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miércoles, 18 de enero de 2023

Las fiestas de Frida y Diego

Me he de comer esa tuna
                               
I de III
De 1994 data la primera edición de Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas (tal año también se imprimió en inglés). Y de 2007 es la presente edición de Editorial Patria impresa en Japón. Con portada de Carlos Aguirre y diseño de Julio Vega, se trata de un vistoso libro con sobrecubiertas y pastas duras e iconografía a color y en blanco y negro (casi toda reproducida en términos aceptables), donde destaca el anecdotario memorioso y gastronómico de Guadalupe Rivera Marín (México, octubre 23 de 1924-enero 15 de 2023) —hija de Lupe Marín (1895-1983) y del pintor Diego Rivera (1886-1957)—, lo cual condimenta y sazona el carozo de la mazorca: “más de 100 recetas de la comida tradicional [auténticos delirios para el paladar y la gula] que a Diego le gustaba y que a Frida [dizque] le encantaba preparar”, “adaptadas por Laura B. de Caraza Campos”. Todo ello ilustrado con el montaje escenográfico de numerosas exquisiteces culinarias dirigido por Marie-Pierre Colle Corcuera, cuyos detalles fueron puestos en página a través de las imágenes en color de Ignacio Urquiza, fotógrafo de publicidad.
(Editorial Patria, 3ª ed., Japón, 2007)
  Para no desentonar con la tradición y el folclor, no faltan los prietitos en la sopa de letras e imágenes; por ejemplo, en la página 137 se reproduce a color el cuadro de Frida: Naturaleza muerta con pitahayas (óleo sobre lámina, 1938) —según dice Martha Zamora en la página 301 de su edición de autor del volumen Frida, el pincel de la angustia (México, 1987), “Se desconoce su paradero”—, pero lo que debería estar a la derecha está en la izquierda y viceversa. Y en la página 218 la reproducción en color de Naturaleza viva (óleo sobre masonite, 1952) está mutilada en la parte inferior. Y en la página 46 se dice que se ven “Peras con anís”, pero lo que se aprecia en la foto a color son tunas verdes y no blancas, como deberían ser, según se indica en la receta correspondiente: “Tunas blancas al anís”. 

Naturaleza muerta con pitahayas (1938),
óleo sobre lámina de Frida Kahlo.

Así se reproduce en la página 137 de Las fiestas de Frida y Diego,
pero lo que debería estar a a la derecha está en la izquierda y viceversa.
       
Naturaleza viva (1952),
óleo sobre masonite de Frida Kahlo.

Así se reproduce en la página 218 de Las fiestas de Frida y Diego,
con la parte inferior mutilada.
     
Dizque “Peras con anís (pues son tunas verdes),
imagen correspondiente a la receta “Tunas blancas al anís
que se lee en Las fiestas de Frida y Diego (2007).
Foto: Ignacio Urquiza
      Otros pies de foto resultan sospechosos; por ejemplo, bajo la imagen a color y actual de una vendedora de flores con mandil y pelo cano (pero no viejita ni muy viejecita) se dice que es “La marchante, vendedora de flores del mercado de Coyoacán que le vendía a Frida sus flores favoritas”. ¿Será? ¿Habrá vivido tanto tan conservada? La misma duda surge cuando se leen otros pies de fotos a color: la rústica mesa con la “Comida en casa de don Tomás Teutli y su esposa, doña Rosa, en Teotihuacan”, a donde la narradora dice que fue y comió con Frida en marzo de 1943 durante una salida furtiva de la Casa Azul.

En el ámbito del recelo, llaman mucho la atención dos pies: “Un rincón de la azotea de Tina Modotti con el tequila y los limones listos para servirse”; y “La mesa del banquete de bodas de Diego y Frida, recreado para la fotografía en la azotea de Tina Modotti”. 
Frida Kahlo y Diego Rivera el día de su boda
Agosto 21 de 1929
Foto de estudio atribuida a Víctor Reyes
  Tal matrimonio se efectuó el 21 de agosto de 1929 en el registro civil de la Villa de Coyoacán, a unos pasos de la Casa Azul. Desde fines de 1926, Tina vivía hasta el centro de la Ciudad de México, en el quinto piso del Edificio Zamora (la Torre de Pisa) ubicado en la esquina de Atenas y Abraham González 31, departamento que por alrededor de tres meses compartió con el líder cubano Julio Antonio Mella, precisamente hasta que pasadas las 10:40 de la noche del 10 de enero de 1929 fue balaceado en Abraham González, al parecer, por órdenes de Gerardo Machado, el dictador de Cuba (en septiembre de 1928, en el puerto de Veracruz, Mella —cuyo nombre real era Nicanor MacPartland— intentó organizar una guerrilla para derrocar tal dictadura y en La Habana recién se le difamaba de haber “profanado la bandera cubana durante un acto en la ciudad de México” ocurrido el 15 de diciembre de 1928); comenzó entonces un embarazoso y difícil proceso judicial y político contra Tina, que además de suscitar el registro y el saqueo de su hábitat por policías sin escrúpulos (se llevaron papeles, fotos y cartas íntimas), fue ensuciado con difamaciones en la prensa derechista, con encono en el Excélsior. Al término fue absuelta de participar en el crimen. Pero a escasos siete meses del asesinato de Mella y luego de tal embrollo judicial que incidía en su temor de que la expulsaran del país aplicándole el artículo 33 de la Constitución (lo que finalmente ocurrió casi un mes después de que el 5 febrero de 1930 se sucediera el fallido atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio, precisamente el día que asumió el cargo y se le involucrara el día 7), ¿por qué se efectuó allí tal juerga? ¿Acaso porque el Edificio Zamora era “refugio de escritores, artistas y radicales bohemios”? Pues si en el departamento de Tina confluían comunistas (entre ellos miembros extranjeros del Comité Central del estalinista PCM), exiliados latinoamericanos y algunos otros que celebraban francachelas (como los condiscípulos de Julio Antonio Mella en la facultad de derecho de la Universidad Nacional), por la época de la boda de Diego y Frida, ante la efervescencia social en medio de la Guerra Cristera y del Maximato y de la inminencia de las elecciones presidenciales tras el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928 en el restaurante La Bombilla en San Ángel, además de que habían ocurrido asesinatos de comunistas y una redada en el PCM y la clausura del periódico El Machete el pasado 6 de junio, el gobierno de Emilio Portes Gil —presidente interino entre el 1 de diciembre de 1928 y el 5 de febrero de 1930— amenazaba “con deportar a los todos los comunistas extranjeros”.

Campesinos leyendo El Machete (México, 1929)
Foto: Tina Modotti
Margaret Hooks, en Tina Modotti: fotógrafa y revolucionaria (Plaza & Janés, 1998), dice que el “modesto departamento” de Tina tenía “tres habitaciones con pisos de madera y techos altos”, cuyo “cuarto de servicio” en la azotea convirtió “en un sencillo estudio que dominaba la maravillosa vista de los volcanes”; y que entre sus vecinos figuraron o figuraban las hermanas Campobello (Nellie y Gloria); Bruno Traven (¿con tal identidad?), autor de El tesoro de la Sierra Madre (1927); y dos cercanos amigos de Tina: Frances Toor (la Paca), directora de la revista bilingüe Mexican Folkways, cuyo departamento también estaba en el quinto piso y las oficinas de la publicación en la planta baja, donde Diego, Mella y Tina colaboraban y donde ésta, hacia principios de 1927, ya fungía como “editora auxiliar” (según Margaret, la aventura erótica entre Diego y Tina data de la primera mitad de 1927, cuando ella fotografiaba los murales de la SEP); y Carleton Beals, célebre periodista de la época y corresponsal de The Nation, quien en 1925 tuvo un breve amorío con Mercedes, la hermana mayor de Tina, y quien además fue testigo de los últimos minutos de Mella en el quirófano de la Cruz Roja.  

Las camaradas Tina Modotti y Frida Kahlo
(México, 1928)
  Según Margaret Hooks, “Tina les prestó el estudio que tenía en la azotea para llevar a cabo la fiesta” de la boda; y que se dice que Rivera sacó la pistola para darle “al fonógrafo y desistió sólo cuando Tina le dijo que se lo había prestado un amigo”. Y entre las pintorescas anécdotas, Margaret afirma que desde fines de 1927 Tina tenía carnet del PCM y que fue ella —y no el pintor— quien hacia 1928 introdujo a Frida a tal militancia; que fue en su departamento donde en alguna borrachera Frida y Diego se conocieron (él sacó la pistola y perforó una foto); que Tina alentó a Frida “a vestir de manera más sobria, como era ‘propio’ de una comunista”: con “falda y blusa sencillas, un estilo que era el sello particular de Tina”; más o menos a imagen y semejanza a como Diego las pintó (“testimonio de su amistad”), en 1928, repartiendo municiones y armas a los milicianos en el panel En el arsenal —ubicado en el tercer piso de los murales de la SEP (contando la planta baja), y que es la escena que inicia el Corrido de la Revolución Proletaria—, donde también se ven los rostros de otros comunistas: David Alfaro Siqueiros, Julio Antonio Mella y Vittorio Vidali, y donde el broche que lleva Frida en la camisola, con la hoz y el martillo, fue “un obsequio de Tina”; vestimenta muy parecida a la que Frida, con 21 años de edad, llevaba puesta cuando Tina Modotti la fotografió en una imagen que se muestra en la página 187 del susodicho libro de Margaret Hooks, cuyo pie reza: “Diego Rivera y Frida Kahlo con miembros del Sindicato de Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios durante la manifestación del Primero de Mayo, 1929.” 

Detalle del panel En el arsenal (1928),  fresco de Diego Rivera,
primera escena del Corrido de la Revolución Proletaria,
ubicado en el tercer piso de la Secretaría de Educación Pública.
   
Diego Rivera y Frida Kahlo con miembros del Sindicato de Pintores, Escultores y
Grabadores Revolucionarios durante la manifestación del primero de mayo de 1929

Foto: Tina Modotti
       Hayden Herrera, en la página 93 de Frida: una biografía de Frida Kahlo (Diana, 9ª ed., marzo de 1991), dice que “Andrés Henestrosa recuerda que la fiesta se llevó a cabo en la azotea de la casa de Tina Modotti. ‘Había prendas de ropa interior tendidas en la azotea para que se secaran. Daban buen ambiente para una boda’.” Tal cachonda y odorífica aseveración (quizá imaginaria y onanista) remite a la belleza natural de Tina, a su leyenda de femme fatal y libertina devoradora de hombres, y desde luego a la serie de retratos de su rostro y de desnudos en la azotea que le hizo Edward Weston, sin olvidar los desnudos alegóricos (La tierra dormida y Germinación) en los murales que Diego Rivera pintó al fresco, en 1926, en la ex Hacienda de Chapingo.

Tina Modotti en la azotea (Ciudad de México, 1924)
Foto: Edward Weston
  Pero Hayden también anota que Frida dijo que la bacanal del bodorrio se efectuó en otro lado: “Ese día nos hicieron una fiesta en la casa de Roberto Montenegro. Diego se puso una borrachera tan espantosa con tequila que sacó la pistola y rompió el dedo meñique de un hombre, además de otras cosas. Luego nos peleamos. Salí llorando y me fui a mi casa. Pasaron unos días hasta que Diego fue a recogerme y me llevó a la casa ubicada en el número 104 de Reforma.”

Frida Kahlo y Diego Rivera
(San Ángel, 1941)
Foto: Nickolas Muray
Dice Margaret Hooks que en junio de 1929 en el PCM “comenzaron las purgas de ‘derechistas’ acusados de extrema cercanía con el gobierno ‘burgués’ y de trotskistas”, y que en tal entorno donde sobresalían los comunistas extranjeros (Vittorio Vidali, Joseph Freeman), Diego ya estaba en la mira, pues era conocida su simpatía hacia Trotsky.

Entre las páginas 191 y 196 de Tina Modotti. Una mujer sin país. Las cartas a Edward Weston y otros papeles personales (Cal y Arena, 2ª ed., 2001), Antonio Saborit tradujo del inglés una carta de ella a Weston, en cuya postdata del 18 de septiembre de 1929 hay un pasaje donde brevemente alude la recién boda de Diego y Frida, y el meollo de su acérrima postura y disciplina estalinista y por ende de su distancia del pintor, quien, dice, acababa de ser expulsado del Partido Comunista Mexicano:
Tina Modotti y Edward Weston celebrando su “aniversario
México, 1924

Foto de estudio de autor anónimo
“[...] ¿No te había dicho que Diego se casó? Eso iba a hacer. Una muchacha encantadora de diecinueve años, de padre alemán y madre mexicana; pintora. ¡A VER QUÉ SALE! Su nueva dirección es: Paseo de la Reforma 104.

“Pero la noticia más sorprendente sobre D[iego] es otra, que mañana llegará a todos los rincones del mundo, sin duda tú te vas a enterar antes de que esta carta llegue: Diego fue expulsado del partido. La decisión se tomó apenas anoche. Razones: que los numerosos trabajos que aceptó últimamente del gobierno —decorar el Palacio Nacional, la Dirección de Bellas Artes, decorar la nueva Secretaría de Salubridad— son incompatibles con un militante activo del p[artido]. No obstante el p[artido] no le pedía que dejara su puesto, lo único que le pidieron fue que se manifestara públicamente diciendo que asumir estos trabajos no le impedía luchar en contra del actual gobierno reaccionario. Toda la actitud de él últimamente ha sido muy pasiva en lo relacionado con el p[artido] y no quiso firmar la declaración, por lo que lo expulsaron. No queda otra alternativa. Te das cuenta que este asunto tiene muchos flancos, todos sabemos que él es mucho mejor pintor que miembro del p[artido] por lo que el p[artido] no le pedía que abandonara la pintura, no, lo único que le pidieron que hiciera era una declaración y hasta ahí. Todos sabemos que el gob. le confió todos estos trabajos precisamente para sobornarlo y para poder decir: ¡Los rojos dicen que somos reaccionarios, pero vean, permitimos que Diego Rivera pinte todos los martillos y las hoces que quiera en los edificios públicos! ¿Ves la ambigüedad de su postura?
“Yo creo que su salida del partido le hará más daño a él que al p[artido]. Se le considerará, y eso es lo que es, un traidor. No tengo que agregar que yo también lo veré como tal, y a partir de ahora toda mi relación con él se limitará a nuestras transacciones fotográficas. Por lo tanto te agradeceré que trates directamente con él lo relacionado con su trabajo.
Hasta luego querido”.


II de III
Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas (2007)
Contraportada

En las Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas abundan las fotos de la recreación de ciertas bebidas y platillos de la cocina tradicional de México y de ciertos ingredientes y recipientes de la artesanía mexicana, como pueden ser la “Cazuela con mole poblano y los ingredientes para su preparación en la cocina de la Casa Azul”; “La tradicional capirotada servida en un platón poblano de vidrio prensado”; las “Guayabas en sancocho servidas en un platón de Tzintzuntzan pintado a mano”; la “Sopa de ostiones servida en un plato de barro de Michoacán; el vaso pintado a mano es poblano”; las “Chalupas verdes y rojas en un plato oaxaqueño”; el “Atole de fresa servido en loza pintada a mano de Guanajuato”; las “Enchiladas tapatías en un platón oaxaqueño; el collar de plata es de Yalalag”; la “Sopa de flor de calabaza servida en una sopera poblana”; el “Consomé de gallina con sus guarniciones”; la “Sopa seca de fideos con rodajas de aguacate”; las “Lenguas de gato y rompope en una jarra de Guadalajara”; los “Merenguitos servidos en una dulcera de Michoacán”; el “Pan de muerto y calaveras para las fiestas de noviembre”, en cuyas etiquetas se leen los nombres de “Diego” (la más grande), “Frida” (la mediana), y “Piquitos” y “Ruth” (las más pequeñas); esto último es así porque a Guadalupe Rivera Marín le decían de cariño Pico o Piquitos, mientras que a Ruth, su hermana menor, le decían Chapo, por prieta linda, es decir, por dizque ser más negra que el chapopote. 
Diego Rivera con su hija Guadalupe Rivera Marín (c. 1927)
  Pero también en el volumen hay imágenes de vistas de interiores y exteriores, de objetos y de otros montajes escenográficos, como la imagen a color de la “Naturaleza muerta con maíz, inspirada en un cuadro de Frida”; la “Naturaleza muerta con bandera mexicana inspirada en un cuadro” de la misma artista; el “Rebozo tricolor anudado para celebrar las fiestas patrias”; “El comedor de la casa colonial de Antonio y Francesca Saldívar, en el que se recreó la decoración de Frida para las fiestas patrias”; “La mesa puesta [en una trajinera] para almorzar en los canales” de Xochimilco; las “Trajineras en los canales de Xochimilco y marchantes en sus chalupas”; “La pirámide del Sol en Teotihuacan”; “El Anahuacalli, el estudio que Diego mandó construir con piedra volcánica en San Pablo Tepetlapa”; una “Santa Cruz [que] protege a los albañiles durante la construcción”; los “Arcos de entrada al zócalo [más bien al parque] de Coyoacán donde Frida paseaba en las mañanas”; “Una canasta con el almuerzo, como las que Frida le preparaba a Diego cuanto éste estaba pintando los murales, en el patio de la Casa Azul”; los “Camarones en escabeche en el comedor de la Casa Azul”; los “Jarritos de Michoacán con el delicioso caldo de camarón”; la “Preparación de las tortillas en la cocina de la Casa Azul”; “La mesa puesta en honor de Frida, para celebrar su cumpleaños, con un mantel de plástico de vivos colores, del tipo que ella adoraba”; una “vista del patio [...] desde el comedor de la Casa Azul”, en cuya mesa hay “Mouse de mamey”; “Una calavera con el nombre de Frida”; el “Altar de muertos en honor de Frida en el Museo estudio de Diego Rivera” (en San Ángel Inn); la “Pieza central [un foto de la pintora] del altar de muertos dedicado a” ella; “Los pinceles de Frida [que] aún cuelgan del trastero en su estudio de la Casa Azul”; “Un rincón de la cocina [de ésta], decorada con azulejos poblanos y amarillos. [Donde] El nombre de Frida está formado con ollitas de barro”; el “Detalle de uno de los vestidos de tehuana de Frida”; el “Álbum de fotografías de Frida que se exhibe en el Museo Frida Kahlo”; “Una hoja de la libreta donde Frida apuntaba las pinturas que vendía”; un “Guardapelo con un retrato de Frida”; un “Detalle de la decoración del comedor en la Casa Azul”; los “Gaznates y mostachos sobre la mesa [repleta y rodeada de objetos], en un rincón del estudio de Diego, en la Casa Azul, que se construyó para Frida”; unos “Niños [de yeso policromado] vestidos para la fiesta de La Candelaria en el mercado de Coyoacán”; una perspectiva de “El patio de la Casa Azul”; la “Alacena de madera pintada a mano en el comedor. La mesa también está pintada de amarillo, que era el color favorito de Frida para la decoración de la Casa Azul”. Tal color: “el profundo azul cobalto” 
—dice Guadalupe Rivera Marín— era “considerado protector contra los espíritus malignos acompañado del rojo y el verde”.
Autorretrato con marco  o Frame (c. 1939),
óleo sobre aluminio con cristal sobrepuesto, de Frida Kahlo
Autorretrato con chango y loro (1942),
óleo sobre masonite de Frida Kahlo
       
Naturaleza muerta (1942),
óleo sobre lámina de Frida Kahlo
     
La novia que se espanta de ver la vida abierta (1943),
óleo sobre tela de Frida Kahlo
        Además del citado óleo sobre lámina: Naturaleza muerta con pitahayas (1938), hay reproducciones a color de otras pinturas de Frida, que están allí porque la narradora, en su mayoría, las alude en sus anécdotas: Autorretrato con marco o Frame (óleo sobre aluminio con cristal sobrepuesto, c. 1938) —que es el cuadro (“con marco integrado y dos pájaros”) que le compró el Louvre cuando en 1939 participó en Mexique, en la Galería Renou & Colle de París, la exposición colectiva y antológica inicialmente pergeñada por André Breton durante su viaje al país mexicano (entre abril 18 y agosto 1 de 1938)—; Autorretrato con chango y loro (óleo sobre masonite, 1942); Naturaleza muerta (tondo, óleo sobre lámina, 1942) —hecha por encargo para la esposa del general Manuel Ávila Camacho, pero luego rechazada por ella debido a que le pareció obscena—; La novia que se espanta al ver la vida abierta (óleo sobre tela, 1943) y el susodicho Naturaleza viva (óleo sobre masonite, 1952).

Diego y Frida en el comedor de la Casa Azul (1941)
Foto: Emmy Lou Packard
Frida en el portón de la iglesia de Coyoacán (1937)
Foto: Fritz Henle
Por si fueran pocas las delicias y los canapés, en el disperso tentempié visual se observan conocidos retratos fotográficos; por ejemplo: la imagen de la joven Frida que Guillermo Kahlo, su padre, le tomó y fechó el 16 de octubre de 1932 (Matilde Calderón, su madre, había fallecido el pasado 15 de septiembre); la foto que Emmy Lou Packard, en 1941, les tomó a Diego y a Frida en el comedor de la Casa Azul; Frida en el jardín de ésta, foto sin fecha de Guillermo Zamora, de quien también se ve otra donde está con Diego, al pie del estudio de ella en la Casa Azul; Frida en el mismo ámbito del jardín, pero en otro punto y bajo una perspectiva más amplia, donde se le ve con uno de sus perros xoloescuincles (o itzcuintlis) y que es una imagen de una serie que allí le hizo Gisèle Freund en 1951; una de las llevadas y traídas fotos de estudio que documentan la boda de Frida y Diego, atribuidas a Víctor Reyes; una de las imágenes que Fritz Henle le hizo, en 1937, al pie del regio portón de madera de la iglesia de Coyoacán, donde con su rebozo en la cabeza semeja una hermosa devota saliendo de misa; Diego y Frida besándose en un andamio frente a los murales en proceso de él en Detroit (por ende es 1932), la cual, según se dice vagamente en los “créditos”, fue “tomada por el fotógrafo de [la] Ford Motor Company para el Instituto de Arte de Detroit”; y, entre otras imágenes, figura uno de los espléndidos retratos donde Frida Kahlo posa con un sencillo rebozo de campesina mexicana, grandes aretes de reminiscencias aztecas y un collar de gruesas piedras (quizá de jade), que Imogen Cunningham le tomó en San Francisco en 1930. 

Frida Kahlo en San Francisco (1930)
Foto: Imogen Cunningham

III de III
La voz que articula y le da sentido a Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas es la voz de Guadalupe Rivera Marín, quien en 2006 condujo y cocinó en una serie de trece programas televisivos del Canal 22 (canal del CONACULTA): La cocina de Diego y Frida. El sabor de un mundo, mientras charlaba con un singular invitado no menos parlanchín: Gilberto Aceves Navarro, Ofelia Medina, José Luis Cuevas, Gerardo Estrada, etcétera. Es decir, luego de un par de anecdotarios preliminares de Guadalupe Rivera Marín: “Una historia de familia” y “La vida al lado de Frida”, siguen los siguientes doce capítulos, donde en cada uno, amén de algunas vivencias personales salpimentadas con detalles culinarios, memoriosos y costumbristas, bosqueja un banquete o un festín ocurrido en cada mes del año (varias veces relativo a una arraigada celebración tradicional de la cultura mexicana), cada uno complementado por su menú y sus correspondientes recetas y los modos de hacerse y servirse, pues según dice y lo puntualiza a lo largo del libro, entre 1942 y 1943 ella vivió más de un año en la Casa Azul de Coyoacán, y por ende Frida es el epicentro de sus evocaciones y de las recetas: “Agosto: La fiesta de bodas de Frida y Diego”, “Septiembre: Las fiestas patrias”, “Octubre: Mi fiesta de cumpleaños”, “Noviembre: Días de Todos los Santos y de Fieles Difuntos”, “Diciembre: Las posadas y el fin de año”, “Enero: La Rosca de Reyes”, “Febrero: Un bautizo, el día de La Candelaria”, “Marzo: Teotihuacan, donde viven el Sol y la Luna”, “Abril: Xochimilco: un paseo en trajinera”, “Mayo: La fiesta de la Santa Cruz”, “Junio: La comida de manteles largos” y “Julio: El cumpleaños de Frida”.
Diego mordiendo un taco de albañil
Diego con su hija Ruth a punto de romper el hueso de la buena suerte
tras devorar una pechuga de guajolote en mole poblano (México, 1955)
Foto: Héctor García
   A ojo de buen cubero, lo más certero entre lo certero son las recetas, pues las reminiscencias y los datos que bosqueja Guadalupe Rivera Marín no están exentos de leyendas, omisiones y errores. 

Diego Rivera y su hija Guadalupe Rivera Marín
  Se dice que el muralista era un gran fabulador. Y esto también se alude casi al inicio de Encuentros con Diego Rivera (Siglo XXI, 1993), volumen polifónico, misceláneo e iconográfico —no exento de yerros y contradicciones— coordinado por ella y su erudito sobrino Juan Rafael Coronel Rivera: “Mi padre lo inventaba todo, todos los días, afirma su propia hija Guadalupe Rivera Marín [...] con una mezcla de asombro y de admiración, que además define el descomunal espíritu creativo que animaba al artista.” Pues de tal palo, tal astilla, dado que ella no canta mal las rancheras (incluidas las que cantaba Frida a todo tequila y gaznate pelado con Concha Michel e Isabel Villaseñor, la estrella de Maguey, capítulo de ¡Que viva México!, el filme cuyo rodaje y edición Serguei Eisenstein no concluyó), que es artista de la cocina y de la palabra. Por ejemplo, en Las fiestas de Frida y Diego afirma que cuando Rivera pintaba La Creación (1922-1923) en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, “José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo iniciaban otros murales en el claustro del ex colegio jesuita; los estudiantes —entre ellos Frida— agredían de palabra y obra no sólo a Diego sino a los demás pintores, cuyas obras y motivos no les convencían y querían destruirlos a como diera lugar.”

 
Credencial escolar de Frida Kahlo (1922)
       
Frida y los Cachuchas
      Quizá la adolescente Frida y sus compinches los Cachuchas (entre ellos su novio Alejandro Gómez Arias, futuro líder estudiantil que pugnaría por la autonomía universitaria) estaban entre tales lenguaraces y rijosos (ella estudió allí entre inicios de 1922 y el 17 de septiembre de 1925, día del fatídico accidente), pero Rufino Tamayo no pintó ningún mural en San Ildefonso y el primero que hizo, El canto y la música, data de 1933 y lo plasmó en el entonces Conservatorio Nacional de Música, ubicado muy cerca de allí, en la calle Moneda del actual Centro Histórico de la Ciudad de México.

Guadalupe Rivera Marín
  Según Lupe Rivera Marín (quien estudiaba derecho y era novia del futuro presidente Luis Echeverría), el padre de Frida departió con ellas (y otros comensales e invitados) la rosca de reyes de enero de 1943, pero Guillermo Kahlo había fallecido el 14 de abril de 1941. Por ende también yerra cuando narra que semanas después, antes del día de La Candelaria (2 de febrero), durante una visita a las librerías de viejo “ocurrió algo muy curioso; en una de ellas encontramos el álbum formado con las fotografías tomadas por el padre de Frida, Guillermo Kahlo, en 1910, con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia. Fue una grata sorpresa, pues las fotos estaban en perfectas condiciones y permitían apreciar la congruencia que existía en aquella época entre la arquitectura y el paisaje, en tanto el centro de la ciudad, con sus monumentos y edificios señoriales, parecía formar parte —en menor escala— de cualquier país europeo. El álbum fue un gran obsequio para el ilustre fotógrafo.”

Guillermo Kahlo (1872-1941)
Autorretrato
  Dice la narradora que su abuela materna, Isabel Preciado, le regaló dos tomos decimonónicos titulados Recetas clásicas para las señoras de la casa, que “las damas tapatías de su época” utilizaban para cocinar; y que Frida le mostró en la Casa Azul, y tiempo después también le regaló, el Nuevo cocinero mejicano; libro que, según dice, había sido de doña Matilde, la madre de la pintora (cosa curiosa, pues Matilde Calderón y González, si bien era iletrada cuando el 21 de febrero de 1898 se casó con Guillermo Kahlo Kaufmann, luego aprendió a leer y a escribir con dificultades), del cual en la página 15 se observan las pequeñas reproducciones en color de dos páginas, donde se lee que fue impreso en París, en 1888, por la Librería de Chevalier Bouret; y que en la Ciudad Luz tenía una dirección: “Rue Visconti, 23”; y en la Ciudad de los Palacios otra: “Cinco de Mayo, 14”.

Isabel Preciado y Francisco Marín
(Guadalajara, 1924)
Foto: Edward Weston
       
Matilde Calderón y González
(1876-1932)
     
Nuevo cocinero mejicano (1888)
     
Nuevo cocinero mexicano (1888)
   
La otra fiesta:
doña Matilde, mamá de Frida, dándole de comer a los perros de la Casa Azul

(junio 30 de 1932)
          Con la misma sazón de la leyenda —aroma y sabor que impregna cada amena y deliciosa página (incluidas las recetas)— la narradora dice que su madre Lupe Marín (quien otrora le preparó a Diego “una sopa de ídolos para vengarse de su indiferencia con el mantenimiento de su casa y de sus hijas”) enseñó a cocinar a Frida, lección que por igual se puntualiza en el susodicho volumen Encuentros con Diego Rivera; por ejemplo, en un rótulo que figura al pie de una pequeña reproducción de un cuadro de la artista: “Lupe Marín enseñó a Frida a preparar la comida favorita de Rivera. En agradecimiento, Frida pintó para ella este retrato en 1929”. También narra que hubo ocasiones en que cocinaron juntas; por ejemplo, en la casa de Tampico 8, cerca de Chapultepec, que hacia 1930 compartieron con Diego y Frida, quienes ocuparon la planta baja, en tanto que en el tercer piso se instalaron las niñas Pico y Chapo, el poeta Jorge Cuesta y Lupe Marín, quien el 13 de marzo de tal año parió al bebé Lucio Antonio Cuesta Marín, el único hijo que tuvo con el más triste de los alquimistas, mas no cuenta una palabra de esto ni del grave deterioro psíquico que la fémina sufrió después del nacimiento; pero sí dice que Lupe Marín cocinó para la comilona de las bodas de Diego y Frida (aunque también afirma que hubo botanas y platillos preparados por las cocineras de un mercado), quesque celebrada en la azotea del edificio de la calle Abraham González donde Tina Modotti vivía en el quinto piso, quien para ello hizo arreglitos “con los vivos colores de cientos de banderitas y hojas de papel picado, donde pendían del pico de tiernas palomas mensajes de amor.”

     
Lupe Marín y su hija Guadalupe Rivera Marín
      
         Guadalupe Rivera Marín, además, cuenta que se armó una bronca de película o de consabido churro hollywoodense y atolito con el dedo (para turistas, dieguistas, tinistas y fridomaníacos de hueso colorado): 
“La azotea de la casa de Tina, adornada profusamente con papel picado y serpentinas, se convirtió en un sitio alegre, lleno de color y sabor pueblerino. La concurrencia, acompañada por la música que un conjunto de mariachis tocaba sin cesar, esperaba la llegada de los novios entre tragos de tequila y mordidas de chicharrón con aguacate. El drama empezó en el preciso momento en que Lupe no pudo reprimir los celos y la emoción triunfó sobre sus buenas maneras; airada retó a Frida haciéndole notar sus defectos físicos:
“—Tú —le dijo a Frida— tienes las piernas flacas; yo, en cambio, mira qué piernas tengo.
“En seguida alzó las faldas de la novia y mostró a la concurrencia el defecto de Frida, consecuencia del ataque de poliomielitis ocurrido en su niñez.
“Frida respondió al agravio dando un buen empujón a Lupe, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo. Diego las separó para evitar que corriera sangre.”
Pareja no identificada, Lupe Marín y Frida Kahlo con el rostro autorrecortado
Hotel Barbizon Plaza, Nueva York, 1933
Foto: Lucienne Bloch
  Hilarante anécdota que remite a otra no menos legendaria, risible y peliculesca donde también dizque estuvieron a punto de agarrarse del chongo y desgreñarse a patadas, rasguños y mordiscos, y que según Guadalupe Rivera Marín ocurrió en 1925, pero al parecer se equivoca de año, pues el fatal accidente en el camión que destrozó a la muchachita Frida sucedió el 17 de septiembre de 1925 y fue durante tal dolorosa y larga convalecencia cuando comenzó a pintar postrada en la cama. Posteriormente, dando el gatazo de rápida y excelente recuperación, fue a enseñarle varios cuadros a Diego, quien por entonces aún pintaba en los muros de la SEP y al parecer fue cuando germinó o se inoculó el gusanillo que los haría casarse el 21 de agosto de 1929 (hay quienes dicen que se reconocieron antes de tal reencuentro en la SEP: durante una fiesta en casa de Tina Modotti, de quien también se dice que introdujo a Frida en la Liga de Juventudes Comunistas). En 1928 —alrededor de un año antes de su matrimonio con la pintora, Diego ya se había separado de Lupe Marín, quien no obstante sus dos pequeñas hijas, había iniciado su relación amorosa con el poeta Jorge Cuesta, mientras el muralista aún estaba en Rusia celebrando el décimo aniversario de la Revolución de Octubre— pintó a Frida en el citado panel En el arsenal repartiendo armas y municiones junto con Tina Modotti. 
Lupe Marín y Frida Kahlo
La susodicha y peliculesca anécdota del pleito en la SEP, Guadalupe Rivera Marín la narra así: 

“Cuando Frida sanó, con algunas de sus obras bajo el brazo y ya decidida a cambiar la ciencia por el arte [había soñado con estudiar medicina], fue a buscar a Diego Rivera, quien ya pintaba en la Secretaría de Educación Pública [lo hizo en la planta baja y en el primero y en el segundo piso, entre 1923 y 1928]. Quería conocer la opinión del maestro y, de ser posible, que la aceptara como ayudante. Diego le aconsejó que continuara como pintora y le auguró un gran éxito artístico.
“Al dar por terminada la entrevista, apareció Lupe Marín cargando la canasta con la comida de su famoso marido. Furiosa, al reconocer a Frida, estuvo a punto de tirarle los platos a la cabeza para así calmar sus celos inauditos. Diego, entre risa y susto nervioso, intervino y separó a las dos fieras que peleaban por él.”




Guadalupe Rivera Marín y otros, Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas. Iconografía a color y en blanco y negro. Grupo Editorial Patria, 3ª edición. Japón, 2007. 224 pp.
Martha Zamora, Frida, el pincel de la angustia. Iconografía a color y en blanco y negro. 1ª edición de autor. México, 1987. 408 pp.
Margaret Hooks, Tina Modotti. Fotógrafa y revolucionaria. Traducción del inglés al español de Susana de los Ángeles Moreno y Margarita González. Iconografía en blanco y negro. Plaza & Janés, 1ª edición en español. México, noviembre de 1998.
Raquel Tibol, Palabras de Siqueiros. Selección, prólogo y notas de Raquel Tibol. FCE. México, 1996. 542 pp.
Hayden Herrera, Frida: una biografía de Frida Kahlo. Traducción del inglés al español de Angelika Scherp. Iconografía a color y en blanco y negro. Editorial Diana, 9ª impresión. México, marzo de 1991. 440 pp.
Antonio Saborit, Tina Modotti. Una mujer sin país. Las cartas a Edward Weston y otros papeles personales. Iconografía en blanco y negro. Traducción del inglés al español, edición y notas de Antonio Saborit. Cal y Arena, 2ª edición corregida y aumentada. México, diciembre de 2001. 288 pp.
Pablo Ortiz Monasterio y otros, Frida Kahlo. Sus fotos. Iconografía en sepia y a color. Editorial RM. China, 2010. 524 pp.

Nota: la información de los pies de las imágenes corresponde a la bibliografía consultada.

domingo, 26 de abril de 2020

Tiempos recios

Rapsodia del crimen de arte acá

I de IV
Editada por Alfaguara, en octubre de 2019 apareció en la Ciudad de México la primera edición mexicana de Tiempos recios, decimonovena novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), Premio Nobel de Literatura 2010, a la que se le otorgó, en Madrid, el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2019.
   
Primera edición mexicana
Alfaguara, octubre de 2019
         La novela Tiempos recios comprende treinta y dos capítulos numerados con romanos, enmarcados por un preludio denominado “Antes” y un epílogo titulado “Después”. Vistos en conjunto, el preludio y el epílogo comprimen y revelan la tónica y la esencia intrínseca de la obra, que es un artilugio literario para discurrir por distintos puntos de vista (y no sólo en torno a un mismo suceso), por diferentes voces e ideas, tiempos y lugares. Urdido con documentación histórica, en “Antes”, con una enciclopédica e impersonal perspectiva omnisciente, el novelista bosqueja las señas de identidad de los personajes extirpados de la exhumada realidad histórica, las fechas y los datos elementales que dan visos de por qué, en las oligopólicas e imperialistas entrañas de los megalómanos y colonialistas Estados Unidos de América se pergeñó, entre la extinta United Fruit Company, el petulante gobierno norteamericano y la bélica y sucia CIA —antes de que se entroncara y cundiera la Guerra Fría y el macartismo en los años 50—, una mentirosa, propagandística y difamatoria conspiración política, mafiosa, criminal, asesina, racista y mercenaria para impedir que en Guatemala se construyera un ámbito democrático y reformista, abierto al capitalismo y al libre comercio, primero frente al gobierno democrático del presidente Juan José Arévalo (1945-1951), emanado de las urnas y de la Revolución de Octubre (el movimiento cívico-militar que el 20 de octubre de 1944 derrocó el gobierno del general Federico Ponce Vaides), y luego encarnizada y belicosamente contra gobierno democrático del coronel Jacobo Árbenz (1951-1954), promotor e instaurador de una ley agraria (“el Decreto 900”), promulgada “el 17 de junio de 1952”, que expropió terrenos inactivos de la United Fruit, además de obligarla a pagar impuestos, cosa que nunca había hecho desde que en el siglo XIX, en Centroamérica y en el Caribe, paulatinamente la creara Sam Zemurray (1877-1961), un aventurero gringo de origen ruso y judío, quien para maquillar y encubrir de humanismo civilizatorio su sanguinario emporio trasnacional contrató, en 1948 y en un rutilante rascacielos de Manhattan, los servicios, el ideario y los nefandos tejemanejes y contactos políticos, jurídicos y empresariales de Edward Louis Bernays (1891-1995), judío de origen vienés y sobrino de Sigmund Freud (1856-1939), dizque el padre “de la publicidad y las relaciones públicas”, autor del canónico libro: Propaganda (1928), del que el novelista, a través de la voz narrativa, extrae un elocuente botón de muestra: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país... La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.” O sea, se trata de la manipulación industrial de las conciencias en las sociedades de consumo por un grupo minoritario en la cúpula, diría Hans Magnus Enzensberger; de la estandarización y cosificación del estereotipo del hombre masificado, del hombre masa
       
Edward Louis Bernays
        Y en el postrero “Después”, a modo de lúdico leitmotiv, el propio novelista, “don Mario”, se presenta como un escritor que “no muy lejos de Langley”, “entre Washington D.C. y Virginia”, donde “está la casa matriz de la CIA”, recaba información y contrasta y completa anecdóticos matices para el libro que el desocupado lector tiene en sus manos y está a punto de concluir. Es decir, en calidad de personaje de su novela (el mismo que en la página 337 dice haber llegado “a Piura en el año 1946, a mis diez años de edad”), Mario Vargas Llosa se halla por esos lares en la peculiar casa de la anciana Marta Borrero Parra con el objetivo de entrevistarla, gracias a la mediación de dos de los tres conocidos de él a quienes dedicó su libro: “Soledad Álvarez, una antigua amiga dominicana que es, además una magnífica poeta, y Tony Raful, poeta, periodista e historiador dominicano”. 
    En la novela, Marta Borrero Parra fue la muchachita guatemalteca que “a fines de 1949”, a sus 15 años de edad recién cumplidos, frente al quebranto moral y prejuicioso de su atávico y conservador padre el doctor Arturo Borrero Lamas, se descubrió embarazada, nada menos que por un contemporáneo suyo y amigo cercano desde la niñez (en el marista Colegio San José de los Infantes) que participaba en las anacrónicas partidas sabatinas de rocambor: el médico Efrén García Ardiles, en las que el corro solía charlar y chismear sobre la situación política en Guatemala. En 1955, tras abandonar a su pequeño hijo en la casa de su marido, Marta Borrero Parra, apodada Miss Guatemala desde que nació bellísima, quiso que su padre la perdonara y le diera cobijo. 
 
Carlos Castillo Armas y Richard Nixon
         Pero ante el rotundo rechazo y agresivo desprecio, fue directamente a la Casa Presidencial a pedirle apoyo al presidente de la República de Guatemala, el coronel Carlos Castillo Armas, nada menos que el cabecilla de las tropas mercenarias (el eufemístico Ejército Liberacionista), que con la participación y manipulación del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América (a cargo de John Foster Dulles), de la CIA (a cargo del hermano de éste Allen Dulles), del embajador gringo (John Emil Peurifoy), de la Iglesia católica (mangoneada por el arzobispo Mariano Rossell y Arellano), y de sobornados y traidores mandos militares del ejército guatemalteco, propició el golpe militar y la renuncia, transmitida por radio en cadena nacional, del presidente Jacobo Árbenz, precisamente la noche del 27 de junio de 1954; acosado, además, por una orquestada, embustera y calumniadora propaganda (auspiciada por la United Fruit Company y liderada por Bernays) esparcida a través de relevantes mass media norteamericanos (“que leen y escuchan los demócratas”): “en The New York Times o en The Washington Post o en el semanario Time” (dizque progresistas y liberales), que lo acusaba y tipificaba de “comunista” y de querer convertir a Guatemala (un empobrecido, débil, pequeño y saqueado país bananero) en un peligrosísimo y beligerante satélite de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
     
Jacobo Árbenz la noche de su renuncia
(Guatemala, junio 27 de 1954)
        Desde la primera noche que la recibió en la Casa Presidencial, Marta Borrero Parra fue la popular querida del coronel Carlos Castillo Armas (casado con Odilia Palomo), a quien incluso le puso casi chica. Y cuando en el escenario de esa dictadura guatemalteca aparece el teniente coronel Johnny Abbes García en calidad de agregado militar de la embajada dominicana en Guatemala, cuya secreta misión es matar a ese dictadorzuelo por órdenes del Chivo, es decir, del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, el dictador de República Dominicana desde 1930 (que también colaboró, con dinero y armamento, en la caída de Jacobo Árbenz), persuadida por un tal Mike, gringo y encubierto agente de la CIA compinchado con Johnny Abbes García, a espaldas de su amante el presidente Carlos Castillo Armas, no tarda en convertirse en espía e informante de “la Madrastra” (la CIA), seducida y enganchada por unos dólares que ella no tiene ni nadie le da.  
   
Trujillo y Johnny Abbes García
        Y cuando la noche del 26 de julio de 1957 ocurre el asesinato del presidente y dictador Carlos Castillo Armas, sin saber quién lo mató, e ignorante de por qué y para qué, Miss Guatemala, advertida por Mike de que su vida corre peligro y por ende tiene que huir ipso facto, es llevada subrepticiamente a San Salvador en un auto que maneja el cubano Carlos Gacel Castro (“el hombre más feo del mundo”), pistolero de Johnny Abbes García, quien más adelante, cuando ya patéticamente se ha satisfecho sexualmente con ella, le revela que tras el asesinato del Cara de Hacha (Castillo Armas), el teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional del gobierno de Guatemala, ordenó su detención acusándola de participar en el magnicidio. La tácita e implícita razón de esto: está compinchado con Odilia Palomo y aspira a convertirse en el presidente de ese país bananero. 
     
Carlos Castillo Armas y Odilia Palomo
        En Ciudad Trujillo, capital de República Dominicana, Marta Borrero Parra es la consabida amante del teniente coronel Johnny Abbes García, quien tiene por esposa a una lésbica y sádica mujer, mientras él, experto en torturas, asesinatos, masacres y exterminios, es ahora jefe del SIM (Servicio de Inteligencia Militar). En Ciudad Trujillo, Miss Guatemala se convierte en una popular comentarista política en la Voz Dominicana, una poderosa radiodifusora del régimen dictatorial con cobertura en Centroamérica y el Caribe, donde sus demagógicos temas son la adulación del gobierno del coronel Carlos Castillo Armas, el incendiario linchamiento del comunismo, y la apología y magnificación de todas las dictaduras militares, las del presente y las del pasado, incluidas las dictaduras del Cono Sur. Y por si fuera poco, el susodicho agente de la CIA, el mimético y escurridizo gringo llamado Mike, reaparece ante ella y por la información que le requiere le paga los convenientes y pactados dólares.
   
Trujillo manipulando al Negro
      La venturosa estancia en Ciudad Trujillo se interrumpe luego de que en 1960, el Negro (Héctor Bienvenido Trujillo Molina), el presidente fantoche de República Dominicana, la cita en el Palacio Nacional, donde le ofrece un cheque en blanco a cambio de servicios sexuales. Pero Marta Borrero Parra se siente ofendida no sólo por la impúdica manera con que la recorre y desnuda con los ojos, sino por la brutal forma en que le expone el trato. De modo que ataca al Negro y éste la encierra en un sótano del Palacio Nacional, donde pasa 48 horas cautiva en ese claustrofóbico y asfixiante cuartucho donde sólo hay una silla y un foco, nada que beber ni comer, ni dónde recostarse ni dónde hacer sus necesidades corporales. Del encierro y de las alucinantes pesadillas la rescata el propio Generalísimo en compañía de Abbes García. Y el modo en que Trujillo insulta, zarandea y humilla a su hermano, es una minucia de la repulsiva personalidad de ese legendario dictador que Mario Vargas Llosa explora, disecciona y mata en su celebérrima novela La fiesta del Chivo (Alfaguara, 2000). Luego de la escueta y timorata disculpa que el Generalísimo le ordena rebuznar al Negro, le vocifera: “Ésa es una pobre y mediocre manera de pedir perdón [...] Debiste decir, más bien: Me porté como un cerdo maleducado y un matón, y con las rodillas en el suelo, le pido perdón por haberla ofendido con esa grosería que le hice.” Y luego ladra rabioso e imperativo: “Ahora puedes irte [...] Pero, antes, recuerda una cosa muy importante, Negro. Tú no existes. Recuérdalo bien, sobre todo cuando te vengan ganas de hacer estupideces como la que le hiciste a esta señora. Tú no existes. Eres una invención mía. Y así como te inventé, te puede desinventar en cualquier momento.”
     
Richard Nixon y el dictador Trujillo
       Así que el teniente coronel Johnny Abbes García, obedeciendo las órdenes del Chivo, le dice a la maltrecha y casi desfalleciente Miss Guatemala: “Primero, pasa unos días en el Hotel Jaragua, tratada a cuerpo de rey por el Generalísimo”. Y añade “bajando mucho la voz”, casi en secreto (pues las paredes oyen y él es las paredes y las orejas del Chivo): “Apenas estés bien, hay que sacarte de aquí. El Jefe ha ofendido moralmente al Negro Trujillo y éste, que es un mulato rencoroso, tratará de hacerte matar. Ahora cálmate, descansa y recupérate. Hablaré con Mike y veremos la manera de que salgas de acá cuanto antes.”
     Vale inferir, entonces, que algo o mucho hizo el gringo Mike para salvar y beneficiar a Marta Borrero Parra en su papel de espía e informante de la CIA, pues en la susodicha entrevista en su casa que el personaje Mario Vargas Llosa narra en “Después”, éste observa elocuentes evidencias de sus andanzas por todo el globo terráqueo, de su irreductible filiación ideológica anticomunista y de su cercanía con las derechas del poder más poderoso de la recalentada y envirulada aldea global. En ese sentido, reporta de esa vivaz y serpentina viejecilla que tenía 83 años recién cumplidos cuando el megalómano, racista y nefasto Donald Trump llegó al cómodo de la Casa Blanca el 20 de enero de 2017: 
     
Donald Trump en el cómodo de la Casa Blanca
        “Está sentada junto a una gran foto en la que aparece abrazada con los Bush de tres generaciones, los dos que fueron presidentes de Estados Unidos y Jeb, el ex gobernador de Florida. Me dice que ella ha sido una activa militante del Partido Republicano, está afiliada a él, igual que al Partido Ortodoxo de los exiliados cubanos, y todavía trabaja para los republicanos entre los votantes latinos en todas las campañas electorales de los Estados Unidos, su segunda patria, a la que quiere tanto como a Guatemala. Ahora está muy contenta, no sólo porque Donald Trump se halla en la Casa Blanca haciendo lo que es debido, sino también porque unos bonos de China que, no me quedó muy claro, compró o heredó, han sido finalmente reconocidos por el gobierno de Beijing. De modo que, si todo sale bien, pronto será millonaria. Ya no le servirá de mucho por los años y achaques que tiene encima, pero dejará ese dinero en un fondo a las organizaciones anticomunistas de todo el mundo.” 

II de IV
Aunado al perfil íntimo y psicológico de sus protagonistas, y a la proclividad del autor por los diminutivos, los interrogantes y los apodos, en Tiempos recios también descuella el talento de Mario Vargas Llosa para narrar controvertidos y escabrosos entresijos de algunos de sus personajes, entre los que destaca Johnny Abbes García y sus recurrentes palabrotas y perversiones sexuales. Pero, sin duda, lo más relevante es lo que rodea y concierne a la personalidad y al ideario íntimo, democrático, humanista, reformista y liberal de Jacobo Árbenz (incluidas ciertas debilidades, contradicciones y episodios oscuros); e inextricable a ello: el modo mafioso, criminal, conspirativo e infamante en que se pergeña su caída y su renuncia, trasmitida por Radio Nacional la noche del 27 de junio de 1954; así como el asedio y el acoso que, desde sus intereses y trincheras, protagonizan el coronel Carlos Castillo Armas, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano, la United Fruit Company, la CIA (“Operación PBSuccess”) y John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala, empeñado en descarrilar al Cara de Hacha y sus mercenarios, y en encausar y subsidiar un corrupto, manipulable y supuesto “golpe institucional”.
   
Sam Zemurray
(1877-1961)
Fundador y presidente de la United Fruit Company
        En el mismo sentido, figuran los episodios peliculescos y las cinematográficas escenas bélicas sucedidas durante la invasión militar y mercenaria, por tierra, mar y aire, y por las ondas hertzianas a través de la mercenaria Radio Liberación. Y desde luego, el episodio audaz, defensivo, patriótico e idealista que encabeza y protagoniza el joven Crispín Carrasquilla, cadete de la Escuela Politécnica (donde otrora se formaron el coronel Carlos Castillo Armas y el coronel Jacobo Árbenz y otros militares cercanos a él), precisamente tras caer, el 25 de junio de 1954, “una bomba en el patio de honor de la Escuela Politécnica”, lanzada por uno de los dos Thunderbolt, pilotados por un par de gringos rapaces, que ese día causaron destrozos, muertos y heridos en la capital guatemalteca, pero también en Chiquimula y Zacapa.
   
El presidente Jacobo Árbenz y la plana mayor del Ejército de Guatemala
       Y entre los capítulos y episodios peliculescos, hay que contar el destino del teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional durante el régimen del dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, desde que se avecina y ocurre el asesinato de éste, hasta que se sucede el suyo (perpetrado por una camuflada joven de una facción guerrillera y subterránea), después de cinco años de cárcel, de un tiempo con la facha de un hediondo y desarrapado vagabundo tras la amnistía que lo puso de patitas en la calle y sin un clavo en el bolsillo; y luego de que con otro nombre y otra apariencia trabajara para el Turco (Ahmed Kurony), un poderoso capo, corruptor sistémico y narcotraficante que controla el mercado de la cocaína y clandestinas casas de juego en Guatemala. Y, desde luego, el destino fatal de Johnny Abbes García, desde que “once días después del asesinato de Trujillo” (ocurrido el 30 de mayo de 1961) el presidente de República Dominicana, Joaquín Balaguer, lo destituye del SIM y de su rango militar y lo manda en un tris al exilio dándole un incierto y vaporoso empleo: cónsul en Tokio, hasta que luego de deambular por Suiza (donde tenía una cuenta secreta con más de un millón de dólares), París y Canadá, cuando en su papel de distinguido asesor militar del dictador de Haití (François Duvalier, alias Papa Doc) ya lleva un par de años impartiendo “clases sobre temas de seguridad” e infalibles técnicas de terrorismo y tortura en la Academia Militar de Pétionville, se sucede su espeluznante asesinato (narrado con sangrientos pelos y señales), junto con su nueva esposa y sus dos pequeñas hijas. Despiadada masacre ordenada por Papa Doc, y ejecutada sin chistar por sanguinarios y desalmados tonton macoutes que despotrican en créole y francés, tras descubrirlo involucrado en una estúpida conspiración liderada por el coronel Max Dominique y su esposa Dedé (Marie-Denise), hija de Papa Doc, quien mandó a éstos al exilio en la España del dictador Francisco Franco (donde Max Dominique será el “nuevo embajador”) e hizo “fusilar a diecinueve oficiales del Ejército por haber formado parte de un connato golpista”.
 
François Duvalier
        Vale apuntar que en esa postrera conversación que el personaje Mario Vargas Llosa tiene en “Después” con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra, ella le comenta y matiza el destino triste, legendario y dramático de Jacobo Árbenz, ex presidente de Guatemala, y de su estirpe familiar condenada al exilio y al estigma:
    “—Esos años de exilio debieron ser terribles para él y su familia —suspira de nuevo—. Por todas partes donde iba, la izquierda y los comunistas le echaban en cara que hubiera sido un cobarde, que en vez de pelear renunciara y se fuera al extranjero. Fidel Castro se dio el gusto, incluso, de insultarlo en persona, en un discurso, por no haber resistido a Castillo Armas, yéndose a la montaña a formar guerrillas. Es decir, por no haberse hecho matar.
 
Jacobo Árbez y familia en el exilio
     “—¿O sea que ahora comprende usted que Árbenz nunca fue un comunista? —le pregunto—. Que era más bien un demócrata, algo ingenuo tal vez, que quería hacer de Guatemala un país moderno, una democracia capitalista. Aunque, ya en el exilio, se inscribiera en el Partido Guatemalteco del Trabajo, nunca fue un comunista de verdad. 
   “—Era un ingenuo, sí, pero al que lo rojos manipulaban a su gusto —me corrige—. A mí me dan pena él y su familia sólo por los años del exilio. Yendo de un lado al otro sin poder echar raíces en ninguna parte: México, Checoslovaquia, Rusia, China, Uruguay. En todas partes lo maltrataban y parece que hasta hambre pasó. Y, encima, las tragedias familiares. Su hija Arabella, que era tan hermosa, según todos los que la conocieron, se enamoró de Jaime Bravo, un torero muy mediocre, que encima la engañaba, y terminó pegándose un tiro en una boîte donde él estaba con la amante. Y hasta parece que la propia mujer de Árbenz, la famosa María Cristina Vilanova, que se [las] daba de intelectual y de artista, lo engañaba con un cubano, su profesor de alemán. Y que él lo supo y tuvo que tragarse los cuernos, calladito. Y, para colmo, su otra hija, Leonora, que estuvo en varios manicomios, también se suicidó hace pocos años. Todo eso acabó de destruirlo. Se entregó a la bebida y en una de esas borracheras terminó ahogándose en su propia bañera, allá en México. O, tal vez, suicidándose. En fin, espero que antes de morir se arrepintiera de sus crímenes y Dios pudiera acogerlo en su seno.”
   
María Cristina Vilanova y Jacobo Árbenez
       Según apunta el personaje Mario Vargas Llosa casi al término del libro, “Esa misma noche [luego de su entrevista con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra], Soledad Álvarez y yo nos vamos a comentar la experiencia en un restaurant de Washington, el Café Milano, en Georgetown, un lugar muy animado, siempre lleno de gente muy ruidosa, donde se comen buenas pastas y se toman excelentes vinos italianos. Hemos pedido un reservado y aquí podemos charlar tranquilamente.”
    Y entre lo que conversan, destaca la compartida conclusión de los tres. Y la especie de evaluación y corte de caja que expresa y resume las ideas y la visión crítica y catedrática del auténtico Mario Vargas Llosa, coleccionista de doctorados y hacedor de novelas, libretos, ensayos, artículos periodísticos y conferencias magistrales:
   
Mario Vargas Llosa
       “Los tres coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Árbenz poniendo como testaferro al coronel Castillo Armas a la cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero, inútil y contraproducente. Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, trotskistas y fidelistas. Y sirvió para radicalizar y empujar hacia el comunismo al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Éste sacó las conclusiones más obvias de lo ocurrido en Guatemala. No hay que olvidar que el segundo hombre de la Revolución cubana, el Che Guevara, estaba en Guatemala durante la invasión, vendiendo enciclopedias de casa en casa para mantenerse. Allí conoció a la peruana Hilda Gadea, su primera mujer, y, cuando la invasión de Castillo Armas, trató de enrolarse en las milicias populares que Árbenz nunca llegó a formar. Y tuvo que asilarse en la embajada argentina para no caer en las redadas que desató la histeria anticomunista reinante en el país aquellos días. Pero de allí extrajo probablemente unas conclusiones que resultaron trágicas para Cuba: una revolución de verdad tenía que liquidar al Ejército para consolidarse, lo que explica sin duda esos fusilamientos masivos de militares en la Fortaleza de la Cabaña que el propio Ernesto Guevara dirigió. Y de allí saldría también la idea de que era indispensable para la Cuba revolucionaria aliarse con la Unión Soviética y asumir el comunismo, si la isla quería blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos. Otra hubiera podido ser la historia de Cuba si Estados Unidos aceptaba la modernización y democratización de Guatemala que intentaron Arévalo y Árbenz. Esa democratización y modernización era lo que decía querer Fidel Castro para la sociedad cubana cuando el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba. Estaba lejos entonces de los extremos colectivistas y dictatoriales que petrificarían a Cuba hasta ahora en una dictadura anacrónica y soldada contra todo asomo de libertad. Testimonio de ello es su discurso La historia me absolverá, leído ante el tribunal que lo juzgó por aquella intentona. Pero no menos grave fueron los efectos de la victoria de Castillo Armas para el resto de América Latina, y sobre toda Guatemala, donde, por varias décadas, proliferaron las guerrillas y el terrorismo y los gobiernos dictatoriales de militares que asesinaban, torturaban y saqueaban sus países, haciendo retroceder la opción democrática par medio siglo más. Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó por decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina. Jóvenes de por lo menos tres generaciones mataron y se hicieron matar por otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz.” 

III de IV
Vale observar que en la portada de Tiempos recios se aprecia un detalle central de Dualidad (1964), mural de Rufino Tamayo, donde una especie de descomunal, mítica y pesadillesca serpiente emplumada pelea a muerte con una especie de descomunal jaguar. 
     
Dualidad (1964)
Mural de Rufino Tamayo
       No obstante, Gloriosa victoria, mural de Diego Rivera, datado el 7 de noviembre de 1954, hubiera sido muchísimo más idóneo y preciso para ilustrar los forros de la novela, dado que el epicentro y su narrativa están en consonancia con lo que minuciosamente se narra en la obra de Mario Vargas Llosa. 

       
Gloriosa victoria (1954)
Mural de Diego Rivera
        En el centro del mural, en medio de indígenas maniatados y derrumbados, torturados y masacrados (menores de edad entre ellos), John Foster Dulles, el secretario de Estado de los Estados Unidos de América, posa con sombrero y ropas de campaña y mira directa y desafiante a los ojos del espectador (que son los escrutadores ojos del planeta y de la historia); al unísono, con su manaza izquierda sostiene una bomba aérea encajada en territorio guatemalteco formando un charco de sangre, la cual, en su vertical superficie cóncava, tiene trazado el fantasmal y sonriente rostro del presidente norteamericano Dwight Eisenhower, anuente testigo (desde el cómodo de la Casa Blanca) del cruento e impositivo hecho; y con la manaza derecha estrecha la mano del coronel Carlos Castillo Armas, cabecilla visible de las tropas militares y mercenarias que el 18 de junio de 1954 iniciaron el ataque y la invasión de Guatemala, por tierra, mar y aire. El coronel Carlos Castillo Armas (alias Cara de Hacha) hace una servil reverencia al estrechar la manaza del secretario de Estado norteamericano (nótese el anillo de oro en la mano izquierda con que abanica y sostiene su quepis); mientras en el bolsillo izquierdo de su chaqueta asoma un fajo de dólares y en el cinto deja ver la amenazante cacha de una pistola. Vale subrayar, que esa vestimenta de paisano, con la camisa a cuadros y el arma, es idéntica o semejante a la que usó, según documentan algunas fotografías de la época que ahora se pueden localizar en la web.

El coronel Carlos Castillo Armas
       Según se lee en “Antes”, el preludio de la novela de Mario Vargas Llosa, los hermanos John Foster Dulles y Allen Dulles eran “miembros de la importante firma de abogados Sullivan & Cromwell de Nueva York”, y a través de los oficios de Edward L. Bernays convinieron “en ser apoderados de la empresa”; es decir, de la United Fruit Company, también “llamada la Frutera y apodada el Pulpo”. En este sentido, vale observar que colocado detrás del hombro derecho de John Foster Dulles, su hermano Allen Dulles, director de la CIA, le secretea algo al oído (algo que debe ser inmoral, deslenguado, nauseabundo y sanguinario); su manaza derecha, indicando posesión, agarra un silla en la que hay una penca de plátanos verdes embalados y listos para el transporte, y junto a éstos, se ve un costal repleto de semillas con el rótulo “MADE IN USA”; y en la bolsa de cuero que lleva terciada sobre la chaqueta y la cadera, asoman fajos de dólares y por ende se logra ver que con la manaza izquierda soborna y gratifica con billetes a los mandos y oficiales militares que se hallan detrás y sobre la cabeza de Castillo Armas (véase que el militar con gorra de plato es el coronel Elfego Monzón, jefe de la Junta Militar tras la dimisión del coronel Carlos Enrique Díaz de León, presidente provisional y efímero sucesor de Jacobo Árbenz); y al unísono, el par de soldados que están detrás de la espalda de Castillo Armas, con una servil y perruna inclinación y con las palmas hacia arriba en actitud de viles limosneros, reciben su correspondiente fajo de los dedos flamígeros del Carnicero de Grecia.

     
John Emil Peurifoy
Es decir, de John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala que jugó un maquiavélico y corruptor papel en la conspiración para urdir y manipular el golpe militar contra el presidente Jacobo Árbenz; e incluso, y pese a su criterio y a sus objeciones, en la asunción presidencial del vulgar e inculto dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, del que sin duda, por excrementicio y por lo que se lee en la novela, hubiera dicho de éste lo mismo que dijo Howard Hunt, agente de la CIA (becario Guggenheim en 1946 y consabido fontanero en el histórico Watergate que el 8 de agosto de 1974 suscitó la caída y la renuncia del presidente Richard Nixon), y participante en la “Operación Éxito (PBSuccess)” que defendió la candidatura del Cara de Hacha, a quien sus coterráneos en la Escuela Politécnica apodaban “Caca” (por Carlos Castillo): “Míster Caca es algo aindiado y, no se olviden, la gran mayoría de los guatemaltecos son indios. ¡Estarán felices con el!”  

     Detrás del grupo central se observan las hojas de una plantación de plátanos que se prolonga en lontananza hasta las faldas del Volcán de Fuego. En el ángulo superior, del lado izquierdo del mural (visto de frente), asoma la proa y el borde de un barco atracado; tiene estampada una bandera norteamericana y míseros y esclavizados indios cabizbajos cargan hacia él enormes y embaladas pencas de plátanos verdes (uno con el calzón desarrapado), lo cual indica que paralelas e interminables filas de indios en harapos, salidas de lo profundo de la infinita plantación, lo están rellenando de la fruta que las buenas conciencias norteamericanas disfrutarán y disfrutan en su placentero, sacrosanto y cómodo “hogar dulce hogar”, ya en el desayuno, en la cena, o de postre o de simple golosina, no sólo para los chiquillos rubios, mofletudos y regordetes. En el ángulo inferior izquierdo, a los pies de un soldado malencarado y armado con una pistola, una metralleta y un rifle, yacen los cadáveres de una pareja de indios: hombre y mujer; ella sin huipil; es decir, yace bocabajo sobre el cuerpo de él, con la espalda desnuda y la larga cabellera sobre la cabeza; tiene las manos atadas hacia atrás, y sobre sus glúteos, para denigrarla aún más, el soldado reposa la culata de su fusil. 
Visto de frente, en el fondo del cuadro, del lado derecho de la plantación de plátanos y del Volcán de Fuego, asoma la Catedral de Guatemala, y junto a ella, el Palacio Nacional. Y ya en el ángulo superior derecho, detrás de una celda enrejada y signada por la bandera de Guatemala, un grupo de prisioneros guatemaltecos (sin duda presos políticos) observa los trágicos y dramáticos sucesos provocados en su país por la cruenta invasión imperialista, militar y mercenaria. Debajo de la celda, hay un grupo de milicianos atrincherados tras una cerca de troncos; dos se ven desfallecientes y a punto de caer; y otros dos empuñan un machete en actitud guerrera y de combate; y junto a éstos, una miliciana de camisa roja empuña una metralleta y dirige su mirada hacia los ojos del jefe de la CIA. (Su rostro sereno es el rostro de la joven Rina Lazo, una de los Fridos; pintora comunista, guatemalteca de nacimiento y asistente de Diego Rivera, junto a Ana Teresa Ordiales Fierro, en la factura del presente mural, quien por petición del muralista pintó la susodicha bandera de su país.) Del otro lado de la cerca, hacia el frente del espectador, tres dolientes indígenas lloran frente a su muertos masacrados y tirados en la tierra: dos mujeres inclinadas y un niño que se cubre los ojos con los puños; en los cadáveres yacentes se observan indicios de tortura y detención forzada; y los bancos derribados aluden el violento estropicio de la invasión y el bombardeo. Y entre la barricada de milicianos, y el grupo de militares sobornados por los gringos, se enarbola la ominosa y detestable figura del arzobispo Mariano Rossell y Arellano, dizque bendiciendo, con la Biblia abierta y la señal de la Cruz, a los masacrados y vejados en sus derechos humanos más elementales y esenciales. 
El arzobispo Mariano Rossel y Arellano
y el coronel Carlos Castillo Armas
(Guatemala, 1954)
          Según cuenta la novela de Mario Vargas Llosa, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano fue condecorado “por su apoyo a la revolución liberacionista”; es decir, al eufemístico Ejército Liberacionista, las sanguinarias tropas mercenarias, asesinas y militares que encabezó el coronel Carlos Castillo Armas, cuya premio mayor fue la presidencia de la República de Guatemala, a la que siempre aspiró con sus turbias y delincuenciales maquinaciones, apoyadas, financiadas y orquestadas por la CIA, la United Fruit Company y el gobierno de los Estados Unidos de América; negra y sucia maquinación en cuya propaganda, logística y entrenamiento también participaron y contribuyeron Juan Manuel Gálvez (presidente de Honduras), Anastasio Somoza (dictador de Nicaragua) y Leónidas Trujillo (dictador de República Dominicana). Y dado que en su hipócrita campaña católica (contra el supuesto comunista Jacobo Árbenz) el arzobispo Rossell se abanderó con el Cristo Negro de Esquipulas, para asombro del realismo mágico y de la historia, el Cristo Negro, una figura de bulto que en la realidad se resguarda en la Basílica de Esquipulas, fue proclamado “General del Ejército de la Liberación Nacional con los entorchados correspondientes”.


IV de IV
Quizá vale recordar que, si bien ahora en páginas de la web desde cualquier parte del globo terráqueo (desbastado y asediado por el terrible Covid-19, la depresión económica, la corrupción sistémica y el cambio climático) se puede observar y analizar la narrativa y el simbolismo del mural Gloriosa victoria, era (o es) bastante legendario, puesto que además de que se daba por perdido desde finales de los años 50 del siglo XX, en las biografías y en las iconografías de la obra mural de Diego Rivera por lo regular no se reproduce, ni se dice nada o casi nada sobre él. Por ejemplo, en Diego Rivera. Obra mural completa (Taschen, 2007), que es un pesado y grandote volumen (44.07 x 29.08 cm) con hojas desplegables y 674 páginas, sólo se lee una breve información en la “Cronología”, urdida entre los críticos, curadores e historiadores de arte Juan Rafael Coronel Rivera, Luis-Martín Lozano y María Estela Duarte. En este sentido, en lo que corresponde al año “1954”, se lee:
Imagen incluida en el libro de Raquel Tibol:
Frida Kahlo, una vida abierta (Oasis, 1983).

En el pie de foto consignó:

El viernes 2 de julio de 1954 más de diez mil personas desfilaron
desde la Plaza de Santo Domingo al Zócalo, pasando por la Alameda
Central, para protestar por la caída del gobierno democrático de
Jacobo Árbenz en Guatemala. Desde su silla de ruedas Frida se
unió al coro multitudinario que exigía:
¡Gringos asesinos, fuera de Guatemala!
      “El 13 de julio fallece la pintora Frida Kahlo, y sus restos son velados en el Palacio de Bellas Artes. [La sorpresiva colocación de la bandera comunista sobre el ataúd por uno de los Fridos, el esposo de Rina Lazo, suscitó el despido del director del INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes).] El 25 de septiembre, Diego Rivera es finalmente readmitido en las filas del Partido Comunista Mexicano. A juzgar por las fotografías de la época, ese año comienza a trabajar en su estudio de Altavista [el hoy Museo Diego Rivera y Frida Kahlo], en San Ángel, una pintura de formato mural con tema político.

   
Diego Rivera, Juan O'Gorman y Frida Kahlo
(México, julio 2 de 1954)
       “Tras ser derrocado el gobierno del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, los intereses capitalistas de empresarios estadounidenses propiciaron la intervención militar en el país centroamericano, lo que resultó en el bombardeo a la ciudad de Guatemala. [En realidad la invasión militar y el bombardeo ocurrieron antes de la caída de Jacobo Árbenz.] Éste fue el tema que Rivera eligió para el encargo que le solicitó el Frente Nacional de Artes Plásticas de México, que deseaba integrar la obra en una exposición de arte mexicano a celebrarse en la República de Polonia. [Entonces bajo la dictatorial y totalitaria férula de la Unión Soviética.] Rivera resolvió la pintura a la manera de un mural trasportable de 2,60 x 4,50 m; lo tituló Gloriosa victoria y lo terminó el 7 de noviembre [de 1954]. En la composición pintó al coronel Castillo Armas en actitud sumisa frente al canciller de Estados Unidos, Fuster Dulles, y junto al embajador estadounidense en aquel país. El proyecto estuvo nuevamente involucrado en la polémica entre el artista y el personal de la embajada de Guatemala en México. Como Pesadilla de guerra [y sueño de paz (1950-1951)], el mural Gloriosa victoria se dio por perdido durante muchos años. En el año 2005, la entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, Sari Bermúdez, confirmó físicamente, tras varias gestiones, que el mural se encuentra en buenas condiciones en las bodegas del Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, en Moscú, desde 1958, como una donación del propio pintor. Durante la investigación de la obra mural de Diego Rivera, que se llevó a cabo en el Museo de Arte Moderno de México, en preparación a este libro, se descubrió una fotografía donde Diego Rivera está pintando en su estudio de Altavista, en San Ángel, a la modelo Lucía Retes en 1954; la fotografía también muestra una pintura de formato mural aún en proceso. Ahora sabemos que este proyecto [de] mural, nunca antes documentado, está pintado en la parte posterior, de la misma tela, en que Rivera ejecutó el mural de Gloriosa victoria; y por lo tanto también se encuentra en el Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, de Moscú. Todo parece indicar que esta composición inconclusa, con trazos de dibujo y pintura al óleo fue la primera propuesta iconográfica para el mural Gloriosa victoria, la cual se advierte con mayor dinamismo y marcados puntos de fuga en el manejo del espacio, así como el uso de una retórica gestual más violenta, que la versión final que el muralista terminó.”
    Cabe preguntarse, no obstante, si esa presunta donación al Museo Pushkin, datada por los críticos en “1958”, no es una fecha errada, pues si bien Diego Rivera, en compañía de Emma Hurtado, su cuarta y última esposa desde el “29 de julio de 1955”, en el mes siguiente viajó a Moscú para someterse a un tratamiento médico por el cáncer que padecía en los testículos y sólo regresó a México hasta el “4 de abril de 1956”, murió en su casa de San Ángel el 27 de noviembre de 1957. ¿O acaso fue una donación post mortem? ¿O lo donó durante su última estancia en la Unión Soviética?
   
Diego convaleciente con su esposa Emma Hurtado
(Moscú, invierno 1955-1956)
       Pero el caso es que Gloriosa victoria, título que con las imágenes cuestiona y pone en entredicho la cínica y envilecida declaración de John Foster Dulles tras el triunfo de la invasión mercenaria, sólo se exhibió en México por primera vez hasta el 27 de septiembre de 2007, día de la inauguración de la muestra “Diego Rivera, Epopeya Mural”, montada en el Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en cuya curaduría participó el citado Juan Rafael Coronel Rivera, nieto del muralista, e hijo del pintor Rafael Coronel y de la arquitecta Ruth Rivera Marín, una de las dos hijas que Diego Rivera tuvo con la celebérrima y legendaria Lupe Marín.

Diego Rivera retratando a su hija Ruth (San Ángel, 1948)



Mario Vargas Llosa, Tiempos recios. Narrativa Hispánica, Alfaguara. Primera edición mexicana. México, octubre de 2019. 360 pp.