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domingo, 1 de noviembre de 2020

Un hogar sólido

La raíz de todas las hierbas

En 1957 el narrador xalapeño Sergio Galindo, al frente de un grupo de jóvenes intelectuales, fundó en Xalapa y en el seno de la Universidad Veracruzana, la revista La Palabra y el Hombre. Y “el 25 de marzo de 1958” al autopublicarse su novela Polvos de arroz inició, con el número 1, la no menos legendaria y emblemática colección Ficción, auspiciada por la misma casa de estudios. En este sentido, “el 29 de noviembre de 1958” editó, con el número 5 de la colección Ficción, Un hogar sólido, el primer libro de la dramaturga y narradora poblana Elena Garro (1916-1998), donde ella reunió seis libretos teatrales, cada uno en un acto; de ahí el título completo que se lee en interior, normalmente omitido u olvidado: Un hogar sólido y otras piezas en un acto.  
       
Uno hogar sólido y otros piezas en un acto
Colección Ficción núm. 5, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1958
       Por iniciativa (o apoyo) del poeta y traductor Jaime García Terrés, entonces director de Difusión Cultural de la UNAM, en 1956 se proyectó el programa Poesía en voz alta, el cual comprendería dos vertientes: poesía española, con “selección de Juan José Arreola” y “escenografía de Juan Soriano”; y poesía surrealista, con “selección de Octavio Paz” y “escenografía de Leonora Carrington”. 

            Según se dice en una nota anónima que figura en La hija de Rappaccini, libreto teatral de Octavio Paz, coeditado en 2008 por Ediciones Era y El Colegio Nacional:   
     
(Ediciones Era/El Colegio Nacional, 2008)
      “En la primera reunión Octavio Paz y Leonora Carrington propusieron que, en lugar de recitar poemas, se montasen obras teatrales, de preferencia en un acto, ya que se contaba con un notable grupo de actores.

       “La idea se aceptó y así se transformó Poesía en voz alta en una compañía teatral. Los principales animadores fueron Juan Soriano, Octavio Paz, Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez. La hija de Rappaccini fue escrita para el segundo programa (que incluía también una corta pieza de Ionesco), y fue representada por primera vez el 30 de julio de 1956, en el Teatro del Caballito, en la Ciudad de México. Director de escena: Héctor Mendoza; escenografía y vestuario: Leonora Carrington; música incidental: Joaquín Gutiérrez Heras.”
      Con sus previsibles altibajos, la compañía teatral Poesía en voz alta estuvo activa durante siete años, entre 1956 y 1963. Y en ella Elena Garro, esposa de Octavio Paz desde el 25 de mayo de 1937, debutó como dramaturga, pues “el 19 de julio de 1957, en el cuarto programa de Poesía en Voz Alta”, montado en el Teatro Moderno de la capital del país, ya prácticamente sin el apoyo pecuniario de la UNAM, estrenó, bajo la dirección de Héctor Mendoza, tres obras en un acto: “Andarse por las ramas”, “Los pilares de doña Blanca” y “Un hogar sólido”.  
       Esas tres obras, junto con otras tres: “El Rey Mago”, “Ventura Allende” y “El Encanto, Tendajón Mixto”, conformaron el citado libro Un hogar sólido y otras piezas en un acto, editado en 1958 por la UV, en Xalapa, con el número 5 de la susodicha Colección Ficción; donde, en abril de 1962, con el número 34 de la serie, el colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, dio a conocer su libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande, que fue (y es) su primer libro editado en México, país donde concibió y escribió su novela central: Cien años de soledad (Buenos Aires, Sudamericana, 1967).
        
Elena Garro y Gabriel García Márquez bailando twist
(México, 1964)
      Sólo hasta el “3 de enero de 1983” la Universidad Veracruzana, en la Colección Ficción, llevó a la imprenta la segunda edición de Un hogar sólido —ya sin número de serie y retitulado en el interior: Un hogar sólido y otras piezas—, ilustrada con viñetas y dibujos del pintor y escultor Juan Soriano, entre ellas las ilustraciones de la edición príncipe. A las seis obras iniciales se añadieron otras seis: “Los perros”, “El árbol”, “La Dama Boba”, “El rastro”, “Benito Fernández” y “La mudanza”.

      
Un hogar sólido y otras piezas
Col. Ficción, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1983
      “La mudanza” había sido publicada en el número 10 de La Palabra y el Hombre, correspondiente al trimestre abril-junio de 1959; y “La señora en su balcón” en el número 11 de tal revista, correspondiente al trimestre julio-septiembre de 1959.

     
     Vale añadir que en Tramoya, cuaderno de teatro —revista editada por la UV, fundada y dirigida por el dramaturgo Emilio Carballido—, precisamente en el número 21-22 (conmemorativo de su quinto aniversario), correspondiente a septiembre-diciembre de 1981, Elena Garro publicó su libreto “El rastro”. Y que en el número 84 de Tramoya (“nueva época”), correspondiente a julio-septiembre de 2005, de manera póstuma se publicó su libreto “Parada de San Ángel”, compilado entre los dieciséis libretos teatrales que integran el volumen Obras reunidas II. Teatro, editado en 2009 por el FCE, con una “Introducción de Patricia Rosas Lopátegui”; los cuales conforman el libro Teatro completo, editado en 2016 por el FCE con una “Nota de la autora” (“Escrita originalmente para presentar la segunda versión teatral de El árbol”), más una “Nota editorial” de Álvaro Álvarez Delgado y un prefacio de Jesús Garro Velázquez y Guillermo Schmidhuber de la Mora: “Elena Garro, dramaturga. Ensayo celebratorio del centenario 1916-2016”.
   
(FCE, 2016)
        Impreso en “noviembre de 1963” por Joaquín Mortiz, el segundo libro publicado en México por Elena Garro fue su primera novela: Los recuerdos del porvenir (al parecer escrita en Berna, Suiza, en 1953, y luego guardada en un baúl), que mereció el Premio Xavier Villaurrutia de 1963. Y luego, el “15 de octubre de 1964”, editado por Sergio Galindo en la UV, apareció en Xalapa su tercer libro con el número 58 de la colección Ficción: La semana de colores, su primer libro de cuentos, todavía en la época de oro de esa trascendente labor editorial patrocinada por Universidad Veracruzana (su mejor época, sin duda).  
     
La semana de colores
Col. Ficción nún. 58, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1964
        Si bien el libreto teatral “Un hogar sólido” se publicó el 3 de agosto de 1957 en la revista mexicana Mañana y en el número 251 de Sur —la prestigiosa revista argentina dirigida en Buenos Aires por Victoria Ocampo—, correspondiente a marzo-abril de 1958, entre su notable y trascendente destino descuella el haber sido seleccionado en la celebérrima Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. 

     
Antología de la literatura fantástica
Col. Piragua núm. 100, Sudamericana
Buenos Aires, 1965
         La primera edición de la Antología de la literatura fantástica, impresa en Buenos Aires por Editorial Sudamericana con el número 1 de la Colección Laberinto, data de 1940 (se terminó de imprimir el 24 de diciembre, se lee en el colofón), el año en que Borges fue uno de los testigos de la boda de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (se casaron “el 15 de enero en Las Flores, un pequeño poblado situado a unos 200 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires”), y el del surgimiento de La invención de Morel, novela de Bioy, editada por Losada en noviembre de 1940, con un laudatorio y canónico prefacio de Borges. Sólo hasta 1965 apareció la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica, editada en Buenos Aires por Sudamericana con el número 100 de la Colección Piragua, que es la sucesivamente reeditada, por diversas editoriales, hasta lo que va del siglo XXI. Al “Prólogo” con que la signó Bioy en 1940, además de ciertos cambios y correcciones, se añadió su cuento “El calamar opta por su tinta” y una “Posdata” firmada por él, más un conjunto de textos de varios autores, entre ellos: Ryunosuke Agutagawa, Léon Bloy, Martin Buber, Richard Francis Burton, Jean Cocteau, José Bianco, Julio Cortázar, Elena Garro, Silvina Ocampo, Edwin Morgan, Carlos Peralta, H. A. Murena, Barry Perowne, Juan Rodolfo Wilcock y Gerald Willoughby-Mead.

       La inclusión de Elena Garro en la Antología de 1965 ineludiblemente recuerda la legendaria relación amorosa, más o menos furtiva, que ésta sostuvo con Adolfo Bioy Casares entre 1949 y 1969 (según lo indica la leyenda y la correspondencia de Bioy a Elena Garro, vendida por ésta en 1997, junto con otros documentos, a la Universidad de Princeton, institución norteamericana que la abrió al público y a los investigadores), pues al inicio ambos estaban casados y él tenía fama de galán y donjuán. (Bioy, además, nunca se divorció de Silvina Ocampo; mientras que Elena Garro y Octavio Paz formalizaron su divorcio “el 15 de julio de 1959”.) 
       
Elena Garro y Adolfo Bioy Casares
Octavio Paz y su hija Helena Paz Garro
(Nueva York , 1956)
       Sobre tal vínculo amoroso, en una carta más o menos autobiográfica fechada en “Madrid, 29 de marzo de 1980”, que se lee en el libro Protagonistas de la literatura mexicana (México, Ermitaño/SEP, 1986), Elena Garro le dijo al crítico y entrevistador Emmanuel Carballo: 

      “Guardé la novela [Los recuerdos del porvenir] en un baúl, junto con algunos poemas que le escribía a Adolfo Bioy Casares, el amor loco de mi vida y por el cual casi muero, aunque ahora reconozco que todo fue un mal sueño que duró muchos años.” 
      Vínculo amoroso y pasional hecho trizas y sonoro polvo alrededor de una serie de malos entendidos que suscitaron cuatro gatos que Elena Garro le envió a Bioy de México a la Argentina, pues él era y fue aficionado a los perros y no a los felinos. En una entrevista que le hizo José Alberto Castro, publicada el 9 de noviembre de 1997 en el número 1097 de la revista Proceso, Elena Garro lo recordó así:
       
Elena Garro en 1964
(Foto: Kati Horna)
         “Lo conocí a fines de los cuarenta en París, en el hotel George V, el más elegante de París, con su esposa Silvina Ocampo. Él llegó atribulado con la fama de ser un hombre rico, amable, risueño y encantador. Mantuvimos una amistad que se prolongó durante 20 años, pero de repente se acabó. Fue un gran amor y creo que yo fui el amor de su vida. Cuando me fui de México después de 1968 tenía cuatro gatos y no los quería dejar aquí. Me vino a la mente recurrir a Bioy, entonces le mandé mis bichitos en una caja por avión a Buenos Aires, porque sabía que era muy rico y tenía casas grandes donde acogerlos. Aceptó y dijo ‘los recojo a todos’. Los tuvo un tiempo en su casa. Sin embargo, Pepe Bianco me escribió que luego se los había llevado a una casa de campo, a una Quinta, y los había dejado ahí. Me dio coraje. El adujo que lo hizo para darles más libertad. Yo, en cambio, me dije: pobrecitos de mis gatos. El amor que sentía por él se secó. Haga de cuenta que nunca estuve enamorada.”

       Sin embargo, si el nexo afectivo y amoroso con Adolfo Bioy Casares incidió en su elección para la Antología de 1965 (y quizá también para su citada publicación en la revista Sur), también es verdad que el libreto “Un hogar sólido” posee su propio valor literario, fantástico y estético: un inextricable y lírico tejido de drama, ópera bufa, divertimento, farsa y poesía metafísico-religiosa.
        No hay diferencias esenciales entre las dos ediciones de la obra “Un hogar sólido” publicadas por la UV (1958 y 1983); que es la misma versión que figura en la compilaciones editadas por el FCE (2005 y 2016). Pero en la versión que se lee en la Antología de 1965 se dice que “el traje blanco antiguo” que viste la niña Catita es “de los usados hacia 1865”. Y a un parlamento de Mamá Jesusita (anciana de 80 años) se le añadió la frase: “¡Éramos pocos y parió la abuela!”, consabida expresión lúdica y popular de anónimo origen que también vocifera Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela (Buenos Aires, Sudamericana, 1963), la novela central de Julio Cortázar. Y si en las ediciones de la UV (y del FCE) se dice que Mamá Jesusita está acostada en su litera de piedra: “en camisón y en cofia de dormir de encajes”, en la Antología se dice que está “en camisón de encajes y en cofia de dormir de encajes”.
     
Antología de la literatura fantástica
(Editorial Sudamericana, 16a edición especial, 1999)
         En “Un hogar sólido” palpita y subyace una heterodoxa y fantástica imagen de la muerte, y de la eternidad, que evoca y remite a los sueños y anhelos de trascendencia más antiguos e íntimos del imaginario e inconsciente colectivo e individual, cuyos fantaseos y visión mítica implica el idealismo religioso que en México suele manipular la vox populi de la tradición cristiana, particularmente de la católica.

        
(UV, 1958)
       Siete personajes, decimonónicos y de las primeras décadas del siglo XX, se hallan muertos en una subterránea cripta familiar de un panteón mexicano. Cada uno lleva la vetusta ropa con que fue enterrado (“Los trajes lujosos de todos están polvorientos y los rostros pálidos”) y conserva la edad con que murió. El más antiguo de los siete muertos es Catita, la juguetona e ingenua chiquilla de 5 años. Vicente Mejía, el segundo en descender a la tumba, tiene 23 años y viste “traje de oficial juarista”.  

       Mientras la última en llegar, Lidia, de 32, desciende a la cripta (y por ende ya son ocho los muertos) se oye (en off) al orador que parlotea en su entierro: “don Gregorio de la Huerta y Ramírez Puente, presidente de la Asociación de Ciegos”, “de la Banca, de los Caballeros de Colón, de la Bandera y del Día de la Madre”; un pudiente y doliente de rancio y estereotipado conservadurismo, se transluce, quien en su discurso de circunstancias le dice a la fallecida que ha dejado “un hogar cristiano y sólido en la orfandad más atroz”.
       Allí, en la oscura y subterránea tumba, los muertos esperan la lejana hora del Juicio Final. Mientras tanto, cifran su nostalgia de un Paraíso Terrenal: un hogar sólido, edénico, ideal y hogareño, repleto de armonía, amor, bienestar y eterna felicidad de angelitos alados y mofletudos. 
      Muni, de 28 años, un melancólico incurable en pijama y con el “rostro azul” porque se suicidó con cianuro para huir de su vida marginal y de apaleado perro callejero, lo expresa así dirigiéndose a su prima Lidia: 
     
Viñeta de Juan Soriano
(UV, 1958)
         “¿No has visto a los perros callejeros caminar y caminar banquetas, buscando huesos en las carnicerías llenas de moscas, y el carnicero, con los dedos remojados en sangre a la fuerza de destazar? Pues yo ya no quería caminar banquetas atroces buscando entre la sangre un hueso. Ni ver las esquinas, apoyo de borrachos, meadero de perros. Yo quería una ciudad alegre, llena de soles y de lunas. Una ciudad sólida, como la casa que tuvimos de niños: con un sol en cada puerta, una luna para cada ventana y estrellas errantes en los cuartos. ¿Te acuerdas de ella, Lilí? Tenía un laberinto de risas. Su cocina era cruce de caminos; su jardín, cauce de todos los ríos; y ella toda, el nacimiento de los pueblos”.

      Eva, la rubia y extranjera madre de Muni, suicida de 20 años, refrenda algo parecido en el trasfondo de sus palabras: 
      “También yo, Muni, hijo mío, quería un hogar sólido. Una casa que el mar golpeara todas las noches, ¡bum! ¡bum!, y ella se riera con la risa de mi padre llena de peses y de redes.”
       Y lo mismo expresa Lidia, la recién llegada a la catacumba, mientras relata sus avatares de la vida: 
      
Viñeta de Juan Soriano
(UV, 1958)
       “¡Un hogar sólido, Muni! Eso mismo quería yo... y ya sabes, me llevaron a una casa extraña. Y en ella no hallé sino relojes y unos ojos sin párpados, que me miraron durante años... Yo pulía los pisos, para no ver las miles de palabras muertas que las criadas barrían por las mañanas. Lustraba los espejos, para ahuyentar nuestras miradas hostiles. Esperaba que una mañana surgiera de su azogue la imagen amorosa. Abría libros, para abrir avenidas en aquel infierno circular. Bordaba servilletas, con iniciales enlazadas, para hallar el hilo mágico, irrompible, que hace de dos hombres uno [...] Pero todo fue inútil. Los ojos furiosos no dejaron de mirarme nunca. Si pudiera encontrar la araña que vivió en mi casa —me decía a mí misma— con su hilo invisible que une la flor a la luz, la manzana al perfume, la mujer al hombre, cosería amorosos párpados a estos ojos que me miran, y esta casa entraría en el orden solar. Cada balcón sería una patria diferente; sus muebles florecerían; de sus copas brotarían surtidores; de las sábanas, alfombras mágicas para viajar al sueño; de las manos de mis niños, castillos, banderas y batallas... pero no encontré el hilo, Muni...”

        Ante esto, es don Clemente, el padre de Lidia, viejecillo de 60 años que ya chochea, quien juega cierto papel de inequívoco oráculo y Profeta del Nopal del más allá: 
   “Hallarás el hilo y hallarás la araña”, le dice. “Ahora tu casa es el centro del sol, el corazón de cada estrella, la raíz de todas las hierbas, el punto más sólido de cada piedra.” […] “Después de haber aprendido a ser todas las cosas, aparecerá la lanza de San Miguel, centro del Universo. Y a su luz surgirán las huestes divinas de los ángeles y entraremos en el orden celestial.”
         
Elena Garro de actuando con Carlos Fuentes y Rita Macedo
(México, 1964)
         Así, mientras en la bóveda celeste aún gire el globo terráqueo y aún no se oiga la estentórea trompeta del Juicio Final y luego empiece la vida eterna (en el Paraíso o en el Infierno) y por lo siglos de los siglos, amén, el aprendizaje de “ser todas las cosas” implica que tienen la virtud y la facultad de ser todo tipo de pequeñeces microscópicas y fenómenos naturales (o no), cuyas alusiones evocan las efímeras minucias que al unísono ve (como si lo hiciera a través de la esfera mágica de Alejando de Macedonia) el personaje Borges (el eterno e infructuoso pretendiente de la inasible Beatriz Viterbo) al acceder en la oscuridad a la visiones del minúsculo y esférico aleph, ubicado en la parte inferior del decimonoveno escalón de la escalera del sótano de la casona en la calle Garay (a punto de ser derruida) del poeta Carlos Argentino Daneri (“un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”, “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”): 

       “¡Yo quiero ser el pliegue de la túnica de un ángel!”, dice Muni, el suicida (de “cara azul”) de 28 años. 
      “¡Yo quiero ser el dedo índice de Dios Padre!”, dice Catita, la traviesa y juguetona chiquilla de 5. 
      “¡Y yo una ola salpicada de sal, convertida en nube!”, dice Eva, la nostálgica extranjera, ahogada a los 20. 
       “¡Y yo los dedos costureros de la Virgen, bordando... bordando...!”, dice Lidia, de 32. 
       “Y yo la música del arpa de Santa Cecilia”, dice doña Gertrudis, de 40.
   
Arturo Ripstein y Elena Garro bailando rocanrol
(México, 1964)
      “Y yo el furor de la espada de San Gabriel”, dice Vicente Mejía, de 23, listo para el virulento combate con su “traje de oficial juarista”.
      “Y yo una partícula de la piedra de San Pedro”, dice don Clemente, el Profeta del Nopal del más allá. 
      “¡Y yo la ventana que mira al mundo!”, dice Catita.
       Así, en el interior de la oscura cripta familiar (que es el escenario) cada uno empieza a desaparecer en un mágico y fugaz destello, puesto que se supone que en un tris se transforma en lo que declara: 
   “Me voy. Soy el viento. El viento que abre todas las puertas que no abrí, que sube en remolino las escaleras que nunca subí, que corre por las calles nuevas para mi uniforme de oficial y levanta las faldas de las hermosas desconocidas... ¡Ah, frescura!”. Dice Vicente Mejía. 
    “¡Ah, la lluvia sobre el agua!”. Dice don Clemente. 
   “¡Leño en llamas!”. Dice doña Gertrudis. 
   “¿Oyen? Aúlla un perro. ¡Ah, melancolía!”. Dice Muni, el triste suicida de “cara azul”. 
  “¡La mesa donde comen nueve niños! ¡Soy el juego!” Dice Catita, la escuincla de “botitas negras y un collar de corales en el cuello”.
  “¡El cogollito fresco de una lechuga!”. Dice Mamá Jesusita, la anciana de 80 confinada en su litera de piedra, siempre en camisón de dormir y “con la cofia de encajes”.
  “¡Centella que se hunde en el mar negro!” Dice Eva, la extranjera ahogada en las violentas aguas del mar, añorando siempre su indestructible casa en lo alto de las rocas (su hogar sólido) frente al eterno movimiento del agreste y salvaje océano.
 “¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de mi tumba!” Dice Lidia, la recién llegada.  

Octavio Paz, Elena Garro y su hija Helena Paz Garro
(París, 1949)



Elena Garro, “Un hogar sólido”, en Un hogar sólido y otras piezas en un acto, p. 9-34; primera edición editada en Xalapa por la Universidad Veracruzana con el número 5 de la Colección Ficción, impresa en los “Talleres Gráficos de la Nación el 29 de noviembre de 1958” con 152 páginas.


Colofón de Uno hogar sólido y otros piezas en un acto
Colección Ficción núm. 5, Universidad Veracruzana
Xalapa, 1958






lunes, 1 de abril de 2019

La hija de Rappaccini


Creció en mi frente un árbol
                                           
I de III
1956 es el año de la primera edición, en el FCE, del ensayo El arco y la lira (corregido y aumentado en 1967), la poética del poeta y ensayista Octavio Paz (1914-1998), que se complementa con Los hijos del limo (Seix Barral, 1974) y con “Poesía y fin de siglo”, ensayo incluido en La otra voz (Seix Barral, 1990). Pero también es el año de “La hija de Rappaccini” —el único drama teatral escrito por él—, cuyo estreno se sucedió el 30 de julio de 1956 en el Teatro del Caballito de la Ciudad de México dentro del segundo programa de Poesía en Voz Alta, con la dirección de Héctor Mendoza, la escenografía y el vestuario de Leonora Carrington y la música incidental de Joaquín Gutiérrez Heras. Y el año de su publicación en el número 7 de la Revista Mexicana de Literatura, correspondiente a septiembre-octubre de 1956, coeditada por Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo.
 
Nathaniel Hawthorne
(1804-1864)
        El libreto “La hija de Rappaccini” es la adaptación dramática del cuento “Rappaccini’s Daughter” que el norteamericano Nathaniel Hawthorne publicó en su libro Mosses from an Old Manse (1846), traducido por Marcelo Cohen como Musgos de una vieja casa parroquial (Acantilado, 2009) y por Rafael Lassaletta como Musgos de una vieja rectoría (Valdemar, 2015). “La hija de Rappaccini” es, asimismo, el título de un cuadro del pintor Roger von Gunten basado en la obra de Octavio Paz; y es, también, el nombre de la adaptación de tal libreto que hizo el dramaturgo Juan Tovar para la homónima ópera en dos actos del músico y compositor Daniel Catán, estrenada el jueves 25 de abril de 1991 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.

     
En 1958 “Ante la casa de Ireneo Paz, su abuelo paterno,en la que hoy es la Plaza Valentín Gómez Farías.” 
Donde el poeta vivió en la infancia, en la adolescencia y en la primera juventud.
Foto de Ricardo Salazar incluida en Octavio Paz, entre la imagen y el hombre (CONACULTA, 2010),
iconografía en blanco y negro seleccionada y prologada por Rafael Vargas.
      Junto a la inefable calidad de la poesía de Octavio Paz —piénsese, por ejemplo, en los textos de La estación violenta (FCE, 1958), en “Nocturno de San Ildefonso” y en algunos poemas de Árbol adentro (Seix Barral, 1987)—, y junto a los alcances de su vasta y controvertida labor crítica y ensayística, el libreto “La hija de Rappaccini”, al ser el único resulta un homúnculo (“especie de duendecillo que pretendían fabricar los brujos de la Edad Media”, reza la obsolescente antigualla del Pequeño Larousse) y en consecuencia es una curiosidad dentro de la escritura del Premio Nobel de Literatura 1990, quien la incluyó —con fecha de 1956 y dedicado a la pintora y escultora surrealista Leonora Carrington— en el onceavo volumen de sus Obras completas: Obra poética I (1935-1970), impreso en Barcelona, en 1996, por Círculo de Lectores, y en México, en 1997, por el Fondo de Cultura Económica.

      
(FCE, 2ª edición, México, marzo 31 de 1997)
        “La hija de Rappaccini”, el libreto de Octavio Paz, fue antologado por Maruxa Vilalta en la Primera antología de obras en un acto (1959), Colección de Teatro Mexicano dirigida por Álvaro Arauz; y por Antonio Magaña-Esquivel en el tomo V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, 1970). Y sólo hasta 1990 se publicó en un libro impreso por Ediciones Era; en cuya portada de la coedición de 2008 pergeñada entre Era y El Colegio Nacional se aprecia una foto en blanco y negro de la histórica puesta en escena de “La hija de Rappaccini”, en 1956, dentro del segundo programa de Poesía en Voz Alta; y en la contraportada se lee una nota donde Octavio Paz acota y alecciona sobre su libreto (nota no incluida en el onceavo volumen de sus Obras completas): 

Portada de la coedición del Colegio Nacional y Ediciones Era (2008).
Foto de la puesta en escena de 
“La hija de Rappaccini, en 1956,
dentro del segundo programa de Poesía en Voz Alta.
          “Adaptación de un cuento de Nathaniel Hawthorne, mi pieza sigue la anécdota, no el texto ni su sentido: son otras mis palabras y otra mi noción del mal y del cuerpo. La fuente de Hawthorne —o la fuente de las fuentes— está en la India. Mudra Rakshasa (El sello del anillo de Rakshasa), del poeta Vishakadatta, que vivió en el siglo IX, es un drama político que tiene por tema la rivalidad de dos ministros. Entre las estratagemas de que se vale uno de ellos para vencer a su rival se encuentra el regalo de una deseable muchacha alimentada con venenos. El tema de la doncella convertida en viviente frasco de ponzoña es popular en la literatura india y aparece en los Puranas. De la India pasó a Occidente y, cristianizado, figura en la Gesta Romanorum y en otros textos. En el siglo XVII Burton recoge el cuento en The Anatomy of Melancholy y le da un carácter histórico: Porus envía a Alejandro una hermosa muchacha repleta de veneno. Thomas Browne repite la historia: ‘Un rey indio envió a Alejandro una hermosa muchacha alimentada con acónito y otros venenos, con la intención de destruirlo, fuese por medio de la copulación o por otro contacto físico.’ Browne fue la fuente de Hawthorne.



II de III
El libreto “La hija de Rappaccini” de Octavio Paz es una especie de fábula, una “pieza en un acto” con IX escenas, un “Prólogo”, un “Epílogo”, y seis personajes: El mensajero (ser intemporal); Isabel (criada vieja); Juan (estudiante de jurisprudencia oriundo de Nápoles); Rappaccini (célebre médico en Padua); Beatriz (hija de Rappaccini); y Baglioni (doctor de la facultad de medicina). Todo ocurre con celeridad en un ámbito fantástico, herbolario y arbóreo ubicado en Padua. Los protagonistas no tienen carne ni huesos, son artificiales, alegorías de los sentimientos humanos, de la controvertida ética de la indagación científica, y de las fronteras y vínculos morales entre la vida y la muerte, entre un padre y su hija, y entre una volátil y joven pareja de recién enamorados. Bajo el tamiz y el trazo de una visión y aliento poético, los personajes poetizan a cada instante: todos hablan como poetas, con infalible prosa poética o poemas en prosa. 
La otra voz, es decir, la música y tesitura de la poesía de Octavio Paz se escucha y aletea aquí en líneas y pasajes; el simple mortal y el lector de alto pedorraje pueden reconocerlo, oír la “raíz del hombre” que indujo la pulsión y el latir de la pluma y el fluir de la tinta: “se oye como quien oye llover”, “el laberinto de la soledad”, “el cántaro roto”, su “libertad bajo palabra”, quedarse con la pedrería (“¿no hay salida?”), con las “semillas para un himno entre ruinas”. 
Octavio Paz y Elena Garro en 1937
       Por ejemplo, en el primero de los cuatro poemas (escritos entre 1935 y 1936) que integran Raíz del hombre —título de su tercera plaquette publicada en 1937 con el sello de Simbad e integrada como sección en Libertad bajo palabra. Obra poética (1935-1957) (FCE, 1960)—, la voz poética canta: 


        Más acá de la música y la danza,
         aquí, en la inmovilidad,
         sitio de la música tensa,
         bajo el gran árbol de mi sangre,
         tú reposas. Yo estoy desnudo
         y en mis venas golpea la fuerza,
         hija de la inmovilidad.

         Este es el cielo más inmóvil,
         y ésta la más pura desnudez.
         Tú, muerta, bajo el gran árbol de mi sangre.

         Mientras que en los dos parlamentos con los que en la “Escena IX” casi termina La hija de Rappaccini, como si Octavio Paz hubiera urdido un diálogo entre los cuatro poemas de Raíz del hombre y el libreto teatral, Beatriz, la bella tarántula o enigmática flor envenenada y venenosa en esa romántica e inextricable comunión de muerte y vida que es su suicidio: su entrega y abandono al árbol fantástico de sus días y sus noches y de sus pulsiones más íntimas y oscuras (su árbol adentro), monologa y canta lo siguiente: 

“No, regreso a mí misma. Al fin me recorro y me poseo. A oscuras me palpo, a oscuras penetro en mi ser y bajo hasta mi raíz y toco el lugar de mi nacimiento. Estatua, sangre sin salida, isla, peñasco solitario, torre de llamas: en mí empiezo y en mí termino. Me ciñe un río de cuchillos, soy intocable [...]
        “Ya di el salto final, ya estoy en la otra orilla. Jardín de mi infancia, paraíso envenenado, árbol, hermano mío, hijo mío, mi único amante, mi único esposo, ¡cúbreme, abrázame, quémame, disuelve mis huesos, disuelve mi memoria! Ya caigo, ¡caigo hacia dentro y no toco el fondo de mi alma!”

No obstante, vale observar que en el epicentro del apasionado, onírico y ardiente fantaseo que en la “Escena VI” dialogan Juan y Beatriz (cuyos arquetipos son el Cantar de los cantares y de Romeo y Julieta), ambos urden la platónica telaraña, inasible y evanescente, de una comunión arbórea y amorosa aparentemente inextricable y sin fin: 

Octavio Paz y Elena Garro en 1937
        “JUAN. Rodearte como el río ciñe a una isla, respirarte, beber la luz que bebe tu boca. Me miras y tus ojos tejen para mí una fresca armadura de reflejos. Recorrer interminablemente tu cuerpo, dormir en tus pechos, amanecer en tu garganta, ascender el canal de tu espalda, perderme en tu nuca, descender hasta tu vientre... Perderme en ti, para encontrarme a mí mismo, en la otra orilla, esperándome. Nacer en ti, morir en ti. 

“BEATRIZ. Girar incansablemente a tu alrededor, planeta yo y tú sol
“JUAN. Frente a frente como dos árboles
“BEATRIZ. Crecer, echar hojas, flores, madurar
“JUAN. Enlazar nuestras raíces
“BEATRIZ. Enlazar nuestras ramas
“JUAN. Un solo árbol
“BEATRIZ. El sol se posa en nuestra copa y canta
“JUAN. Su canto es un abanico que se despliega lentamente
“BEATRIZ. Estamos hechos de sol
“JUAN. Caminamos y el mundo se abre a nuestro paso
“BEATRIZ. (Despertando.) No, eso no. El mundo empieza en ti y acaba en ti. Y este jardín es todo nuestro horizonte.
“JUAN. El mundo es infinito; empieza en las uñas de los dedos de tus pies y acaba en la punta de tus cabellos. Tú no tienes fin.”

     
Teatro del Caballito (donde estuvo la Sala Guimerà)
Ciudad de México
Allí, el 30 de julio de 1956 se estrenó 
“La hija de Rappaccini”,
el único libreto teatral escrito por Octavio Paz.
         No obstante, considerado dentro de la estructura y el decurso de la obra, el lenguaje poético, para ciertos naturalistas y realistas obtusos, quizá resulte retórico y muy recitado o muy ampuloso y artificial para significar el intríngulis que los protagonistas se dicen unos a otros. Ante esto, vale volver a recordar que la obra fue escrita y montada para el segundo programa de Poesía en Voz Alta, el legendario e histórico experimento poético y teatral de los años 50 del siglo XX concebido en el seno del teatro universitario de la UNAM, y que sobre ello el historiador y crítico teatral Antonio Magaña-Esquivel, en el citado tomo V de Teatro mexicano del siglo XX —donde también fue antologado “La señora en su balcón” (1960), libreto de Elena Garro—, anotó lo siguiente sobre “La hija de Rappaccini”:

“Se advierte en Octavio Paz el afán de renovar la función poética del drama, sacar a la poesía de su soledad, de su clandestinidad, para recuperar acción y procurar la reconciliación de los términos poesía-teatro.”
Vale añadir que en el cuarto programa de Poesía en Voz Alta, “ya casi sin el patrocinio de la UNAM”, el 19 de junio de 1957 en el Teatro Moderno de la Ciudad de México participó Elena Garro, “también bajo la dirección de Héctor Mendoza”, con sus primeros libretos: “Andarse por las ramas”, “Los pilares de doña Blanca” y “Un hogar sólido”, luego reunidos por ella, con otras tres obras en un acto, en Un hogar sólido (UV, 1958), su primer libro. Cuya segunda y última edición la Universidad Veracruzana publicó en 1983, en Xalapa, con seis piezas más y una serie de viñetas del pintor y escultor Juan Soriano.


III de III
Se puede decir que una especie de fantasmal e híbrido de aromática flor negra y tóxica tarántula sigue recorriendo la urdiembre maldita y las oscuras nervaduras y profundidades de La hija de Rappaccini”, que su terrible, magnético y enervante efluvio odorífico no ha perdido actualidad y quizá nunca lo pierda mientras el solitario planeta Tierra esté infestado por la beligerante y corrosiva plaga humana.
El mensajero —personaje inmaterial de La hija de Rappaccini— juega el papel que en el teatro otrora jugó el coro griego. El mensajero es un ente hermafrodita ataviado con los arcanos del Tarot. No es Dios, pero es omnisciente, eterno y ubicuo. A él le corresponde, como cronista intemporal, resumir, acotar e interpretar los trasfondos, sueños, deseos y sucesos que se dialogan y establecen entre los protagonistas. Para ello, al principio, traza y cierne la fatalidad cósmica que cifran los designios de los personajes: el centro de la danza (vida y muerte) que rige el movimiento de los astros, del mar y de la naturaleza terrestre. El centro de la danza cósmica es la Reina nocturna, la dama infernal, la estrella fija, la lunar piedra de sol (una especie de diosa hindú de mil rostros y brazos —caprichosamente podría decirse y parafrasearse— pariente o descendiente de Mutra, amorosa madre a un tiempo engendradora y destructora), “que duerme la mitad del año y luego despierta ataviada de pulseras de agua, alternativamente dorada y oscura, en la mano derecha la espiga solar de la resurrección”; y el Rey de este mundo, su enemigo, está “sentado en su trono de estiércol y dinero, el libro de las leyes y el código de la moral sobre las rodillas temblorosas, el látigo al alcance de la mano —el Rey justiciero y virtuoso, que da al César lo que es del César y niega al Espíritu lo que es del Espíritu”.
En ese contexto simbólico, complejo, abstruso, ominoso, beligerante y contradictorio, el doctor Rappaccini, célebre en Padua, quien ha concebido curas sorprendentes ante el respeto y el repudio de los colegas de su tiempo, es una mezcla de alquimista, farmacéutico, médico y botánico. En el jardín de su casa-laboratorio cultiva una serie de hierbas, plantas, árboles y flores insólitas inventadas por él. Todo ese herbario, atractiva y enigmáticamente aromatizado, es inmortal, venenoso, repulsivo y antiestético a simple vista. Allí no zumban las moscas ni las abejas. No cantan los grillos ni las cigarras. No hay insectos ni lagartijas, ni ningún tipo de pájaros ni arácnidos astronautas. No hay rosas ni margaritas ni violetas, ni ningún ejemplar de flor silvestre y mucho menos de onírica flor de Coleridge. Pero la más preciada y seductora de las flores del mal creadas por él es nada menos que Beatriz, su aromática hija. 
Irresistiblemente bella y fragante, Beatriz semeja una flor letal que a la vez es una mefítica y hermosa tarántula, cuya condena es subsistir en el inframundo de los hilos de la telaraña de ese laberinto de la soledad, creado para la megalomanía y el egocéntrico beneficio de los experimentos y pesquisas de su padre. A través de esos malabares con la vida y la muerte, el doctor Rappaccini busca la vida eterna: el elíxir de la larga vida, casi como en las laberínticas catacumbas el jorobado y subterráneo nigromante busca la piedra filosofal: el poder de transmutar los metales en oro. Todo sugiere que a través de ese plantío y de su hija, su conejillo de indias, casi lo ha conseguido. Beatriz ha sido nutrida con los venenos y con las olorosas ponzoñas del jardín, cuyo epicentro es un árbol fantástico; por ende, para sobrevivir, ella necesita esas texturas, esas savias y esos efluvios. Las emanaciones de su aliento, enervantes y perfumados, al mínimo soplo ennegrecen y marchitan un ramo de rosas en su arríate o recién cortadas. 
Todo sugiere que nadie puede acercársele y tocarla con la punta de los dedos porque enloquecería o moriría con enfermedades como la lepra, la peste, el tifo, “las arañas del delirio” o “la baba verde”. Así, parece una descendiente o lejana hermanastra de la mítica mandrágora, esa planta maldita de forma humana descrita por Margarita Guerrero y Jorge Luis Borges en el Manual de zoología fantástica (FCE, 1957), y que según las inmemoriales y antiguas leyendas crecía al pie de las horcas, precisamente del semen que los ahorcados lanzaban o dejaban escurrir sobre la tierra segundos antes de morir. 
Mandrágora femenina
         Según esto, las hojas de la mandrágora son útiles para fines narcóticos, curativos, mágicos y laxantes. La fuerza de su olor deja mudas a las personas. Grita y muere cuando la arrancan. Y su grito enloquece a quienes lo oyen. Por ello sólo puede ser arrancada de la tierra por medio de perros suicidas debidamente entrenados que mueren al instante. Beatriz, en su calidad de peligrosa mandrágora, es víctima y culpable aunque se piense inocente y pura; acepta su condena de flor del mal, de “manzana envenenada”, de “isla maldita”, de mortífera tarántula, la soledumbre, brindando a su hermano que la nutre: el solitario árbol fantástico plantado en medio del jardín, su nostalgia por el amor de un príncipe azul, no del Paraíso ni de un cuento de hadas con eterno final feliz, sino de carne y hueso y por ende susceptible de amar y ser amado.

Cuando éste se le aparece en la figura de Juan, el estudiante de derecho oriundo de Nápoles, no puede eludir el influjo de la seducción amorosa ni caer en las telarañas del deseo; es decir, pese a que Beatriz se sabe una especie de mortal mandrágora (con seductor canto de sirena) frente a los simples humanos, no puede detenerse ante lo que exigen las pulsiones más íntimas de su cuerpo y de sus recónditos sentimientos. Pero cuando Juan, que parecía haberse enamorado de ella hasta el límite de renunciar a su propia vida (según presupone el canon de la ideal y platónica pasión romántica), descubre que la fémina lo ha convertido en un bicho venenoso, que sin consultarlo lo ha atrapado en los hilos negros y transparentes de esa telaraña-laberinto y odorífico herbario de la muerte y que ahora su propio aliento ennegrece y marchita a una flor húmeda por las gotas del rocío; entonces la insulta, la desprecia, le grita, le sorraja y le escupe su dizque respeto por la vida de los otros, que en realidad maquilla y disfraza su aprehensión hacia sí mismo, su egoísmo que lo impele a rechazar su conversión —gracias a los entomológicos oficios del doctor Rappaccini— en un insecto mortífero atrapado sin salida en ese delirante laberinto de soledad y telaraña del mal. Pero sobre todo lo induce a renunciar y a odiar a esa paradójica, aromática y atractiva mujer, a esa negra tarántula, mantis religiosa o esplendente flor supuestamente amada y amorosa, que lo conducía, como un minúsculo gusano ciego y por el costo de su libre albedrío y de su libertad, hacia el encierro, hacia el silencio sin retorno donde se oscurece y diluye el sentido y para siempre, no sin antes acceder, por breves y vaporosos instantes, a la intensidad del placer, que quizá sea la única comunión carnal y amorosa que permite a la pareja vislumbrar, en ínfimos y fugaces segundos, el misterio e inescrutable sentido de lo eterno, si es que tal entelequia existe o es posible.
        Beatriz, encarnando el arquetipo de la frustrada pasión romántica, ante el rechazo, la incomprensión y la pérdida del sujeto amado, decide suicidarse con un antídoto que en ella funciona como veneno. Pero su muerte es también un paradójico abandono y entrega a otra vida (sin vida), una entrega incestuosa al árbol fantástico de ese jardín del mal, su árbol adentro, su otro yo al que día a día solía confesarle sus sueños y secretos. Íntima comunión que recuerda lo que se lee en los versos de “Árbol adentro”, poema que Octavio Paz incluyó en su libro homónimo de 1987 (el último poemario que publicó): 

Creció en mi frente un árbol.
Creció hacia dentro.
        Sus raíces son venas,
        nervios sus ramas,
        sus confusos follajes pensamientos.
        Tus miradas lo encienden
         y sus frutos de sombras
        son naranjas de sangre,
        son granadas de lumbre.

        Amanece
        en la noche del cuerpo.
        Allá adentro, en mi frente,
        el árbol habla.

        Acércate, ¿lo oyes?

        
Octavio Paz el 9 de agosto de 1977
Foto: Manuel Álvarez Bravo
       Ese árbol fantástico, engendro del pesadillesco y aromático laboratorio-jardín del doctor Rappaccini, fue el único amante incestuoso que tuvo Beatriz: la nutría con sus venenos, con su presencia, con su mudo vocabulario, y con sus sordos y elocuentes oídos; y al que ahora, con su muerte, reconoce como esposo amado, padre, hijo y hermano, y que con su entrega se poseen, se deja poseer hasta perderse entre sí y por los siglos de los siglos en la telaraña del críptico e inaudible lenguaje de los árboles

Ante el drama de Beatriz, el doctor Rappaccini se desespera, trata de salvarla y de salvar al jovenzuelo, objeto de la pasión de su hija, pero más que por ella, por su apego hacia sí mismo, para evitar que lo deje extraviado en su propio laberinto de la soledad. “Hija, ¿por qué me has abandonado?”, es lo último que dice ante su irreparable pérdida.
        En el centro gravitacional de toda esa danza macabra, de toda la exaltación de egoísmos confrontados, de contradicciones, debilidades y ambiciones humanas, lo terrible y siniestro —más allá de las limitaciones, de las necesidades afectivas y sexuales de Beatriz y de su inequívoca falta de ética— se vislumbra y advierte en lo que en un instante Juan, el amante engañado, le replica a ella (y ante lo cual la contradictoria fémina se lavaba las manos con la máscara de la inocencia, de la pureza y la bondad): “Este jardín es un arsenal. Cada hoja, cada flor, cada raíz, es un arma mortal, un instrumento de tortura. Nos paseamos muy tranquilos por la casa del verdugo y nos enternecemos ante sus creaciones...” 
      Tiene razón el doctor Rappaccini cuando dice que “la esfera [cósmica] está hecha de muerte y vida”, y que “lo que para unos es vida, para otros es muerte”. Pero resulta estremecedor (y muy elocuente como minúsculo e infinitesimal espejo de la espiral de la historia) que para satisfacer sus egocéntricas y caprichosas investigaciones y sus razonamientos científicos (sin escrúpulos de ninguna especie) haya utilizado la vida de otros humanos y la de su propia hija. “La razón cría monstruos”, acota el doctor Baglioni, uno de los personajes, lo cual, por analogía, evoca el sentido profundo y tenebroso de El sueño de la razón produce monstruos, que tal vez sea el más célebre de los ochenta Caprichos (1799) del pintor y grabador español Francisco de Goya y Lucientes. 
El sueño de la razón produce monstruos (1799)
Grabado de Francisco de Goya y Lucientes
       Y el cuestionamiento a la ética de los procedimientos de la razón científica (no siempre pura ni benévola) se hace todavía más patente, si se fantasea en la multiplicación de ese herbazal deletéreo, enervante y aromático convertido en infalible y masiva arma al servicio de los militares (de la supuesta inteligencia o no) que manipulan y ningunean no sólo las naciones más poderosas, belicosas y genocidas del solitario y sangriento globo terrestre; o en el remoto caso (suena a argumento de novela underground o de película de ciencia ficción hollywoodense) de que se llegase a la posibilidad de fabricar ejércitos de homúnculos capaces de “secar las cosechas y envenenar las fuentes”, de asesinar con el tacto y con el sopor atractivo de sus alientos.


Octavio Paz, La hija de Rappaccini, en Obra poética I (1935-1970), p. 235-260, undécimo volumen de Obras completas. Edición del autor. Círculo de lectores/FCE. México, marzo 31 de 1997. 



domingo, 9 de octubre de 2016

Bioygrafía

Todo pasado está igualmente cerca

I de XIV
Editado por Tusquets en la Colección Andanzas, el libro Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares apareció en Argentina en “abril de 2016” y en México en “junio de 2016”. Silvia Renée Arias (Tres Arroyos, Buenos Aires, 1963), su autora, apunta en su “Nota preliminar” que frecuentó a Bioy “A lo largo de los cinco últimos años de su vida” y que estuvo presente el día de su fallecimiento a sus 85 años, ocurrido en el CEMIC de Las Heras, en Buenos Aires, a las 18:50 horas del “lunes 8 de marzo de 1999” (“pude darle el beso del adiós minutos antes de que partiera definitivamente de este mundo”, dice). Pero además tiene en su haber dos libros previos a éste, donde también explora y bosqueja vertientes y entresijos de la vida y obra de Adolfito, el legendario héroe de las mujeres, esposo de Silvina Ocampo desde el 15 de enero de 1940 (hasta que ella murió, a los 90 años, “el martes 14 de diciembre de 1993”), y entrañable amigo de Jorge Luis Borges desde “1931 o 32” (hasta que éste murió, casi a los 87 años, el sábado 14 de junio de 1986): Bioy en privado, impreso en 1998, en Buenos Aires, por Lázara Grupo Editor, de escasa o nula circulación fuera de la Argentina, urdido con conversaciones que ella sostuvo con Bioy, más “testimonios de sus más queridos amigos” y “una colección de fotos de automóviles clásicos citados en varias de sus obras”; y Los Bioy, centralmente las memorias y vivencias de Jovita Iglesias, el ama de llaves y asistente doméstica de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en el piso de Posadas 1650 durante más de cinco décadas (1949-2001), finalista en España del XIV Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias, publicado en Buenos Aires por Tusquets, en 2002, en la Colección Andanzas, y en Barcelona, en 2003, en la Colección Fábula. Libros que la nutrieron y cita en las páginas de su Bioygrafía, a lo que se añade el intrínseco hecho que declara en su “Nota preliminar”: “esta Bioygrafía está basada —además de los recuerdos personales—, en material que fui guardando a lo largo de veinte años, desde aquel lejano 1994, cuando lo conocí.”
Adolfo Bioy Casares y Silvia Renée Arias
  Amén de la “Nota preliminar”, la Bioygrafía de Silvia Renée Arias comprende una breve iconografía en blanco y negro con deficiente resolución, más las postreras “Notas”, la “Bibliografía” y los “Agradecimientos”. Y está dividida en once capítulos, a su vez subdivididos en breves subcapítulos con rótulos, lo cual facilita la consulta temática y cronológica: “Capítulo I (1914-1926)”, “Capítulo II (1926-1931)”, “Capítulo III (1931-1940)”, “Capítulo IV (1940-1949)”, “Capítulo V (1950-1955)”, “Capítulo VI (1956-1967)”, “Capítulo VII (1967-1973)”, “Capítulo VIII (1974-1986)”, “Capítulo IX (1986-1992)”, “Capítulo X (1992-1996)” y “Capítulo XI (1996-1999)”.

Colección Andanzas, Tusquets Editores
México, junio de 2016
  Como a priori se puede inferir, Silvina Renée Arias esboza pormenores de la biografía de Adolfo Bioy Casares desde su nacimiento en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914 en el seno de una acaudalada familia estanciera (por las vías materna y paterna), hasta su fallecimiento. Y al unísono bosqueja detalles de su persona y personalidad, y minucias del contenido o de la escritura y edición de buena parte de los libros que publicó en vida, desde su primer libro de cuentos: Prólogo, editado en 1929 con el sello de imprenta Biblos, que él firmó como Adolfo V. Bioy (la V por su segundo nombre: Vicente), cuya edición de 300 ejemplares pagó el Dr. Bioy, su padre; hasta el último: De las cosas maravillosas, que pese haber sido editado en 1999, en Buenos Aires, por Temas Grupo Editorial, Bioy ya no vio. Sin excluir la obra editada y escrita a cuatro manos con Borges, y la novela policial urdida con Silvina Ocampo, más la póstuma edición de sus diarios a cargo de Daniel Martino: Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Sudamericana, 2001) y el voluminoso Borges (Destino, 2006), los cuales se sumaron al primero que cuidó y editó con Bioy: De jardines ajenos (Tusquets, 1997).

Contraportada
  Vale subrayar, no obstante, que la biografía de Bioy escrita por Silvia Renée Arias, con grandes huecos y omisiones, y datos apenas o a medias esbozados, no es exhaustiva, y sí ligeramente polémica (por ejemplo, la infidelidad y el donjuanismo de Bioy, la descalificación de la obra de Ernesto Sabato y la recíproca antipatía, las desavenencias de él y Borges con Victoria Ocampo, y lo que se le adjudica a María Kodama como generadora del distanciamiento entre él y Borges, y la decisión de enterrarlo en Ginebra). Ni tampoco es, en torno a su obra, un libro ensayístico ni analítico, sino anecdótico, parcial, laudatorio y fragmentario, de lectura amena y envolvente, y muy poco crítico. Pero también dramática y dolorosa, por ejemplo, cuando bosqueja el declive y el deceso de Silvina Ocampo; la súbita muerte de su hija Marta tras ser atropellada por un auto cuando aún tenía 39 años y a escasas tres semanas del fallecimiento de Silvina; y las enfermedades y dolencias físicas del propio Bioy, paulatinamente agudizadas a partir de “La mañana del sábado 24 de octubre de 1992”, cuando en su piso de Posadas se cayó de un banquito al que se había subido “para buscar un rollo de hilo dental, y resbaló”. Según apunta la biógrafa: “El golpe le había producido la fractura del fémur derecho, y una parte de ese hueso se había incrustado en la pelvis. Lo que no sabemos es si Bioy tomó conocimiento de que la caída se produjo a raíz de la rotura del fémur, y en consecuencia, si en ese u otro momento, con el paso de los días, le anunciaron que padecía un cáncer en los huesos. Lo único cierto es que poco después estaba en una cama del CEMIC, con un sistema de pesas para los huesos, una tracción en la rodilla, un clavo de lado a lado, una pesa y la pierna colgada.”

Pero lo que desconcierta en la Bioygrafía y demerita el acopio y la glosa no son las erratas de la edición ni la baja calidad de las imágenes (asunto que se le puede achacar a la empresa editorial), sino los errores y descuidos de la propia autora, mismos que se observan a lo largo de su libro. Por ejemplo, en la página 28, en el bosquejo del cortejo fúnebre del ex presidente Victorino de la Plaza, fallecido el 2 de octubre de 1919, y que el niño Bioy, de cinco años, presenció, dice: “Varios hombres, entre ellos Julio A. Roca, y un grupo de señoras y señoritas de la sociedad, llevaban los cordones del féretro. El cortejo desfiló por la avenida y se detuvo en el sitio donde se ensanchaba, formando un amplio círculo. Bioy nunca olvidaría la congoja que sintió.” Pero el general Julio Argentino Roca, alias el Zorro, dos veces presidente de la Argentina, había muerto el 14 de octubre de 1914, un mes después de que Adolfito naciera. 

II de XIV
En su esbozo del primer encuentro de Borges y Bioy en la regia quinta de San Isidro, donde vivía Victoria Ocampo, sucedido, dice en la página 61 de su Bioygrafía, en “la primavera de 1931, noviembre tal vez”, apunta con presteza en la página 62: “Adolfito sí sabía de quién se trataba: [Borges] había publicado cuatro libros de ensayos, una biografía y tres poemarios, y obtenido el Segundo Premio Municipal de Prosa por El idioma de los argentinos, publicado en 1928.” Pero hacia noviembre de 1931, Borges sólo había publicado tres libros de ensayos de escaso tiraje y no cuatro: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928); y, efectivamente, una biografía (no ortodoxa): Evaristo Carriego (1930), y tres poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Ese Segundo Premio Municipal, Borges lo alude en la página 62 de su Ensayo autobiográfico (GG/CC/Emecé, 1999), cuya primera edición en inglés data de 1970: “En 1929 [sic] ese tercer libro de ensayos ganó el segundo Premio Municipal, que consistía en tres mil pesos, lo cual en aquella época era una suma señorial de dinero.” Vale recordar que algunos biógrafos de Borges repiten más o menos esto y otros afirman que el premio fue por Cuaderno San Martín; es por ello que James Woodall apunta en la página 121 de La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998): “A principios de 1929 o a fines de ese año (no poseemos datos precisos sobre ese punto) Borges ganó un premio literario; sólo podemos decir que lo ganó, o bien por El idioma de los argentinos o bien por Cuaderno San Martín o, posiblemente, cada uno de estos haya ganado premios.” Cosa que, curiosamente, registra Horacio Jorge Becco en su “Cronología bibliográfica” incluida en Jorge Luis Borges. Bibliografía total 1923-1973 (Pardo, 1973): “1928”: “Reúne algunos ensayos en su libro, El idioma de los argentinos, con el cual mereció el Segundo Premio Municipal de Prosa”; “1929”: “El tercer libro de poemas: Cuaderno San Martín. Se le otorga el Segundo Premio Municipal de Poesía.”
Jorge Guillermo Borges y El Caudillo (Palma de Mallorca, 1921).
En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987).
       Pero el caso es que en la citada página 62 de su Bioygrafía, al referirse a Fervor de Buenos Aires (1923) y a Luna de enfrente (1925), Silvia Renée Arias afirma: “Esos libros no fueron los primeros que Borges escribió, sino el cuarto y el quinto publicados.” Lo cual no es así, pues Fervor de Buenos Aires es el primero y Luna de enfrente el tercero. Líneas después, en la misma página 62, Silvia dice que el padre de Borges “escribió una novela, El caudillo, publicada por Tor”; pero si bien Ediciones Tor, con el número 3 de la Colección Megáfono, publicó, en 1935, Historia universal de la infamia —el primer libro de narrativa breve de Borges—, El Caudillo, la novela de su padre, Jorge Guillermo Borges, no la publicó Tor, sino que fue una edición privada impresa, en 1921, en Palma de Mallorca. En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987), con “Recopilación y ordenamiento de Miguel de Torre Borges” y “Prólogo” de Bioy, se observa la “Portada y página 7 de El Caudillo, de Jorge G. Borges. Palma de Mallorca, 1921.” Y una foto de éste “por la época” en que la publicó. Luego, en la misma página 62 de la Bioygrafía, al referir el diálogo inicial que Borges y Bioy tuvieron en “los salones de San Isidro”, Georgie con 32 años y Adolfito con 17, la biógrafa dice que “Bioy recordaba que Borges le preguntó qué escritores prefería, y él le contestó que sentía especial preferencia por Gabriel Miró, Azorín, Cancela y Joyce. ‘Sí, Joyce es una intención, un acto de fe, una promesa, la promesa de cuando lo lean les va a gustar’, le dijo Borges.” Consabido episodio que Bioy alude en “Libros y amistad”, artículo autobiográfico escrito en francés ex profeso para el número  monográfico que L’Herne, en 1964, en París, le dedicó a Borges, y que Bioy compiló, en español, en su libro de ensayos La otra aventura, que Alberto Manguel le publicó, en 1968, en Buenos Aires, en la Editorial Galerna. Pero si bien el Ulysses de Joyce se publicó en 1922 y Borges lo había reseñado en Inquisiciones (no obstante dice allí: “Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es”) —y los dos, con Silvina Ocampo, elegirían un fragmento en la edición de 1940 de la Antología de la literatura fantástica, al que en la edición de 1965 añadirían otro, pese a que en ambos casos erradamente fechan el Ulysses en 1921—, la equivocada minucia de la biógrafa se lee al ubicar el Finnegan’s Wake en 1931, pues data de 1939: “Borges tenía razón: la gente admiraba a Joyce, pero no lo leía. ¿Cuántos habían leído esos mamotretos ‘oscuros y tan viejos como la vanguardia’ llamados Ulises y Finnegan’s Wake? Bioy admirada el Ulises, le atraía como a toda la gente de su época, pero con los años iba a desaprobarlo.”


III de XIV
En la página 72 de la Bioygrafía, comprendida en el “Capítulo III (1931-1940)”, cuando acaba de referir el inicio del vínculo amoroso entre Silvina Ocampo y Bioy (“Silvina iba a cumplir treinta y un años, y Adolfito, veinte”), afirma que, “en general”, los “cuentos [de él] seguían siendo meras adaptaciones de sueños”. Y líneas abajo añade: “Ya llegaría el día en que publicaría, junto a Jorge Luis Borges, en la Antología de relatos breves, la historia de Chua Tsú [sic], sobre la idea del sueño encadenado y tal vez infinito, el sueño y su indescifrable ambigüedad: ‘Chua Tzú [sic] soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre’.” Vale observar que la antología que refiere la biógrafa en cursivas no se titula así, sino Cuentos breves y extraordinarios, libro impreso por Raigal, en Buenos Aires, en 1955, tal y como aparece datado en la correspondiente nota 19. Ese lapsus remite a la página 58 donde escribe “Enciclopedia Larrouse”, en vez de Larousse; y al lapsus que comete cada vez que cita El jardín de senderos que se bifurcan (páginas 104, 109, 147 y 299), libro de cuentos de Borges editado por Sur el “30 de diciembre de 1941” (no enlistado en su “Bibliografía”), pues ella le inserta el artículo “los” antes de senderos. La versión transcrita por la biógrafa es, efectivamente, la que figura en Cuentos breves y extraordinarios, pero allí el nombre del filósofo chino no figura como “Chua Tsú” ni “Chua Tzú”, sino Chuang Tzu, de ahí que esté titulada “El sueño de Chuang Tzu”. Tal versión, hecha de la traducción inglesa de Herbert Allen Giles datada en 1889, quizá la hizo sólo Borges, pues él, en solitario y tal cual, la compiló en su Libro de sueños, antología de narrativa breve publicada en Buenos Aires, en 1976, por Torres Agüero. Pero el mero día de publicar a cuatro manos (o a seis) ese celebérrimo y minúsculo relato de Chuang Tzu llegó 15 años antes de los Cuentos breves y extraordinarios, pues en la página 240 de la susodicha Antología de la literatura fantástica, editada por Sudamericana el 24 de diciembre de 1940 (se lee en colofón), Borges, Bioy y Silvina publicaron, sin título y dizque “Del libro de Chuang Tzu (300 A.C.)”, una versión ligeramente distinta, menos bella y menos eufónica: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.” Vale añadir que en la edición de 1965 de la Antología —que es la sucesivamente reeditada hasta el presente— se reitera la misma variante de 1940, pero titulada “Sueño de la mariposa”. 
Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940)
Páginas 240-241

IV de XIV
Entre las páginas 84-85, apunta la biógrafa: “A propósito de Borges, el 29 de abril de ese año [1936] publicó en Viau y Zona su tercer libro de ensayos, Historia de la eternidad, y poco después llevó a Bioy a la casa de Manuel Peyrou, para que lo conociera. Peyrou vivía en la calle Austria, tenía treinta y dos años y era abogado como su padre, que se había recibido en la misma promoción que el Dr. Bioy, aunque Manuel no ejerció nunca.” Vale observar que Historia de la eternidad no es el “tercer libro de ensayos” de Borges, sino el sexto o el séptimo, según se vea; es decir, había publicado los siguientes cinco libros de ensayos: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928), Evaristo Carriego (1930) —que es un esbozo biográfico, pero también un compendio de ensayos (con numerosas variantes y añadidos en la edición de 1955 impresa por Emecé), Discusión (1932), y luego el sexto o séptimo: Historia de la eternidad (1936), pues recogió el ensayo titulado Las kenningar, una delgada plaquette de 26 páginas editada en 1933, en Buenos Aires, por Francisco A. Colombo. Y yerra al decir que Manuel Peyrou “tenía 32 años”, pues nacido en San Nicolás de los Arroyos el 23 de mayo de 1902, en 1936 cumplió 34 años. Además, no bosqueja la hilarante y simpática anécdota de que Adolfito, ingenuo “aspirante a escritor”, leyó en Historia de la eternidad la “falsa reseña de El acercamiento a Almotásim y pidió la novela inexistente a un librero de Londres”, según apunta Edwin Williamson en la página 247 de Borges, una vida (Seix Barral, 2004).  
     
(Seix Barral, 2006)
         Y líneas abajo, en la página 85, apunta Silvia Renée Arias: “En 1936 también apareció la revista Destiempo, que Bioy publicó con Borges y Ernesto Pissavini, aunque en realidad de Pissavini —conserje, ordenanza del Dr. Bioy, a quien mucho apreciaban— utilizaron, en una broma privada, su nombre, convirtiéndolo en el director de la revista.” Y, según anota, “la revista sobrevivió a solo tres números (octubre, noviembre y diciembre de 1936)”. Pero según el bosquejo que Williamson hace entre las páginas 254-255 de su citada biografía de Borges, “el tercer número de Destiempo, planeado para diciembre [de 1936], no llegó a aparecer. Bioy, su puntual financiero, había sido llamado con urgencia a su estancia [Rincón Viejo, en Pardo] para enfrentar un brote de enfermedad que amenazaba con liquidar sus manadas de ovejas. Esto llevó a una suspensión indefinida de la revista cuando Bioy tuvo que permanecer en la estancia para poder luchar contra una propuesta de construir una carretera que pasaría por el medio de sus propiedades. A Bioy le llevaría todo un año despejar los problemas de su estancia.” Y por ende, apunta Williamson, “A fines de 1937, Borges y Bioy hicieron otro intento de lanzar Destiempo. En diciembre apareció un tercer número [el último] en el mismo formato que los anteriores [...]”. 
     
(Emecé, 2002)
       Vale señalar que en la página 49 del póstumo Museo. Textos inéditos, de Borges y Bioy, impreso en 2002, en Buenos Aires, por Emecé, con acopio, notas y “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”, se lee al inicio del pie de página 1: “Destiempo era un pliego de seis hojas en formato mayor, desplegable como la primera Proa e ilustrado por Xul Solar. Figura como secretario Ernesto Pissavini”. Y en la página 50 se reproduce la hoja 1 del número 3 de Destiempo, datada en “Buenos Aires, Diciembre de 1937”, donde Ernesto Pissavini, efectivamente, “Figura como secretario” y no como “director”.
   
Detalle del número 3 de Destiempo (diciembre, 1937)
En Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
         Por si no bastara, en la misma página 85, tras nombrar cuatro cuentos de Bioy que “unos meses después integrarían Luis Greve, muerto”, la biógrafa dice que éste es “su quinto libro”, pero es el sexto, como bien puede recordarse: Prólogo (1929), 17 disparos contra lo porvenir (1933) —que firmó con el pseudónimo de Martín Sacastrú, y cuya edición también pagó su padre—, Caos (1934), La nueva tormenta o La vida múltiple de Juan Ruteno (1935), La estatua casera (1936) y Luis Greve, muerto (1937), editado por Destiempo, editorial financiada por Bioy “a pesar del fracaso de la revista”. Pero además, Borges comentó los dos últimos en la revista Sur: La estatua casera en el número 18, de marzo de 1936; y Luis Greve, muerto en el número 39, de diciembre de 1937; artículos póstumamente compilados en Borges en Sur (Emecé, 1999) por Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi.

V de XIV
En la página 94 de su Bioygrafía, sin precisar el lugar y el tiempo, pero ubicándolo más o menos entre 1936 y 1937, Silvia Renée Arias apunta: “Bioy se abocó a planear con Borges un cuento que sería el origen de los Seis problemas para don Isidro Parodi.” Libro publicado por Sur en 1942, firmado con el pseudónimo de H. Bustos Domecq. Y enseguida bosqueja: “La idea fue de Borges. Trata de un filántropo (en algunas fuentes alemán, en otras holandés), en todo caso, del doctor Pretorius, un sádico director de un colegio que, a través de juegos en los que no faltan la música y los bailes, tortura y mata niños que integran una colonia de vacaciones. Muchos años después Daniel Martino, albacea de Bioy, encontró ese cuento inacabado entre sus papeles y fue publicado el 4 de noviembre de 1990 en el diario La Nación, según consta en la bibliografía del propio Martino, bajo el título ‘El doctor Pretorius’.” No obstante, la biógrafa no precisa ni data el libro donde se halla tal bibliografía y el único que consigna de Daniel Martino en su propia “Bibliografía” es anterior a 1990: ABC de Adolfo Bioy Casares, editado en Buenos Aires, por Emecé, en 1989.
     
(París, 1964)
         Aquí vale recordar que, para el caso, la fuente primigenia de la evocación de ese seminal e inconcluso intento de cuento a cuatro manos es el propio Bioy, que precisamente lo refiere en el citado artículo memorioso y autobiográfico “Lettres et amitiés”, escrito en francés,
ex profeso para el número IV de la revista L’Herne (Paris, 1964), y luego incluido en español en La otra aventura (Galerna, 1968), donde el doctor no es “Pretorius”, sino “Praetorius”. Bioy apunta allí:
 
(Galerna, 1968)
    “En 1935 o 36 fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos.
    “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.
    “Intentamos también un soneto enumerativo, en cuyos tercetos no recuerdo cómo justificamos el verso
    los molinos, los ángeles las eles
    “y proyectamos un cuento policial —las ideas eran de Borges— que trataba de un doctor Praetorius, un alemán vasto y suave, director de un colegio, donde por medios hedónicos (juegos obligatorios, música a toda hora), torturaba y mataba niños. Este argumento, nunca escrito, es el punto de partida de toda la obra de Bustos Domecq y Suárez Lynch.” 
   
Portada de La leche cuajada de La Martona (c. 1935-1937).
En la foto: Borges y Bioy en la librería de Alberto Casares,  la 
última vez
que se vieron en Buenos Aires (noviembre 27 de 1985).

En la p. 24 de Museo se dice que la viñeta es “la marca del ganado” y también
“el logo de la Industria Láctea La Martona, fundada en 1889”.
Y en la siguiente página se lee:
“Según Daniel Martino el folleto tuvo dos ediciones y se repartió en la
cadena de lecherías La Martona (dato de Gastón Gallo).
         Vale señalar que esa “estancia en Pardo” es Rincón Viejo, propiedad del padre de Bioy, donde Adolfito, dice, entrevió “el argumento de La invención de Morel”, y que por entonces empezaba a administrar; y el “folleto comercial” que Borges y él escribieron es el legendario folleto de La leche cuajada de la Martona (nombre de la poderosa empresa lechera fundada por el padre de Marta Casares, la madre de Bioy, quien le puso ese nombre en homenaje a su hija), compilado, junto con el fragmento inconcluso de “El doctor Praetorius”, en el susodicho Museo. Textos inéditos, libro que no cita Silvina Renée Arias y que al parecer no consultó. En Mueso, el folleto está datado entre corchetes en “[invierno de 1935 o 1936]”; y en su correspondiente pie de página se lee: “Este es el primer trabajo que Borges y Bioy realizaron en común, anterior a la publicación de Destiempo, octubre de 1936. En L’Herne (1964), Bioy da la fecha 1934-1935. En 1968, corrige por 1935-1936.” En Museo, el texto titulado “El doctor Praetorius” está precedido por un pasaje del citado fragmento de “Libros y amistad” (que además, completo, preludia el acopio del libro), cuyo pie de página 1 remite a La otra aventura; mientras que en el pie de página 2 se lee: “En el texto de La Nación dice ‘Preetorius’, pero Bioy Casares, que revisó las pruebas de La otra aventura, 1983, escribe ‘Praetorius’.” Ciertamente, La otra aventura tuvo una segunda edición en 1983, en Emecé, cuya tercera edición Emecé imprimió en 2004; pero el artículo “Libros y amistad” y por ende el nombre del doctor Praetorius ya estaba allí en la primera edición que hizo Galerna en 1968, en cuya “Nota preliminar”, fechada en “Buenos Aires, julio de 1968”, Bioy apuntó: “En cuanto a los artículos, bastará decir que la revista L’Herne publicó Letras y amistad [sic] en el número dedicado a Jorge Luis Borges y que los demás aparecieron en La Nación.” Y el nombre de “Preetorius” que aluden las editoras de Museo se confirma en la “Bibliografía” que Daniel Martino elaboró para la edición conjunta de La invención de Morel, Plan de evasión y La trama celeste, editada en Caracas, en 2002, en el número 225 de la Biblioteca Ayacucho; allí, en la página 379, en el apartado “b. Primeras apariciones”, se lee: “‘El doctor Preetorius’. La Nación, 4 de noviembre de 1990.” Y más aún, en la “Cronología”, en la entrada de “1935”, anota Martino: “Hacia mediados de ese año, escribe, junto a Borges, un folleto sobre la leche cuajada, un soneto y tres páginas de un cuento (‘El doctor Preetorius’) que no concluirán.” No obstante, en Museo, en el asterisco al término del fragmento inconcluso titulado “El doctor Praetorius”, apuntaron las editoras: “En La Nación, Buenos Aires, 4 de noviembre de 1990, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino. Y en: Unicornio, Mar del Plata, Año 1, N° 2, agosto-septiembre de 1992, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino.” Pero lo no menos curioso y revelador es el pie de página 3, que corresponde a la datación del texto entre corchetes: “[Pardo, Provincia de Buenos Aires, invierno de 1935 o 1936]”: “Nótese que en 1935 se estrenó La novia de Frankenstein, película dirigida por James Whale, donde aparece el malvado doctor Praetorius que pretende crear a una compañera para el monstruo.” No obstante, en el filme, caracterizado por Ernest Thesiger, el doctor no es “Praetorius”, sino Pretorius.
(Colección Andanzas núm. 210, Tusquets Editores, abril de 1994)
En la foto: Bioy en Rincón Viejo, su estancia paterna en Pardo,
provincia de Buenos Aires (noviembre de 1971).
         Silvia Renée Arias quizá retomó y optó por el nombre del “doctor Pretorius” al leer el libro 1 de las Memorias de Bioy (y a la postre el único) —que cita varias veces—, publicado en abril de 1994, en Barcelona, por Tusquets Editores, con el número 210 de la Colección Andanzas, urdido “Con la colaboración de Marcelo Pichon Rivière y Cristina Castro Cranwell”, donde figura así: “doctor Pretorius” (quizá debido a una “enmienda” de los editores de Tusquets), pese a que es claro y evidente el uso, con técnica de collage y palimpsesto, del citado artículo “Libros y amistad” y de la “Autocronología” que Bioy escribió para Guía de Bioy Casares, libro ensayístico de Suzanne Jill Levine, editado en 1982, en Madrid, por Fundamentos. “Autocronología” que Bioy revisó y amplió para La invención y la trama, antología de su obra con “Selección, introducción y notas de Marcelo Pichon Rivière”, publicado en 1988, en México, por el FCE en la serie Tierra Firme; donde también se halla el artículo “Libros y amistad”, tal y como apareció, en 1968, en La otra aventura; en este sentido, en su revisada “Autocronología”, Adolfo Bioy Casares reitera entre lo que corresponde a “1937”:  

     “En invierno, Borges pasa una semana en el campo conmigo. Escribimos un folleto sobre la leche cuajada (nuestro primer trabajo en colaboración). Planeamos un cuento, que nunca escribiremos, que es el origen de los ‘Seis problemas para don Isidro Parodi’, sobre un filántropo alemán, el doctor Praetorius, que por medios hedónicos —música, juegos incesantes— mata niños.”  
    Al parecer, ese fecha de “1937” obedece a lo que Bioy apunta y recuerda en “Aprendizaje”, artículo memorioso y autobiográfico, erradamente incluido en La invención y la trama antes que “Libros y amistad” y que Marcelo Pichon Rivière no data en ninguna nota del volumen, amén de que su antología carece de bibliografía y de que sus notas suelen ser vagas y con poca o nula precisión bibliográfica. Dice Bioy en “Aprendizaje”, tácita e implícitamente aludiendo a “Libros y amistad”:
(FCE, 1988)
        “En un artículo sobre Borges digo:

“En 1935 o 36 —ahora descubro que fue en 1937— fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos. Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo fui un escritor más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.” 
   
Imagen en Borges (Destino, 2006).

El pie de  foto  de Daniel Martino reza:

“Cubierta de la edición original (1935) del folleto
Leche cuajada, primera colaboración entre Borges y ABC.
La ilustración es de Silvina Ocampo.
        Quizá esa falta de datación en “Aprendizaje” se deba a lo que el antólogo apunta al final de su nota a la “Autocronología” de Bioy, dispuesta al término de la sección “Escritos autobiográficos”, que agrupa los artículos: “Adolfo Bioy, después del 900”, “Aprendizaje”, “Libros y amistad” y “Autocronología”. Marcelo Pichon Rivière dice allí e ineludiblemente da indicios de lo que unos años después conformarían el citado libro 1 de las Memorias de Adolfo Bioy Casares: 
“El autor de estas notas trabajó con Bioy Casares en un borrador de sus memorias. Durante 1985, todos los sábados por la mañana, Bioy hablaba al grabador, dictaba al amanuense, corregía, y volvía a hablar y a dictar. El resultado no fue satisfactorio. Como una forma de que muchas revelaciones no se pierdan, se ha decidido insertar ciertos tramos de esa autobiografía en este libro.
“Los fragmentos grabados (y luego, por supuesto, corregidos por Bioy) y esta autocronología, no dejan de ser fragmentarios, pero conforman —junto a los escritos mencionados— un texto provisorio. Un conjunto de revelaciones que ayudan a conocer los diarios afanes que acompañan las invenciones, ficciones y sátiras de Adolfo Bioy Casares.”

VI de XIV
No obstante a que Emecé en 1943 había publicado Los mejores cuentos policiales, antología de Bioy y Borges, donde de éste se incluyó el magistral “La muerte y la brújula”, en la página 107 de la Bioygrafía se lee: “A pesar de que en principio la editorial [Emecé] no había querido aceptar por entender que una novela policial no era literatura, ‘El Séptimo Círculo’ fue la primera en su género de habla hispana, y Borges y Bioy la dirigirían hasta fines de la década del cincuenta, al cabo de los cuales editarían unas cien obras.” Pero Daniel Martino, en su “Cronología” urdida para la citada edición conjunta en el número 221 de la Biblioteca Ayacucho, apunta en la entrada de “1945”: “Febrero: aparece, traducido por J.R. Wilcock, La bestia debe morir, primer volumen de El séptimo círculo, colección (1945-1955) dirigida junto a Borges.” Cuyo nombre al parecer eligió Borges porque remitía al círculo de los violentos, según el Infierno de Dante. Vale añadir que La bestia debe morir apareció en inglés, en 1938, firmada por Nicholas Blake, pseudónimo del poeta británico Cecil Day-Lewis. Y que Los que aman, odian, la única novela policial escrita por Bioy y Silvina Ocampo, apareció, en El Séptimo Círculo, el 8 de agosto de 1946. 
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
Foto de Mariano Roca que ilustra la 2
ª de forros de
Los que aman, odian (Tusquets, 1989).
         Luego, en la página 114 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta que “Perón asumió [el poder] el 4 de junio de aquel año” de 1946 y que “Pocas semanas después Jorge Luis Borges —al cabo de casi nueve años de trabajo en la biblioteca Miguel Cané, en la calle Carlos Calvo— fue ‘ascendido’ a inspector de Aves, Conejos y Huevos en los mercados municipales.” Aquí vale recordar que Borges mismo fue quien acuñó la leyenda de que trabajó nueve años en la Biblioteca Miguel Cané, y lo hizo desde que renunció, según se lee en el discurso con que agradeció el banquete de desagravio y en su honor que le brindaron los miembros de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) “en el Marconi, en Plaza Once”: “Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo curso clasifiqué un número infinito de libros”. Discurso —firmado el “8 de agosto de 1946”— que preparó “para la ocasión”, recuerda el propio Borges en la página 78 de su citado Ensayo autobiográfico, pero que, dice, “sabiendo que era demasiado tímido para leerlo yo mismo, le pedí a mi amigo Pedro Henríquez Ureña que lo hiciera por mí”; no obstante, Pedro Henríquez Ureña, con quien Borges publicó su primer libro antológico a cuatro manos: Antología clásica de la literatura argentina (Kapeluz, 1937), había muerto de un infarto, el 11 de mayo de ese año mientras viajaba en un tranvía. Discurso que Borges publicó el 15 de agosto de 1946 en Argentina Libre y en el número 142 de la revista Sur, correspondiente a agosto de 1946, y que figura antologado en tres libros: Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por su autor (Celtia, 1982), con prólogo de Alicia Jurado; Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, 1985), con edición, prefacios y notas de Emir Rodríguez Monegal; y en el citado Borges en Sur. Pero si bien ese número nueve obedece a que Borges equiparaba esos supuestos nueve años con los nueve círculos del Infierno de Dante, cuyas vivencias transmutaría en el argumento kafkiano, laberíntico, pesadillesco, metafísico, infinito, desolado y eterno que se entrevé en su cuento “La Biblioteca de Babel”, a estas alturas del siglo XXI ya es muy consabido que en realidad fue un empleado menor en la Biblioteca Miguel Cané un promedio de ocho años; por ejemplo, Edwin Williamson, en la página 261 de su citada biografía apunta que “El 8 de enero de 1938 empezó a trabajar en el Biblioteca Miguel Cané”; y en la página 327 refiere que presentó su renuncia en la Municipalidad al día siguiente de que el 15 de julio de 1946 se enterara de que había sido “ascendido” a “inspector de aves y conejos en los mercados”. 

       
(Colección Andanzas núm. 261, Tusquets Editores, 1996)
       Pero quizá ese número nueve obedezca, también, a la peculiaridad que María Esther Vázquez apunta en la página 175 de Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), biografía que, dice Silvia Renée Arias, le gustaba mucho a Bioy: “Borges hubiera deseado nacer a los nueve meses de gestación; tenía una predilección supersticiosa por el tres y sus múltiplos. Se advertía en los actos más triviales: cuando viajaba en avión, en el momento de despegue, recatadamente, daba tres golpecitos con los nudillos en el brazo del asiento. Cuando uno le preguntaba el por qué, evadía la respuesta con una sonrisita maliciosa y hablaba de las virtudes mágicas del tres, del nueve y del treinta y tres. Recordaba que Adán nació a los treinta y tres años y que Jesucristo murió a esa edad. En cuando al número nueve, los versos del poema que cierra su libro El oro de los tigres, dicen: ‘El anillo que cada nueve noches/ Engendra nueve anillos y éstos, nueve...’.”


VII de XIV
En la página 121 de su Bioygrafía, al comenzar “Amor en París: Bioy y Garro”, que es el primer subcapítulo del “Capítulo V (1950-1955)”, apunta Silvia Renée Arias:
“El mexicano Octavio Paz le dedicó a Silvina Ocampo, en 1946, el poema ‘Arcos’, y ella a su vez, “Frente al Sena”, donde rememora el Río de la Plata. Si bien se conocieron en París, Silvina ya sabía quién era él por referencias de amigos, y le parecía una persona encantadora. Por su parte, Bioy no conoció a Octavio Paz sino cuatro años después y fue en el Hotel George V de París, el más elegante de la ciudad. Y también a Helena Garro, su esposa.
  “Helena y Octavio tenían una hija de nueve años, Laura Elena, apodada La Chata. Helena (después dejaría caer la ‘h’ de su nombre, nosotros lo hacemos a partir de ahora) tenía veintinueve años. Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco. Ella era una joven alegre, popular, ajena a los convencionalismos, sofisticada en su vestimenta, dueña de una distinguida belleza y, al parecer, una destacada escritora.” 
       
Octavio Paz, Elena Garro y su hija Laura Helena Paz Garro
(París, Francia)
Foto en Memorias (Océano, 2003)
   
Elena Garro de joven
        Aquí se observan varias imprecisiones. El poema “Arcos” está fechado por Paz en “1947” y no en “1946”. Y ese viaje a Europa y a París que Bioy hizo en compañía de Silvina Ocampo y de Genca (Angélica García Victorica), sobrina de Silvina y amante de Adolfito, que al inicio del presente capítulo parece que data de 1950, empezó en “Enero de 1949, en un viaje que iba a durar cinco meses”, cuando emprendieron “una travesía rumbo a Estados Unidos en un barco de la compañía Moore McCormack”, se lee en la página 117 de la Bioygrafía. Es decir, sin que diga las razones del por qué, dice que Bioy conoció a Elena Garro en París, en 1949; pero también conoció a Octavio Paz; de ahí que la biógrafa apunte que “Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco” (cosa que ocurriría el 15 de septiembre de ese año). Pero yerra cuando dice que Elena Garro “tenía veintinueve años”, pues nacida en Puebla el 11 de diciembre de 1916, a fines de 1949 cumpliría 33. Es verdad que durante toda su vida de dramaturga, narradora y polemista, Garro dijo haber nacido en 1920, de ahí que esto se repitiera ad nauseam. Elena Garro murió en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998. Y según apunta Lucía Melgar en la “Nota aclaratoria” que precede a su “Cronología” urdida para el volumen I de las póstumas Obras reunidas de Elena Garro, tomo editado en México, en 2006, por el FCE, “Casi al final de su vida”, la publicación de su testamento “aclara que nació en 1916”. 

   
Dedicatoria en el anverso
      Al parecer el nombre real de Elena Garro era María Helena Garro Navarro y desde joven prescindía de la hache muda. Pero el segundo nombre de la hija que tuvo con Octavio Paz, sí lleva la hache: Laura Helena Paz Garro. Muerta el 30 de marzo de 2014, un día antes de que se cumpliera el centenario del nacimiento de su padre, había nacido el 12 de diciembre de 1939; por ende, cuando su madre y Bioy se conocieron en París aún tenía 8 años. Notable poetisa menor que solía firmar sus libros sin su primer nombre, en 2003 publicó unas polémicas Memorias, editadas en México por Océano y con iconografía en blanco y negro, donde, para el caso, aborda el amorío de su madre con Adolfito. Libro que Silvia no consultó. Esto se observa, por ejemplo, cuando en la página 150 refiere la última vez que Bioy y Elena Garro se vieron, dice. Episodio sucedido en Nueva York, cuando Adolfito, desde “principios de enero de 1957” se encontraba allí acompañando a su padre “en un viaje que iba a durar dos meses”, pues el Dr. Bioy presidía “la Embajada argentina ante la ONU” (y allí Octavio Paz estaba “comisionado en la delegación mexicana”):  

   
Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz Garro
(Nueva York, 1957)
          “Una foto atestigua el encuentro de Bioy y Garro. Sentados en una confitería, tomando café, aparecen de un mismo lado de la mesa, y frente a ellos Octavio y su hija la Chata, en cuya sonrisa Bioy tiene posada una mirada que se diría tierna. Muchos años después Bioy confesaría que, aunque era muy probable que Octavio Paz hubiese sabido de sus amores con la que por entonces era su mujer, porque habían sido ‘grandes amigos’, nunca habían habla de eso: ‘Era algo tácito’.”  
 
(Océano, 2003)
      Además de que en las Memorias de Helena Paz Garro se reproduce esa célebre foto divida en dos partes: en la página 390 se ve el ángulo donde posan Octavio Paz y su hija y en la página 414 donde posan Bioy y Elena Garro, en sus anécdotas y evocaciones, repletas de infidencias, veneno y mala leche, testimonia que su padre sí sabía del amorío de Bioy y Elena Garro y que además impidió que ella se fuera a la Argentina a reunirse con él. En este sentido, se lee en la página 302:
“También pienso, después de haber visto cómo se vengó de una querida que lo abandonó por otro, años después, cuando volvimos a París, que en su mentalidad de niño excesivamente mimado por su madre, y también muy querido por los Paz, se había acostumbrado a ser una especie de reyecito en su hogar, y no toleraba la más mínima ofensa. Para él era normal tener amantes, amigos, aventuras, cosas que no le permitía a mi madre, a quien nunca le perdonó que prefiriera a Bioy Casares.
“A pesar de su aparente liberalismo, y hasta de inmoralidad sobre el amor en sus libros de ensayos, una cosa era la letra impresa y otra que le quitaran algo que, a lo mejor, no amaba, pero sí admiraba y, en todo caso, le pertenecía, como mi madre.”
En la citada página 150 de la Bioygrafía, en lo referente a 1957, dice la biógrafa: “Elena había escrito Un hogar sólido, obra teatral en un acto, que se representaría en julio de ese mismo año y sería publicada como libro, con el mismo título, un año después.” Según apunta el historiador y crítico teatral Antonio Magaña-Esquivel en el libro V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, 1970), cuando Octavio Paz “aparecía como director literario, en el cuarto programa, de Poesía en Voz Alta, se montaron tres pequeñas obras, en un acto, de ella: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Fueron estrenadas en el Teatro Moderno [de la capital mexicana] el 19 de julio de 1957, también bajo la dirección de Héctor Mendoza.” Quien dirigió “en el Teatro del Caballito, en 1956, en el segundo programa de Poesía en Voz Alta”, la puesta en escena de La hija de Rappaccini, adaptación teatral del cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne hecha por Octavio Paz. Y, efectivamente, el libreto teatral “Un hogar sólido” se publicó, en 1958, en un libro homónimo que reunió seis libretos de un acto. Fue el primer libro de Elena Garro, editado en Xalapa por la Universidad Veracruzana con el número 5 de la Colección Ficción, que había iniciado ese año con la publicación de la novela Polvos de arroz, de Sergio Galindo, y donde Gabriel García Márquez publicaría, en 1962, con el número 34 de la serie, Los funerales de la mamá grande, su primer libro de cuentos y su primer libro editado en México, apenas un año después de haberse instalado en la capital del país, donde “desde julio de 1965 hasta julio o agosto de 1966” escribiría Cien años de soledad (Sudamericana, 1967); editora universitaria y provinciana, fundada y dirigida por Sergio Galindo, que en 1964 publicó La semana de colores, el primer libro de cuentos de Elena Garro, con el número 58 de la Colección Ficción, luego de que obtuviera el sonoro Premio Xavier Villaurrutia por Los recuerdos del porvenir (Joaquín Mortiz, 1963), su primera novela, que según la leyenda, Octavio Paz, pese a que estaban divorciados desde “el 15 de julio de 1959”, sacó del baúl y llevó a la editorial. Pero sólo hasta el “3 de enero de 1983”, en la misma Colección Ficción, ya sin número, se publicó la segunda edición de Un hogar sólido, aumentada con seis libretos e ilustrada con dibujos del pintor Juan Soriano, de quien es la viñeta de la portada de la edición príncipe.
(Sudamericana, 1965)
         Entre las páginas 164-165 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias alude la inclusión de “Un hogar sólido” en la segunda edición, revisada y aumentada, de la Antología de la literatura fantástica, impresa en Buenos Aries, por Sudamericana, en 1965. No es difícil inferir que tal incorporación la promovió Bioy el amoroso, quien por ende también incidió para que “Un hogar sólido” se publicara en el número 251 de la revista Sur, correspondiente a marzo-abril de 1958. Dato y episodio que, curiosamente, omite la biógrafa.

     En este sentido, vale subrayar que en el fragmentario, breve y disperso esbozo del vínculo erótico y afectivo entre Bioy y Elena Garro, descuellan los amorosos pasajes de varias misivas que él le envió a ella (en un lapso de 20 años), y que, según data, la biógrafa leyó en las “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”, publicadas por Pascal Beltrán del Río el “30 de noviembre de 1997” en el periódico bonaerense La Nación. Es decir, se entrevé que no consultó el archivo, abierto a los investigadores, de la “correspondencia y manuscritos que Garro vendió [en 1997] a la Universidad de Princeton, enriquecido después por Helena Paz, con diarios, memorias y otros documentos”.
Y entre las páginas 149-150, la biógrafa apunta: “Ese viaje a Nueva York [iniciado ‘a principios de enero de 1957’], que sería el último que emprendería con su padre [y ‘que iba a durar dos meses’], quedaría para siempre en el recuerdo de Bioy también a causa de haberle permitido reencontrarse con Elena Garro, quien un año antes había sido la artífice, junto a Octavio Paz, de la publicación, en México, de su libro Historia prodigiosa, que en la Argentina se publicaría en 1961.” Cierto, la primera edición de Historia prodigiosa se publicó en México en 1956 y la segunda edición la publicó Emecé en Buenos Aires, en 1961, y la biógrafa la cita en su “Bibliografía”; pero omite la sobria pero preciosista y cuidada tercera edición, impresa en Madrid, en 1991, por las Ediciones de la Universidad de Alcalá de Henares —ya como rimbombante Premio Cervantes 1990— y en el contexto de las inminentes celebraciones del Quinto Centenario. Y también omite algunos de los detalles que Bioy bosqueja en la “Nota preliminar” con que la signó:
(EUAH, 1991)
         “Todas las piezas incluidas en el presente volumen corresponden al género fantástico, salvo la última —en mi opinión, la mejor—, que es una alegoría. Cabe la advertencia, porque el Homenaje a Francisco Almeyra acaso parezca trunco a los lectores que esperan materia sobrenatural. En Pardo, en marzo o abril de 1952, en un momento de extrema desolación, pensé que para quienes mueren durante una tiranía el tirano es eterno y entreví mi relato de unitarios y federales. Dos veces, en el año 1954, lo publiqué: en la revista Sur y, por separado, en un librito de la editorial Destiempo.

Historia prodigiosa apareció en México, en 1956, con un pie de imprenta de Obregón; pocos ejemplares llegaron a Buenos Aires. En esta edición, como en la argentina de 1961, agrego a la serie original un nuevo cuento, Los dos lados.”  
     Cuyo título en el interior del libro es “De los dos lados”; y según la citada bibliografía de Daniel Martino, con el título “De cada lado”, se publicó antes en La Habana, en 1956, en el número 5 de Ciclón.
   
Adolfito y su madre Marta Casares
(Buenos Aires, c. 1950)
          Vale añadir que en su Bioygrafía la autora bosqueja el deterioro físico de Marta Casares en 1952, la madre de Adolfito, debido al cáncer que padecía, quien falleció, apunta en la página 137, el “lunes 25 de agosto” de ese año y fue enterrada “Al día siguiente, a las once de la mañana, en la Recoleta”. Y “Esa misma noche, a las 20.25, se oyó en la ciudad un agudo toque de clarín. Una extensa columna portadora de antorchas desfiló desde la Avenida 9 de Julio y Moreno hasta la sede de la Confederación del Trabajo. Era un homenaje a Eva Perón, muerta un mes antes [el 26 de julio]. Esto le hizo pensar a Bioy, como él mismo contaría en numerosas oportunidades, que porque había muerto ‘paralelamente’ a Evita, en épocas del gobierno de Perón, su madre, como el poeta Francisco Almeyra, degollado por un soldado rosista, había muerto pensando que habría dictadura para siempre. A modo de homenaje, entonces, se puso a escribir ‘Homenaje a Francisco Almeyra’, una especie de metáfora sobre las dictaduras en general.”

VIII de XIV
En la página 138 de la Bioygrafía se lee: “En los primeros días de marzo de 1953, el Dr. Bioy —que tras la muerte de su esposa se había mudado por unos meses con su hijo y Silvina a Aguado 2863, aunque seguían frecuentando la casa de Santa Fe y Ecuador— se reunió con ellos en Mar del Plata, y todavía estaban allí cuando el 8 de mayo la policía del régimen peronista se llevó detenida a Victoria Ocampo, acusándola de ocultar armas que, por su puesto, como recordaba María Esther Vázquez, jamás encontraron. Victoria pasó casi un mes en la cárcel femenina El Buen Pastor, de San Telmo, recluida entre prostitutas y delincuentes comunes. Según dirá después, allí su vida tocó fondo. También Norah, la hermana de Borges, y su madre, doña Leonor, de setenta y siete años, fueron detenidas y arrestadas —aunque temporalmente—, acusadas de escándalo público.” 
Josefina Dorado, Bioy, Victoria Ocampo y Borges
(Mar del Plata, marzo 17 de 1935)

Foto en Borges (Destino, 2006). 

Según el pie:“Al dorso de la fotografía, de mano de ABC, se lee:
Ese mismo año 1935, dos o tres meses después.
comenzó la colaboración de JLB y ABC
”.
  Cierto es que la reclusión de Victoria Ocampo en la cárcel de mujeres El Buen Pastor, acusada de participar “en un atentado”, se sucedió entre el 8 de mayo y el 2 junio de 1953; encierro que suscitó protestas y críticas de intelectuales contra el régimen de Perón, tanto en Argentina, en Estados Unidos y en Francia, según lo bosquejan Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine entre las páginas 253-256 de su biografía Victoria Ocampo (Circe bolsillo, 1998). Pero el arresto de doña Leonor y de su hija Norah ocurrió “El 8 de septiembre de 1948” y no en 1953, por ende la madre de Borges, nacida en 1876, tenía 72 años y no 77. Tal episodio lo esboza María Esther Vázquez entre las páginas 197-198 de su citada biografía de Borges. Según dice: “Leonor Acevedo de Borges y su hija Norah estaban en la calle Florida con un grupo de amigas. De pronto, todas empezaron a cantar el Himno nacional al mismo tiempo que repartían panfletos objetando la reforma de la Constitución (por la cual Perón podría ser reelegido). La gente, queriendo enterarse de qué pasaba, las rodeó. Llegó la policía y, como no tenían permiso para hacer una reunión en ‘la vía pública’, se las llevaron a la comisaría de la calle Lavalle. De la comisaría fueron derivadas a la cárcel El Buen Pastor, donde iban a parar delincuentes comunes, prostitutas y presas políticas. Norah y Adela Grondona estuvieron un mes confinadas y Leonor, como ya tenía 72 años, se la condenó a treinta días de arresto domiciliario.”

Doña Leonor y su hijo Borges en la entrada de Maipú 994, en cuyo
departamento B del sexto piso vivían desde mediados de los años 40.
        En la misma página 138 de la Bioygrafía, después del párrafo anterior, se lee: “Ese mismo año [1953] Silvina recibió el segundo Premio Nacional por Los nombres; aunque lo publicaría diez años después, Elena Garro escribió Recuerdos del porvenir en Berna, Suiza, una novela sobre las revueltas de los cristeros en México, y se publicó la traducción francesa de La invención de Morel. Desde entonces y hasta fines de 1967, Laffont sería el editor francés de Bioy Casares. Sin embargo, no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse. Losada había editado La invención de Morel, pero una discusión había provocado un distanciamiento. Aunque ese libro se había agotado rápidamente, en lugar de lanzar una segunda edición, Losada le había dicho a Bioy que era el dueño del libro y que podía hacer con él lo que quisiera. Justo a él que, como Silvina, era incapaz de tomarse el desagradable trabajo de ofrecer sus propios libros.”

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
  Vale observar que Silvina Ocampo, con su poemario Los nombres, publicado en Buenos Aires, en 1953, por Emecé, obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía de 1953, año en que, según decía la propia Elena Garro, escribió, en Berna, Suiza, su novela Los recuerdos del porvenir y la guardó en un baúl. Y Losada publicó en Buenos Aires, en noviembre de 1940, la primera edición de La invención de Morel; cuya traducción al francés, según dice Bioy en su citada “Autocronología”, se publicó en 1953; no obstante, en la página 129 de sus Memorias, dice aludiendo a Robert Laffont, su editor francés en París: “Laffont publicó en 1952 La invención de Morel.” Pero si en realidad hubo ese pleito con Losada que impedía publicar la segunda edición de La invención de Morel, lo cierto es que la segunda edición la había editado Sur en 1948 y la tercera Emecé en 1953. Y si en 1953 “no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse”, tal libro lo editó la “perdularia” y dizque renuente Losada en 1954. 

Y al inicio del siguiente párrafo de la misma página 138 la biógrafa apunta: “También ese año [1953] Torres Ríos y Torre Nilsson filmaron El crimen de Oribe con el argumento de El perjurio de la nieve. Este hecho mereció un festejo que se llevó a cabo en el departamento de Santa Fe y Ecuador.” Y enseguida esboza algunas menudencias irrisorias de tal celebración. Vale observar que el cuento “El perjurio de la nieve” lo editó Emecé, en 1944, en los Cuadernos de la Quimera, y luego fue incluido en La trama celeste, libro editado por Sur en 1948. Pero El crimen de Oribe, filme en blanco y negro, data de 1950 y su estreno ocurrió el 13 de abril de tal año y por ende no fue rodado en 1953.

IX de XIV
En la página 139 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice que Bioy y Silvina Ocampo viajaron a Europa “desde mediados de julio hasta fines de noviembre” de 1953. Y en la página 141 cuenta que, en París, Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, quienes se habían casado “hacía un año”, invitaron a comer a Bioy; pero la boda de Aurora Bernárdez y Julio Cortázar ocurrió el 22 de agosto de 1953, se lee en la página 98 de Julio Cortázar. La biografía (Seix Barral, 1998), de Mario Goloboff, quien corroboró la fecha con Aurora. Y según apunta de Cortázar en la misma página 141: “Hacía unos ocho años que había publicado en Sur, a instancias de Borges —que ya en ese tiempo colaboraba en la revista—, ‘Casa tomada’, un cuento en los que muchos veían la imagen del peronismo como invasión de la casa paterna. Ese cuento estaba incluido en Bestiario, libro que a Bioy le había gustado mucho.” 
En ese párrafo la biógrafa olvida que Borges colaboraba en la revista Sur desde el primer número, editado en enero de 1931. Y si bien “Casa tomada” había sido incluido en Bestiario, libro impreso en 1951, en Buenos Aires, por Sudamericana, no fue “publicado en Sur”, sino en el número 11 de la revista Los Anales de Buenos Aires, correspondiente a diciembre de 1946; o sea: casi siete años antes y no “Hacía unos ocho años”. Curiosamente, en la página 108 de Museo se reproduce en blanco y negro la portada de ese número 11, donde, en la nómina de colaboradores, está enlistado Julio Cortázar.  
     
Portada del núm. 11 de Los Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946)
Imagen en Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
       
Aurora Bernárdez  y Julio Cortázar
   Según apunta María Esther Vázquez en la página 196 de su citada biografía: “En marzo de 1946 Borges se hizo cargo de la dirección de Los Anales de Buenos Aires, revista literaria que ya había sacado dos números.” Borges, dice, publicó “a sus contemporáneos de talento, incluyendo a sus amigos y a los que no lo eran”. “Pero Borges descubrió también a nuevos escritores y entre estos desconocidos hubo dos realmente importantes: el uruguayo Felisberto Hernández, que era pianista y se ganaba la vida ofreciendo conciertos, y el argentino Julio Cortázar, de quien publicó ‘Casa tomada’.” Y en la página 197 anota: “Los Anales de Buenos Aires editó veintitrés números. El primero, en enero de 1946; el último, que Borges tampoco organizó, apareció en diciembre de 1948 y estuvo dedicado a Juan Ramón Jiménez.”
Vale recordar que al inicio del celebérrimo prólogo que Borges escribió ex profeso para los Cuentos de Cortázar, número 1 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, libro editado en 1985, en Madrid, por Hyspamérica, vagamente rememora el episodio:
“Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde ‘Casa tomada’ con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.”
      Y según dice Silvina Renée Arias en la citada página 141 de su Bioygrafía: “sin duda lo más importante de aquel viaje fue que en noviembre [Adolfito y Silvina Ocampo] regresaron a Buenos Aires con Marta, una beba de cuatro meses, hija de Bioy y de María Teresa von der Lahr. Su nacimiento, producido el 8 de julio de ese 1954, había tenido lugar —según un hijo de Margot Bioy, prima de Adolfito— en Pau, Francia, en la clínica de Eduardo Bioy.”
   
Marta Bioy Ocampo en el piso de Posadas
(septiembre de 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
          O sea que en “Una niña llegada de París: Marta Bioy”, el subcapítulo donde se lee esto, inicia así en la página 139:
      “En mayo de 1953, un mes después de pasar unos días en Mar del Plata, Jovita Iglesias se casó con José Pepe Montes, que por entonces realizaba trabajos en Obras Sanitarias [y que también sería empleado de los Bioy hasta el fin]. La fiesta tuvo lugar en el patio de la casa donde vivían, en el barrio de Villa Urquiza. Poco más tarde se instalarían definitivamente con Silvina y Bioy en el piso de Posadas.
      “El viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa se prolongaría desde mediados de julio hasta fines de noviembre.”
      Es decir, Silvia Renée Arias, en la página 139, inicia el primer párrafo de ese subcapítulo situándolo en “mayo de 1953” y en el siguiente párrafo (y en el par de páginas que siguen) habla del viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa” (desde mediados de julio hasta fines de noviembre”); y es allí donde radica el yerro que suscita los yerros subsiguientes, pues empieza hablando de hechos ocurridos en “mayo de 1953” (hasta fines de noviembre”) y luego,  en el transcurso y sin especificarlo debidamente, salta a 1954. Y esto sólo advierte cuando en la página 141 refiere la fecha del nacimiento de Marta Bioy Ocampo: 8 de julio de 1954.
 
(Nueva Imagen, 1983)
      Y en lo que concierne a Julio Cortázar, en la página 198 de la Bioygrafía la autora dice: “A propósito de buenos libros, en marzo de 1982 Vlady Kociancich le dio a Bioy un ejemplar de Deshoras, de Julio Cortázar, donde en uno de sus cuentos (‘Diario para un cuento’) Cortázar había escrito: ‘Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y lo estimé como persona, [...]’.” Pero además de que Deshoras se publicó casi un año después, “en febrero de 1983”, en México, por Editorial Nueva Imagen, la primera entrada de esa especie de diario que es “Diario para un cuento” está fechada el “2 de febrero, 1982”, y allí es donde Cortázar escribió: “me gustaría ser Adolfo Bioy Casares” y “Quisiera ser Bioy”, etcétera. Por si no bastara, en la página 199 también yerra al decir que “el autor de Rayuela murió en París” “el 12 de febrero de 1994”, pues fue diez años antes. 




X de XIV
En la página 153 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta: “Pocos meses después, a mediados de 1960, [Bioy] asistió en Río de Janeiro, Brasil, a la reunión del PEN Club. Más de una noche comió en el restaurante italiano de Copacabana junto a Alberto Moravia y su mujer, Elsa Morante, y también con Giorgio Bassani y otros. Llevó un diario sobre esta estadía de apenas una semana, del 23 al 30 de julio, bajo el título Unos días en el Brasil, que se imprimió sólo en trescientos ejemplares, para los amigos, porque muchos de los allí mencionados todavía estaban vivos y Bioy decía no tener la intención de ofender a nadie. Once años después de la muerte de Bioy, sería reeditado por La Compañía de los Libros, y algunas críticas le darían la razón a Bioy acerca de su temor a la ofensa. No serían pocos los que juzgarían que allí se revela un Bioy maledicente, como en su Borges [Destino, 2006], que ocultaba, bajo su cortesía en sociedad, un ánimo de venganza que practicaba en sus diarios. Pero como siempre, lo redimían, de alguna manera, el sentido del humor y la ironía.”
(Destino, 2006)
        No obstante, yerra al decir que se publicó “Once años después de la muerte de Bioy”, pues no sólo él aún vivito y coleando fue editado en 1991, con el título Unos días en el Brasil (Diario de viaje), en la serie Escritura de Hoy del Grupo Editor Latinoamericano.



XI de XIV
Entre las páginas 156-157 de la Bioygrafía apunta: 
        “Sin embargo, lo curioso de El lado de la sombra es que incluye ‘Un viaje o el mago inmortal’, que Bioy escribió en un hotel de Portofino mientras leía a Dante, y que es casi idéntico a ‘La puerta condenada’, que unos pocos años antes había escrito Julio Cortázar mientras leía un libro de vampiros en una casa en un bosque de Francia. En la introducción a un exhaustivo trabajo, observa Vlady Kociancich: 
“‘Salvo como truco de la memoria, ¿interesa que una página de Maupassant se filtrara en El negro del Narciso, de Joseph Conrad? ¿Deslumbra menos El Aleph de Borges porque sigue las huellas de El cuento más hermoso del mundo de Kipling? Reflejos de una común identidad irisan la máscara bruñida de toda obra literaria. Nadie lo ignora. Tampoco dos autores argentinos, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar. A ellos, sin embargo, estas livianas coincidencias un día se les dieron con creces. Escribieron dos cuentos idénticos...’.”
Borges y Vlady Kociancich (c. 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
En Borges (Destino, 2006)
        Según la correspondiente nota, ese ensayo de Vlady Kociancich apareció el “10 de febrero de 1994” en el periódico porteño Clarín. Habría que precisar qué página de Maupassant se “filtra” en esa novela de Joseph Conrad, quizá como una especie de consciente y translúcido palimpsesto. Pero es una enorme mentira que la visión cósmica y simultánea que el personaje Borges vislumbra en el sótano a través del diminuto Aleph “sigue la huellas” de ese cuento de Kipling, donde se narra un caso de metempsicosis y sus fragmentarias, inconscientes y evanescentes manifestaciones oníricas, con cuyos episodios —que son anécdotas de anteriores reencarnaciones de un joven aprendiz de escritor—, un escritor pretende redactar “El cuento más hermoso del mundo”. En “El Aleph”, a partir de las imágenes que el poeta Carlos Argentino Daneri ve a través de esa “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, está componiendo el larguísimo e interminable poema La Tierra, que es “una descripción del planeta”; es decir, “se proponía versificar toda la redondez del planeta”. Pero esto no es metempsicosis. Y “Un viaje o el mago inmortal” y “La puerta condenada” no son “dos cuentos idénticos”. Cierto es que ambos poseen situaciones y planteamientos muy parecidos, por la tácita e implícita razón de que Bioy tributa a Cortázar (e incluso lo parafrasea cuando el personaje argentino, en Montevideo, juraría haberle ordenado al taxista: “Al hotel Cervantes”); pero el cuento de Cortázar es mucho mejor y muy eufónico, amén de que fue incluido entre los nueve cuentos que integraron Final del juego, libro editado en México, en 1956, en la colección Los presentes, que editaba y dirigía Juan José Arreola.

 
(Emecé, 1962)
         El libro El lado de la sombra, donde se incluyó “Un viaje o el mago inmortal”, lo editó Emecé, en Buenos Aires, en 1962. En la página 157, la biógrafa comenta y cita un fragmento de una reseña sobre El lado de la sombra que Alicia Jurado publicó “en Sur”, en “agosto de 1963”. Y, según dice, pese a lo laudatorio, “esta reseña no agradó a Bioy”. No obstante, la biógrafa, como en otros pasajes de su libro, descuida y contradice la sucesión cronológica, pues luego de aludir ciertas anotaciones de Bioy “en su diario”, bosqueja que Bioy se disponía a hablar con Alicia Jurado en “julio de 1963” sobre su reseña publicada en “agosto de 1963”, o sea: el mes siguiente: “Registró también que le comentó su disconformidad a Silvina, aclarándole que iba a hablar con Alicia, y le pidió que no dijera nada por su cuenta. Pero esa misma noche (era julio de 1963), yendo a una comida para despedir a Leónidas de Vedia que partía de viaje, pasaron a buscar a Alicia y lo primero que le dijo Silvina fue que su reseña no les había gustado nada por parecerles que no le hacía justicia ni era generosa.”  


XII de XIV
En la página 176 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice: “las historias de amor no eran incumbencia de la literatura de Borges, mientras que ya sabemos lo importante que resultaban en” la obra de Bioy. Cierto es que “las historias de amor” no son programáticas en “la literatura de Borges”, pero el tema del amor, sus formas y variantes sí están presentes, de manera dispersa y muchas veces tácita e implícita, a lo largo de su obra (poemas, cuentos, ensayos, prólogos, conferencias, dedicatorias). Baste recordar, por ejemplo, que el personaje Borges que en “El Aleph” asiste a la casa de la calle Garay cada “30 de abril”, lo hace porque considera ese día la conmemoración del cumpleaños de Beatriz Viterbo, fallecida en 1929, prima hermana del poeta Carlos Argentino Daneri, de la que Borges sigue infructuosa y patéticamente enamorado, y de la que él, en la visión simultánea del universo que le brinda el Aleph, ve “cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”. O que en medio de un pie de página de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges, o el personaje Borges, anota: “Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre.” El cual, en la versión de la Antología de la literatura fantástica de 1940, dice: “Todos los hombres, en el instante poderoso del coito, son el mismo hombre.” O que en la serie de íntimas respuestas a la inicial pregunta “¿Qué será Buenos Aires?”, que se leen en su poema “Buenos Aires”, incluido en Elogio de la sombra (Emecé, 1969), hay un versículo que reza: “Es la mano de Norah, trazando el rostro de una/ amiga que es también el de un ángel.” Y otro: “Es el día que dejamos a una mujer y el día en/ que una mujer nos dejó.” O que en el cuento “La intrusa”, dos rústicos “orilleros antiguos” y decimonónicos, los Nilsen, que son hermanos, comparten los favores sexuales de una misma mujer y al final uno la mata. O que en “El muerto”, en el destino fatal del compadrito Benjamín Otálora, se le haya “permitido el amor” de “la mujer de pelo reluciente”, que no es otra que la mujer de su jefe: el bandolero y forajido Azevedo Bandeira. O que en “Le regret d’Heraclite”, versículo en El hacedor (Emecé 1960), se lea: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.” O que en la primera de las “Tankas” de El oro de los tigres (Emecé, 1972) cante: “Alto en la cumbre/ Todo el jardín es luna,/ Luna de oro./ Más preciso es el roce/ De tu boca en la sombra.” Y al final del homónimo poema que cierra tal poemario, el viejo y ciego poeta revela: “Con los años fueron dejándome/ los otros hermosos colores/ y ahora sólo me quedan/ la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del principio./ Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores/ del mito y de la épica,/ oh un oro más preciso, tu cabello/ que ansían estas manos.” Y entre numerosos y azarosos ejemplos podría transcribirse “Ausencia”, poema de Fervor de Buenos Aires (1923), su primer libro; y por lo menos el final de “Haydee Lange” (de quien otrora estuvo enamorado y con la que soñó y quiso casarse), poema de Los conjurados (Alianza, 1985), su último poemario: “Esas cosas,/ sin nombrarte te nombran.”
Haydée Lange y Borges, de barba y boina, recuperándose
del accidente sufrido el 24 de diciembre de 1938.


En Borges. Fotografias y manuscritos (Renglón, 1987)
        Y ¿cómo olvidar “La flor de Coleridge”?, fragmento y comentario que se lee en su ensayo reunido en Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, 1952); según apunta, ignora si esa “nota” Coleridge “la escribió a fines del siglo XVIII o a principios del XIX. Dice, literalmente: ‘Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?’

“No sé qué opinará mi lector de esa imaginación; yo la juzgo perfecta. Usarla como base de otras invenciones felices, parece previsiblemente imposible; tiene la integridad y la unidad de un terminus ad quem, de una meta. Claro está que los es; en el orden de la literatura, como en los otros, no hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y un manantial de una infinita serie de efectos. Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor.”

XIII de XIV
En la página 193 de la Bioygrafía apunta: “En lo que respecta a la literatura, Nuevos cuentos de Bustos Domecq estaba casi listo para ser publicado al año siguiente, en 1978”. Pero tal libro no se publicó en 1978, sino en 1977, en Buenos Aires, por las Ediciones Librería La Ciudad, con ilustraciones de Fernández Chelo. Una minucia, claro está, que recuerda otra que se lee en la página 231: “Aquellos viajes por México y Uruguay se coronaron con otra grata sorpresa: Bioy supo que su candidatura al Premio Cervantes había sido propuesta por la Academia de Letras de México y la de Uruguay, dos países que tanto quería.” Pero si bien la uruguaya se llama Academia Nacional de Letras de Uruguay, la de México se denomina Academia Mexicana de la Lengua.
Luego, en la página 206, anota: “A fines de diciembre de 1983, cuando el radical Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación, al cabo de una dictadura criminal, el período más negro de la historia argentina, Bioy se sintió esperanzado y escéptico.” Pero Raúl Alfonsín no inició su presidencia “A fines de diciembre de 1983”, sino el 10 de diciembre.
“Elvira de Alvear, amiga de Borges de la alta sociedad y autora
de un libro de poemas para el que éste escribió un prólogo. Solía
visitar a Borges en la Biblioteca Miguel Cané. Murió loca en
1959. En su memoria, Borges escribió un poema que fue inscrito
en su lápida. Fue tal vez el modelo de Beatriz Viterbo en su
relato El Aleph.


Foto y pie en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/E, 1999).
El poema 
“Elvira de Alvear” se lee en El hacedor (1960)
y el prólogo a Reposo (Gleizer, 1937), el poemario de
Elvira de Alvear, se halla compilado en el volumen
 Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1931-1955 (Emecé, 2001).
          Y en la página 209 dice: “Algunas interpretaciones —alentando la inevitable comparación— observaron que su ‘nóumeno’ se aproximaba mucho al aleph de Borges.” Y sintéticamente, apoyada por esas lecturas que no precisa, discurre un poco por esa falaz vertiente. 

     
Página legal e índice de Historias desaforadas
(
1ª reimpresión en Alianza Tres, Madrid, 1988)
En su 
“Autocronología” para La invención y la trama (FCE, 1988)
Bioy apunta en la entrada de 
“1986”: “Concluyo 'El nóumeno'”, con minúscula
y acento en la o. Y en la página 196 de sus Memorias (Tusquets, 1994) lo cita
con mayúscula y acento en la u: 
“El Nóumeno”.
Y según reporta Daniel Martino en su citada bibliografía para la Biblioteca Ayacucho,

“El Nóumeno”, además de en Historias desaforadas (Emecé, 1986),
se publicó el mismo año en el número 42 de Crisis.
          Pero basta leer “El Nóumeno”, cuento de Bioy incluido en Historias desaforadas (Emecé, 1986), para advertir que el tema de un “cinematógrafo unipersonal” etiquetado El Nóumeno de M. Canter (un artilugio de feria o parque de diversiones para adolescentes remisos que se toman al pie de la letra eso de que se trata de “Una novedad bastante vieja: la máquina de pensar de Raimundo Lulio, puesta al día”), al que se accede “en el Parque Japonés”, previo pago del boleto y de manera individual, y donde en “Menos de un cuarto de hora” dizque cada uno descubre algo único de sí mismo, muy poco o casi nada tiene que ver con la visión cósmica, mágica, minuciosa y simultánea que brinda el minúsculo y esférico Aleph en la parte inferior del decimonoveno escalón de la escalera del oscuro sótano de la casa de la calle Garay, donde vivió Beatriz Viterbo y donde vive el poeta Carlos Argentino Daneri y que está a punto de ser derruida por las ambiciones expansionistas de Zunino y Zungri.


XIV de XIV
Silvia Renée Arias
Foto en la 2
ª  de forros de la Bioygrafía (Tusquets, 2016)

Corolario. Lo expuesto arbitrariamente a cuentagotas no agrupa todo el cúmulo de equivocaciones y descuidos que se leen en la Bioygrafía de Silvia Renée Arias. No obstante, vale repetirlo, su lectura es amena y absorbente. Pero con la inesperada sorpresa del errado bagaje —muy cuestionable en una biógrafa— incita al lector a la suspicacia, al continuo estado de alerta y al cotejo. 


Silvia Renée Arias, Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares. Iconografía en blanco y negro. Colección Andanzas, Tusquets Editores. 1ª edición mexicana. México, junio de 2016. 344 pp.