, refrendan que su peregrinaje es ante todo terrestre y humano, y no espiritual ni religioso (su índole atea se enfatiza en los monasterios y templos budistas y taoístas que visita); e incluso, en las páginas 562-563 dibuja su obsesión por las montañas como un onírico círculo vicioso, un desahuciado y delirante padecimiento del que es imposible huir: 
“Continúas subiendo las montañas. Y cada vez que te acercas a la cima, extenuado, piensas que es la última vez. Alcanzado tu objetivo, cuando tu excitación se ha calmado un poco, te quedas insatisfecho. Cuanto más desaparece tu fatiga, más aumenta tu insatisfacción, contemplas la cadena de montañas que ondea hasta donde se pierde la vista y el deseo de ascender se apodera de nuevo de ti. Aquellas que has escalado no presentan ya ningún interés, pero estás convencido de que detrás de ellas se esconden otras curiosidades, cuya existencia todavía desconoces. Pero cuando llegas a la cima no descubres ninguna de estas maravillas, no encuentras más que el solitario viento.
  “Al hilo de los días, te adaptas a tu soledad, subir las montañas se ha vuelto una especie de enfermedad crónica. Sabes perfectamente que no encontrarás nada, no te sientes impulsado más que por tu obcecación y no cesas de trepar. En este proceso, por supuesto, tienes necesidad de algún consuelo y te meces en tus quimeras, te creas tus propias leyendas.”
Gao Xingjian
   A lo largo de su odisea, “tú” brinda esbozos y pinceladas de su pasado familiar y personal, e incluso en las páginas 517-518 hace una pintoresca y melancólica radiografía del síndrome solitario, vagabundo e individualista que lo caracteriza: 
   “Soy incapaz de hacerle la corte a una joven tan cándida, en realidad soy sin duda incapaz de amar verdaderamente a una mujer. El amor es demasiado pesado, quiero vivir con ligereza y alegría, sin tener que asumir responsabilidades. El matrimonio y todos los quebraderos de cabeza y rencores que lleva aparejados son demasiado agotadores. Me vuelvo cada vez más distante, nadie podrá provocar ya mi entusiasmo. Soy ya viejo, y sólo me motiva algo que se asemeja a la curiosidad, sin tratar no obstante de obtener un resultado que es perfectamente previsible y, de todos modos, demasiado pesado. Prefiero vagar de aquí para allá, sin dejar huella. En este inmenso mundo hay tanta gente, tantos destinos, no tengo ningún lugar donde echar raíces, hacer un pequeño nido para vivir tranquilamente, encontrar siempre los mismos vecinos, decirles las mismas cosas, buenos días, buenas tardes, y volver a enfrascarme en los mil banales enredos de la vida cotidiana. Antes incluso de comenzar, me siento ya asqueado. Lo sé, no puedo hacer feliz ya a nadie.” 
Gao Xingian
   A lo largo de su artilugio novelístico, “tú”, tal araña en su egocéntrica tela, traza, borrosa y fragmentariamente, a sus numerosos personajes y sus múltiples narraciones y demás, tales como las viñetas o las anécdotas de tipo fantástico, libresco, ecológico, etnográfico, arqueológico, político e histórico. Pero aún así el conjunto de las páginas de La Montaña del Alma formulan y pintan una visión crítica y deprimente sobre el hombre y la civilización afincada en China (cuasi síntesis de la geografía humana que infesta el solitario e infinitesimal globo terráqueo abandonado en la bóveda celeste), pues allí, desde hace milenios ha imperado la crueldad, la corrupción, los saqueos, las violentas destrucciones de pueblos enteros, el exterminio de la ancestral cultura y de los vestigios arqueológicos, la constante aniquilación de los ecosistemas y de las especies, los asesinatos múltiples y no, las injustas condenas y los autoritarios crímenes políticos (no sólo del periodo de la rapaz y obtusa Revolución Cultural y de la estrechez de miras del intolerante y corrompido régimen dizque comunista), la abundante pobreza de la mayoría y la descomunal riqueza de pocos, aunado todo a las vulgaridades, contradicciones y avatares que caracterizan a un individuo, ante sí mismo y frente a los otros. 
Así, en medio de tal multitudinario alud adquiere mayor significado el carácter infinitesimal y evanescente de “tú” (espejo del lector): “A fin de cuentas, en este mundo inmenso, no eres más que una gota de agua en el mar, débil y minúscula”, se dice en la página 426. 
Gao Xingjian
    En este sentido, resulta consecuente que con su mirada y reflexión nihilista y escéptica (que no obstante no implica una acérrima misantropía ni un mórbido y suicida anhelo de renunciar a ciertos placeres estéticos y sensitivos que implica la vida) escriba en las líneas finales de la obra con cierta pátina socrática: 
   “Las cosas suceden detrás de mí. Siempre hay un ojo extraño. Lo mejor es aparentar que se comprende.
“Aparentar que se comprende, pero de hecho no comprendo nada.
“En realidad, no comprendo nada, pura y simplemente nada.
“Así es.”  


Gao Xingjian, La Montaña del Alma. Traducción al español de Liao Yanping y José Ramón Monreal. Serie Francófonos del Bronce, Colección Étnicos del Bronce (19), Ediciones del Bronce. Barcelona, 2001. 656 pp.