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lunes, 16 de mayo de 2016

La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos


Aquí nos tocó mugir

Nacida en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, el 13 de septiembre de 1941, la periodista y narradora Cristina Pacheco —viuda de José Emilio Pacheco (1939-2014), por quien adoptó tal nom de plume, pues en realidad se apellida Romo Hernández— dedicó su libro La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos a los ya fallecidos Lya Kostakowsky (pintora) y Luis Cardoza y Aragón (poeta y crítico de arte). La primera edición fue editada en 1988 por el Gobierno del Estado de Guanajuato y la segunda, aumentada, fue impresa en 1995 por el Fondo de Cultura Económica con el número 510 de la serie Cultura Popular (la tercera data de 1996, la cuarta de 2005 y de 2014 la primera versión electrónica). Incluye 44 entrevistas hechas por la autora entre 1977 y 1988. La mayoría aparecieron en la revista Siempre! y unas pocas en sábado, otrora suplemento del diario unomásuno. De las 44, tres corresponden a Rufino Tamayo, dos a José Luis Cuevas, y las que restan, una por cabeza, a los demás elegidos por su dedo flamígero: Gilberto Aceves Navarro, Juan Alcázar, Lola Álvarez Bravo, Manuel Álvarez Bravo, Feliciano Béjar, Fernando Botero, Manuel Carrillo, Gustavo Casasola, Pedro Coronel, Rafael Coronel, Francisco Corzas, Olga Costa, Héctor Cruz, José Chávez Morado, Manuel Felguérez, Héctor García, Luis García Guerrero, Gunther Gerzso, Mathias Goeritz, Héctor Xavier, Armando Herrera, Fernando Leal, Antonio López Sáenz, Faustino Mayo, Carlos Mérida, Benito Messeguer, Armando Morales, Rodolfo Morales, Kishio Murata, Luis Nishizawa, Juan O’Gorman, Máximo Pacheco, Mario Rangel, Vicente Rojo, Armando Salas Portugal, Juan Soriano y Cordelia Urueta.
José Emilio Pacheco y Cristina Pacheco
       Casi todos los entrevistados son mexicanos (incluido Luis Nishizawa, hijo de mexicana y padre japonés); pero también hay extranjeros que adoptaron como suyo a este país: Olga Costa, Mathias Goeritz, Faustino Mayo, Carlos Mérida, Vicente Rojo, Gunther Gerzso (nacido aquí pero de padre húngaro y madre berlinesa); e incluso extranjeros que vivieron en México o pasaron por tales latitudes: Kishio Murata y Fernando Botero.

     
(FCE, 2ª ed., México, 1995) 
        La luz de México está precedido por “Cristina Pacheco: el arte de la historia oral”, el prólogo de su amigo Carlos Monsiváis (1938-2010). Entre las vivas que preludian las mil y una porras con que reseña y celebra el libro y las virtudes de entrevistadora, cronista y reportera de Cristina Pacheco (“por lo que ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Manuel Buendía y el que otorga la Federación Latinoamericana de Periodistas”), Monsiváis alude el programa televisivo Aquí nos tocó vivir, que en 1978 Cristina empezó a conducir en el Canal 11 del Instituto Politécnico Nacional, “desde alguno de los infinitos barrios de la capital”; pero también, como se ha visto, desde algún lugar de la provincia mexicana. 

Cristina Pacheco en 1979
Monumento a la Revolución, Ciudad de México
Foto: Rogelio Cuéllar
  Si en Aquí nos tocó vivir —reconocido por la UNESCO por su valor documental como “Memoria del Mundo de México 2010” y “Patrimonio Cultural de los Pueblos” y que aún realiza y conduce en el Canal 11 (donde también protagoniza el celebérrimo y misceláneo Conversando con Cristina Pacheco)— la reportera, con camarógrafo y micrófono, acude al hábitat de un pescador o de un artesano (y su parentela), por ejemplo, y a través de la entrevista hace que éste bosqueje su historia personal y familiar y ciertos meollos de su aprendizaje y oficio cotidiano, puede decirse que algo parecido ocurrió con las entrevistas que integran La luz de México. Si bien fueron provocadas por algún suceso entonces noticioso y publicitario (para el entrevistado, la entrevistadora y el medio impreso): una retrospectiva, la presentación o edición de un libro, un homenaje o un aniversario, la mayoría de las veces Cristina, con su libreta y bolígrafo y acompañada por un fotorreportero, procuró hacer la entrevista en la casa-estudio del fotógrafo o pintor. 

     
Juan Soriano y Cristina Pacheco
       Así, si en el programa televisivo Aquí nos tocó vivir algunas imágenes contrapunteadas de palabras son las que ilustran y describen el entorno del entrevistado y al mismo entrevistado, en los reportajes-entrevistas del libro, Cristina Pacheco, con unas cuantas frases y anécdotas describe el itinerario artístico, la casa y el estudio donde se halla, e incluso ciertas características del personaje en cuestión. 

Benito Messeguer y Cristina Pacheco
     
Cristina Pacheco y Rufino Tamayo
       La casa-estudio puede ser casi un pequeño museo con jardín (la de Pedro Coronel en San Jerónimo Lídece); o una especie de abigarrada bodega (la de Mathias Goeritz); o un apretujado y astroso departamento de vecindad (el habitáculo de Máximo Pacheco). En este sentido, la ubicua luz de México y el cielo azul (magnificados por la nostalgia o roídos por la polución) suelen ser aludidos por Cristina Pacheco o por su entrevistado; pero también, como parte del preámbulo y de la atmósfera doméstica que los rodea, suele hablar del jardín, de ciertos objetos y de las mascotas. Es decir, cada reportaje-entrevista es un circunstancial y azaroso acercamiento: un retocado retrato-autorretrato en el que habla el fotógrafo o el pintor de su trayectoria y su obra. Es por esto que casi todos discurren, con sus diferencias y particularidades, por los mismos temas: genealogía, aprendizaje, viajes, obra, disciplinas, ideas, discrepancias, recuerdos, aventuras, anécdotas, gustos y disgustos.

         
Cristina Pacheco y Fernando Botero
          Ante estos retratos-autorretratos en los que confluyen las palabras de los entrevistados y los matices y retoques de Cristina Pacheco y cuyo destino fue un medio impreso, resulta comprensible que casi siempre haya sido acompañada por un fotorreportero. En este sentido, el libro incluye 32 retratos de 32 entrevistados; son fotos en blanco y negro, con baja o pésima resolución, en las que a veces figura la entrevistadora (o una parte de ella). La mayoría de los retratos, pese a ser anecdóticos, son imágenes sin sentido creativo, de simple disparador. Pero además resulta contradictorio que en un libro donde se habla de fotografía y fotoperiodismo, y en el que además hablan fotógrafos que fueron notables fotorreporteros (Gustavo Casasola, Héctor García, Faustino Mayo), no se acredite el nombre de los fotoperiodistas que la acompañaron, pese a que Cristina aluda su fantasmal presencia; es decir, como si todavía estuviéramos en los tiempos en que el fotorreportero era tratado a imagen y semejanza de un vulgar disparador de quinta categoría (que aún los hay y sobran) y sus fotos ninguneadas como imágenes de relleno, susceptibles de ser manipuladas sin su consentimiento y sin su crédito. Pero además de que no se incluyeron nueve retratos de igual número de entrevistados (lo cual resulta o parece discriminatorio), la iconografía, especial para el libro, debió ser elegida con un criterio estético y no simplote y chambón. Entre los fotógrafos de prensa había (y hay) excelentes retratistas como para que no se hubiera podido hacer. 

        
Gustavo Casasola y Cristina Pacheco
         
Héctor García y Cristina Pacheco
       Ciertamente, “en la actualidad [o en notorios y relevantes casos] el arte está sobrestimado”, “es un juego de intelectuales para intelectuales” del que coleccionistas, marchantes, políticos chapulines y funcionarios trepadores y copetones sacan provecho y con ello “los artistas se hacen una enorme publicidad”, —de algo viven, unos de mal en peor (Máximo Pacheco era por entonces un humilde pepenador que subsistía en un asfixiante y reducido cuarto de vecindad) y otros con posturas y ganancias de petulantes príncipes-empresarios; es decir, en cierto modo y para decirlo con Mathias Goeritz, numerosas veces el artista “es un arlequín, una figura que entretiene a la sociedad” (y a la consabida y envanecida jet-set y su quezque intelligentsia incrustada en las mamas del establishment y del statu quo). 

     
Máximo Pacheco, "autor de 15 murales", todos "destruidos"; el primero
pintado "en 1922 y el último en 1945". Fue ayudante de Diego Rivera,
de José Clemente Orozco y de Fermín Revueltas. "Durante 30 años
-de 1937 a 1966-" dio a los niños "clases de pintura en Bellas Artes".
Sin embargo, en 1983, cuando Cristina Pacheco lo visitó para
entrevistarlo, ya llevaba mucho tiempo "oculto entre los montones
de papel y cartón" que recogía "en las calles para sobrevivir".
         Sin embargo, el libro resulta interesante, pues por diversas razones (por la obra o por la trayectoria venturosa o más o menos venturosa e incluso dramática, como fue el caso de Máximo Pacheco), todos los entrevistados tienen su relevancia o algo que decir ante sus propios pasos y frente a la manoseada cultura de México y del mundo, esa cultura que recrea, retroalimenta y entretiene (mientras los políticos y corifeos se pelean por el poder, por el dinero público y las agencias de colocaciones e influencias donde éste se reparte a través de chambas, embajadas, premios, becas, donativos y sobornos), pero que también incide o puede incidir en la facultad crítica y participativa del espectador y elector para votar o anular su voto o abstenerse frente a los corrompidos ganones que infestan y saquean el país: PRI, PAN, PRD, PVEM, etcétera (por quienes el reseñista nunca es su vida ha votado ni votará jamás).

     
José Emilio Pacheco y Cristina Pacheco en 1977
Foto: Rogelio Cuéllar
      Las entrevistas, además, son breves. Tienen cierto valor documental, más aún en los casos en que el entrevistado ya murió. Son amenas, pese a que no falta el que no comparte el discurso sentimental, de tinte izquierdista con que Cristina Pacheco (o su entrevistado) a veces trata de involucrar y conmover al lector. 

Juan O'Gorman
  Con esta serie de pequeños espectáculos clasificación “B” de bolsillo, en los que la entrevistadora pregunta, matiza, y el entrevistado posa y se le ilumina u opaca el coco y la memoria, además de pasársela bien (o más o menos bien) contraponiéndose o haciéndose cómplice de lo que lee, tiene acceso a un buen número de datos y chismes sobre distintos autores, sus obras y otras más.



Cristina Pacheco, La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos. Prólogo de Carlos Monsiváis. Iconografía en blanco y negro. Colección Popular núm. 510, FCE. 2ª edición aumentada. México, 1995. 640 pp.


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jueves, 24 de abril de 2014

Todo México


La mamá de los pollitos
(o por mi espíritu hablará la raza)

En A ustedes les consta. Antología de la crónica en México (Era, 1980), Carlos Monsiváis apunta que Palabras cruzadas es la “única recopilación existente” de las entrevistas que la mexicana Elena Poniatowska (París, mayo 19 de 1932) emprendió al iniciarse “en el periodismo en 1954”. Amén de que en realidad se inició en 1953, un año antes de que Juan José Arreola le publicara Lilus Kikus —su primer libro de narrativa— en la colección Los Presentes, el libro Palabras cruzadas (Era, 1961), por inconseguible, se tornó fantasmal y tan legendario y borroso como lo es su inicio en el periodismo y quizá por ello en 2013 —el año de su medalla de Bellas Artes y del sonoro Premio Cervantes— en Ediciones Era publicó una nueva edición, revisada y aumentada.
   
(Era, 2da. ed., México, 1981)
      El primer tomo de Todo México (Diana, 1990) —dijo por entonces la autora— es el primero de doce volúmenes que exhuman y reúnen, sin sujeción temática ni cronológica, muchas de las entrevistas hechas por ella desde 1953. En este primer libro entrevista a Luis Barragán, a Luis Buñuel, a Manuel Benítez El Cordobés, a Jorge Luis Borges, a María Félix, a Gabriel García Márquez, a Yolanda Montes Tongolele, a El Santo, y a Lola Beltrán.

Elena Poniatowska en 1962
Foto: Kati Horna
        Según se lee, la más vieja data de 1964 y la más reciente de 1980 (no obstante, Jorge Luis Borges viajó a México en 1981 para llevarse el Premio Ollin Yoliztli). Ninguna menciona (pero lo debió hacer) el medio en que se publicó. Todas concluyen con una ficha anecdótica y pedagógica que resume algo de la vida y obra del personaje, y en cuyo acopio y resúmenes intervino Adriana Navarro. Las entrevistas, además, están ilustradas con fotos en blanco y negro (cuya impresión es de baja calidad) que hubieran funcionado mejor con pies o comentarios puntuales y esclarecedores. 

Lo que quizá moleste a los acostumbrados a leer de corrido, es el hecho de que las entrevistas están interrumpidas por numerosos subtítulos, separadores, llamadas de atención o descansos (o como se quiera nombrarles), muy adecuados para los que no leen ni su nombre, pese a que de tacuche y con el copetín engominado pregonen en la feria del libro que leyeron la Biblia de cabo a rabo.
(Diana, México, 1990)
        Libro misceláneo, libro tutti frutti, de chile, de dulce y de manteca. ¡Qué canal de las estrellas ni qué ocho cuartos! En Todo México los nombres resplandecen en lo alto de la bóveda celeste de toditito el país (y más allá de él): ¡puro chingonauta!, ¡de auténtica cepa! Así, el consumidor y coleccionista puede atesorar sus palabras como piedras imán, pegaditas a la víscera cardíaca. Y si compró algunos o todos los libros de la serie, puede atesorarlos en fila india en uno de los estantes de su sacrosanto y tercermundista librero (pese a que terminan desgajados dada la deficiente y fraudulenta factura de Editorial Diana), pues todos los personajes son parte de la memoria, del corazón y del ser colectivo del mexicano, todos tienen que ver con el folclor, con la historia y la cultura nacional.

Elena Poniatowska no es únicamente la espantada ama de casa que va a las luchas por primera vez al Toreo de Cuatro Caminos cuando se inaugura la Gran Temporada 1977 de Lucha Libre; la mamá de los pequeños Felipe y Paula a quienes invitó nada menos y nada más que El Santo, el meritito Enmascarado de plata, el mismo de las historietas y de los soporíferos churros; la madre temerosa que se persigna en medio del fragor de las leperadas que grita y vocifera el respetable; y que ante los golpes, las manitas de puerco y los porrazos que se propinan los luchadores se le ocurre pensar lo siguiente, mientras allá en lo alto “pasa un jet haciendo retumbar los cielos”: “Miren nada más, allá está pasando uno de los más bellos inventos del hombre, y nosotros aquí dándonos de catorrazos, medio matándonos como trucutús en la época de las cavernas”, olvidando en su regaño y jalón de orejas que esos “bellos inventos” son también algunas de las más siniestras y destructivas armas “convencionales” que ha inventado el “progreso” del genocida y troglodita género humano para la expansión y dominio de los más cruentos y beligerantes circos, negocios, maromas y teatros, no únicamente del más poderoso país de la vapuleada aldea global.
Elena Poniatowska
      Elena Poniatowska es una de las más queridas mamás que tiene el territorio mexicano. Su calidad ética es inapelable. Merece todos los respetos y reconocimientos. Entre las escritoras y periodistas mexicanas casi nadie la iguala (su virtud moral es semejante a la de Cristina Pacheco o a la de Rosario Ibarra de Piedra). Con sus crónicas y comentarios ha velado por la dignidad de los hijos de México. Si no fuera por ella, no escucharíamos las voces de quienes sobrevivieron a la masacre de la larga Noche de Tlatelolco; las de los niños que medran y duermen en las calles; las de los presos políticos y la de quienes sufrieron la destrucción de los temblores de septiembre de 1985.

La madre Poniatowska tiene corazón de masa, ni duda cabe. Pensando en sus hijos se le espanta el sueño, vela por su dolor, orfandad y desamparo. Gabriel García Márquez “piensa que su verdadera vocación es la de ser padre”; en este sentido, no es difícil suponer que la vocación innata de la madre Poniatowska es la de ser mamá. 
Así, pese a la lección de cortesía que ya Borges le había dado en 1973 cuando voló a México para recibir el Premio Internacional Alfonso Reyes, no puede reprimir —cuando el argentino regresa en 1981 por el Premio Ollin Yoliztli— el impulso de preguntarle a bocajarro por sus otros hijos, los torturados, encarcelados y asesinados en el Cono Sur: “¿por qué recibió un premio de manos de Pinochet?”
No obstante, hay que decirlo, la madre Poniatowska, que bien sabe que Fuerte es el silencio y el olvido, no es la que está en primer plano en el tomo uno de Todo México, aunque ineludiblemente a veces emerge de la sombra. Por ejemplo, María Félix en su entrevista dice como si fuera la alcaldesa de Macondo en sus tiempos más ingratos: “¡Cada día es más notorio el progreso de mi país, cada día las cosas están mejor! Y es que hemos tenido muy buenos gobernantes.” A lo que la madre Poniatowska responde: “Ay, ¿a poco? Esto que dice usted no se lo creo ni yendo a bailar a Chalma. ¿No es demagogia?”
Elena Poniatowska
Foto: Rogelio Cuéllar
         En Todo México está presente esa Elenita Poniatowska que Juan García Ponce saludaba así: “¿Qué dices, taradita?” Es decir, a sus reseñas y preguntas las alienta su sonrisa dientes de conejo (Luis Buñuel solía llevarla al súper de Félix Cuevas donde frente a las jaulas de los hámsteres le decía: “te pareces a ellos”), su rostro aparentemente ingenuo de “yo no mato una mosca” (“ni muerdo un plátano”). No se trata de parecer inteligente, sino ligera, medio tontuela y tontorrona (tanto así que después de mucha plática Borges le dice que por sus preguntas pensó que no había leído sus cuentos y quizá, pues allí está, como fulgurante frijol en la sopa de letras, el apócrifo poema “Instantes” que Elena supone Borges escribió), espontánea, coloquial, y sobre todo: tierna y divertida, por lo que nunca falta una broma, el tono femenino, e incluso alguna alusión chusca sobre sí misma. Por ejemplo, al referir la altura de Luis Barragán, dice: “Pensé que no podría ser sacerdote porque besaba mucho a las mujeres llamándolas ‘linda’ y mirándolas con cariño. Se doblaba en dos para abrazarlas porque siempre eran más pequeñas, a veces se doblaba en cuatro, y en mi caso hasta en seis, porque siempre he sido del tamaño de un perro sentado.”

Otra lúdica ocurrencia es preguntarle a María Félix el cuestionario que aparece en el capítulo “Las golondrinas” de Zona sagrada (1967), obra donde Carlos Fuentes novelizó a la actriz con el nombre de Carla Nervo. Pero lo que suscita rechazo son las preguntas insidiosas (de chismosita light de nota rosa) con que mortificó a la pobre de Tongolele (¿qué piensa de Fulanita?, ¿qué de Perenganita?).
Y lo que más le agrada al presente tecleador es la entrevista que le hizo a Gabriel García Márquez (fechada en “Septiembre de 1973”). Allí, entre otras cosas, Gabo le narra la atmósfera mágica que rodeó a la “Cueva de la Mafia”, como en Historia de un deicidio (1971) Mario Vargas Llosa apuntó que así llamaban al habitáculo de la casa de San Ángel Inn donde el colombiano escribió Cien años de soledad (1967): “La ‘Cueva de la Mafia’ es el escritorio de García Márquez, en su casa del barrio de San Ángel Inn, el recinto donde permanecerá poco menos que amurallado el año y medio que le llevó escribir la novela, después de pedirle a Mercedes que no lo interrumpiera con ningún motivo (sobe todo, con problemas económicos). Sus hijos lo ven apenas en las noches, cuando sale de su escritorio, intoxicado de cigarrillos, después de jornadas extenuantes de ocho y diez horas frente a la máquina de escribir, al cabo de las cuales algunas veces sólo ha avanzado un párrafo del libro. La ‘Cueva de la Mafia’ es un hogar dentro del hogar de los García Márquez, un enclave auto-suficiente: hay un diván, un bañito propio, un minúsculo jardín...”
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa
       Todo mundo contribuyó con Cien años de soledad: el barrio; el carnicero al que debían cinco mil duros pesotes; el propietario de la casa, quien esperó ocho meses el pago de la renta; Mercedes Barcha Pardo, que hacía milagros; Pera, la mecanógrafa que se ocupó de su pésima ortografía; y sobre todo sus amigos: 

“Para hacer Cien años de soledad [Gabo le dice a la Poni] consulté médicos, abogados, y junté en mi casa una enorme cantidad de libros de medicina, alquimia, filosofía, enciclopedias, botánica y zoología, para que cada dato estuviera muy bien verificado y comprobado; no quería un solo error, a no ser las faltas de ortografía, que quedaban en manos de Pera. No podía detenerme en lo que estaba escribiendo para ponerme a estudiar alquimia; entonces escribía inventándolo todo y en la noche buscaba libros sobre la materia, que los amigos me habían conseguido, e incorporaba los datos que allí encontraba, pero lo que me resulta curioso es que yo no estaba equivocado o lejos de la verdad de mis invenciones. La obra me llevaba a tal velocidad que yo no me podía parar, y a partir de ese momento se creó una especie de equipo solidario alrededor del libro, y todos mis amigos me ayudaron. Yo le hablaba a José Emilio Pacheco: ‘Mira, hazme el favor de estudiarme exactamente cómo era la cosa de la piedra filosofal’, y a Juan Vicente Melo también lo ponía a investigar propiedades de plantas y le daba una semana de plazo. A un colombiano le pedí: ‘Haz el favor de investigarme cómo fueron todos los problemas de las guerras civiles en Colombia’, a otro le pedí la mayor cantidad de datos sobre las guerras federales en América Latina y siempre tuve amigos haciéndome tareas de este tipo; todo el trabajo poético, por ejemplo, que me hizo Álvaro Mutis, es invaluable. Cuando yo llegué [a México] en 1961, el grupo que estaba en Difusión Cultural [de la UNAM]: Pacheco, Monsiváis, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, y por otro lado, Jomí García Ascot y Álvaro Mutis, trabajaron para mí —y se ríe—. Ahora me doy cuenta de verdad que todos ellos estaban trabajando en Cien años de soledad, y no sólo no lo sabían entonces, sino que tengo la impresión de que no lo saben todavía.”



Elena Poniatowska, Todo México. Tomo 1. Editorial Diana. México 1990. 318 pp.




Presentación de Palabras Cruzadas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2013



domingo, 13 de enero de 2013

Borges, sus días y su tiempo



Los libros y la noche
   
                  
I de II
Todo sugiere que el libro mayor que María Esther Vázquez le dedicó a Jorge Luis Borges (1899-1986) es su biografía Borges. Esplendor y derrota, que obtuvo, “en septiembre de 1995, el VIII Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias”, y que Tusquets Editores publicó, en febrero de 1996, en Barcelona. Y en segundo término: Borges, sus días y su tiempo, que Borges prologó y cuya primera edición, publicada en Buenos Aires por Javier Vergara, data de 1984, impresa veinte años después del primer viaje que hizo con él a Europa y de la primera biografía sobre el escritor: Genio y figura de Jorge Luis Borges (1964), editada en Argentina por la Eudeba (Editorial Universitaria de Buenos Aires), escrita por Alicia Jurado, su amiga y colaboradora en el ensayo Qué es el budismo (Columba, 1976). Pero también, en tal segundo término (o en un tercero) podrían ubicarse otros libros de María Esther Vázquez: Everness, un ensayo sobre JLB, editado por Falbo, en Buenos Aires, en 1965; y Borges, imágenes, memoria, diálogos, impreso por Monte Ávila, en Caracas, en 1977 (hay una segunda edición aumentada de 1980). 
(Tusquets, Barcelona, 1996)
Desde joven, María Esther Vázquez (Buenos Aires, 1937) fue lectora y discípula de Borges; en el último texto de Borges. Esplendor y derrota dice que acababa de cumplir 17 años de edad cuando se sumó a un grupo de alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras para visitarlo, por primera vez, en el departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994, donde Borges, imposibilitado para leer y escribir desde 1955, vivía con doña Leonor Acevedo de Borges, su madre, y Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la criada que le sirvió a la familia Borges durante 38 años (hasta unos días antes de la muerte del escritor, acaecida en Ginebra el 14 de junio de 1986). “Durante unos años no volví a verlo [dice la biógrafa], hasta que en 1957 o 1958 empecé a trabajar en la Biblioteca Nacional [que Borges dirigió entre 1955 y 1973]. Fue mi primer empleo. Pero no estuve mucho tiempo; emprendí un largo viaje por Europa y al regresar empezó, entonces, lo que sería una entrañable amistad y una larga serie de tardes y de mañanas de labor compartida.” 
"Borges prologó y presentó el libro de cuentos de María Esther Vázquez
Los nombres de la muerte (Emecé, 1964). La imagen registra
un momento del acto realizado en 1964."
María Esther Vázquez fue amiga de Borges, su amanuense, su lazarilla y ordenanza en varios viajes y su colaboradora en Introducción a la literatura inglesa (Columba, 1965) y en Literaturas germánicas medievales (Falbo, 1965), versión corregida y aumentada del libro que Borges escribió con Delia Ingenieros: Antiguas literaturas germánicas (FCE, 1951). María Esther Vázquez también colaboró con él en La Biblioteca di Babele, serie de 33 libros de literatura fantástica que Borges dirigió y prologó a petición de Franco Maria Ricci, editor europeo que comenzó a publicarla en italiano, en Milán, Italia, y que sólo apareció en español en los años 80, editada en Madrid por Ediciones Siruela, cuyos prólogos han sido reunidos en el título Prólogos de La Biblioteca de Babel (Alianza Editorial, 2001), con un prefacio de Antonio Fernández Ferrer. Y según apunta la propia María Esther Vázquez en la “Cronología” de Borges, sus días y su tiempo, también está presente en un libro de Borges que es un objeto de lujo y una curiosidad para contados y selectos bibliófilos; según ella, “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco Maria Ricci, en la colección I segni dell’uomo. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.”
Borges recibe "una rosa de oro como homenaje a la sabiduría"
Universidad de Palermo, Sicilia (1984)
Ante tal rareza para adinerados, quizá valga el juego de citar dos costosos y singulares reconocimientos de entre los muchos que Borges recibió en Europa y en el continente americano. En la misma “Cronología” anota María Esther Vázquez que “el 21 de marzo [de 1984 Borges] parte para un viaje de cuatro meses que inicia en Palermo (Sicilia), donde lo hacen doctor honoris causa de la Universidad y recibe una rosa de oro como homenaje a la sabiduría, que pesa medio kilo”, nada menos. Y “a fines de julio [del mismo año] viaja a los Estados Unidos. Allí recibe otro doctorado honoris causa y el editor italiano Franco Maria Ricci ofrece una comida en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Nueva York para 450 personas y en su transcurso entrega a Borges 84 libras esterlinas de oro, la primera de 1899, año del nacimiento de Borges y así sucesivamente las 83 restantes de cada uno de los años que le tocó vivir.” Episodio del que Borges habla al término de la XVII entrevista con María Esther Vázquez reunida en Borges, sus días y su tiempo, entre cuyas líneas se lee: 
“La invención es realmente extraña. Resulta que desde que yo nací, sin saberlo, sin que nadie lo supiera tampoco, he ganado una libra esterlina por año. Eso no parece excesivo, pero cuando al cabo de 84 años uno recibe un cofre con 84 monedas de oro donde un lado está san Jorge...
Ahora el ex san Jorge, lo han defenestrado, lo han echado del Santoral.
“Sí, pobre. De un lado, está el pobre ex san Jorge con su dragón; del otro, efigies de Victoria, de Eduardo VII, de Jorge V, de Isabel II. Además, el oro tiene un valor mítico; 84 monedas de oro dan la sensación de un capital infinito.
Sobre todo por el valor de su antigüedad. ¿Quién, si no es un coleccionista o una señora casi centenaria, que haya conocido de niñita a la reina Victoria, puede conservar una moneda del año en que ella murió, 1901?
“¡Caramba! Uno piensa en la reina Victoria y la ve tan lejana en el tiempo y yo nací dos años antes de que ella muriera.
Bueno, pero pareces mucho más moderno que la reina Victoria.
“¡Eso espero!
“¿Quién juntó esas libras esterlinas?
“El editor italiano Franco Maria Ricci, quien dirige la revista de arte y literatura FMR, cuyo nombre corresponde a las iniciales de Ricci. A él se le ocurrió que la revista me diera ese premio rarísimo. Ahora bien, él inició la campaña de FMR, que ahora se venderá en los Estados Unidos, con una comida rarísima en la Biblioteca Nacional de Nueva York.
 “¿Tiene comedor la Biblioteca Nacional?
“No. Se habilitó en la sala de lectura. Había 450 invitados. El importó, conociendo lo que es la comida americana, cuatro cocineros de Parma y se comieron unos tortellinis no inferiores a los que nos había ofrecido en Italia. Hablaron muchas personas, me entregaron el premio y yo pensé: ‘Recibo un premio de Italia, un país que quiero tanto; me lo dan en Nueva York, una ciudad que quiero tanto, y me lo entrega Ricci, un viejo amigo y mecenas’. Todo parecía un sueño. Agradecí, al final de esa comida espléndida, desde una alta tarima, que me hacía recordar al patíbulo. Me sentí tan agradecido por lo singular de ese regalo. El cofre es muy lindo, del tamaño de un infolio y cada moneda tiene un nicho circular y las han puesto de tal manera que a veces se ve el santo y el dragón, o mejor dicho, el ex santo y el ex dragón. Pero el dragón da lástima porque san Jorge parece tan grande, tan poderoso con una gran lanza matando a un gusanito; no me parece equitativa esa lucha”.
"María Esther Vázquez y Borges en el jardín de Villa Silvina en Mar del Plata, 1965"
Foto de Adolfo Bioy Casares
Además de los libros en colaboración de María Esther Vázquez con Borges, figura el hecho de que éste le dedicó el “Poema de los dones”. En la página 208 de Borges. Esplendor y derrota, la biógrafa lo refiere así: “En diciembre de 1958 Borges escribió el ‘Poema de los dones’ incluido en El hacedor, que apareció en 1960 [en Buenos Aires, editado por Emecé]. Posteriormente y en ediciones sucesivas, Borges me lo dedicó. Dedicatoria que persistió hasta su muerte; luego fue borrada. El editor B. del Carril dijo que fue una orden dada por quien ha heredado los derechos de Borges, María Kodama.” Lo cual es sólo un botón de muestra de toda la controversia y el cuestionamiento que resume y exhibe en su biografía en torno a María Kodama (Buenos Aires, marzo 10 de 1937), vertiente brevemente aludida en la “Cronología” de Borges, sus días y su tiempo.
Borges y María Kodama


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II de II
Algunos biógrafos apuntan que Jorge Luis Borges se enamoró de María Esther Vázquez y quiso casarse con ella, pese a que él era un anciano de 66 años y su asistente una joven de 24. En La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998), James Woodall narra el episodio con pelos y señales; entre lo que apunta se lee entre las páginas 264 y la 267: 
   “En el ‘Ensayo autobiográfico’ [que escribió en inglés con el auxilio de Norman Thomas di Govanni, publicado el 19 de septiembre de 1970 en The New Yorker] Borges no menciona los hechos ocurridos en 1965 y, según sospecho, tenía una buena razón para ello; esto estaba relacionado con María Esther Vázquez, un asunto que repentinamente se hizo penoso para él [...] 
(Gedisa, Barcelona, 1998)
   “En ese momento Borges y Vázquez estaban trabajando en dos proyectos: uno era la revisión del libro sobre literatura germánica que Borges había publicado con Delia Ingenieros en 1951; el otro proyecto consistía en una breve introducción para estudiantes argentinos de la literatura inglesa. La asociación profesional de Borges y María Esther se había desarrollado hasta convertirse en una estrecha camaradería y Borges sinceramente creía que el casamiento estaba en el tapete. Era éste un asunto que preocupaba a Leonor tanto como a su hijo. Leonor lo apremiaba para que tomara una decisión aunque no se sentía muy feliz con la idea de tener a María Esther como futura nuera. ‘Lo está exprimiendo como un limón’, habría dicho Leonor.
"El editor José Rubén Falbo con Borges y la autora durante la presentación de la
primera edición de Literaturas germánicas medievales (Col. De las palabras, Falbo,
Buenos Aires, 1965)  en la librería del primero de los nombrados. Buenos Aires, 1965."
  “En general, se consideraba que María Esther Vázquez se había mostrado complaciente con Borges. Cuando en noviembre de 1965 ella anunció que se casaría con Horacio Armani [se casaron el 14 de diciembre de 1965], Borges quedó sumamente abatido. Muchos de sus amigos afirmaban que la decisión de María Esther lo había alterado profundamente; la consideraba una especie de abandono, una defección. Es probable que la visita que hizo con ella al Perú acentuara las tensiones que había entre ellos; ciertamente, su compromiso con Armani, después del viaje que hicieron juntos desde la ciudad de Mendoza, fue un toque de difuntos para las esperanzas amorosas de Borges.”
   Y más aún: “Al enterarse del compromiso de María Esther Vázquez, Borges fue a ver al dentista y se hizo extraer dientes y muelas. Esa parecía ser la única solución a su desazón: un poquito de dolor físico para distraer su espíritu de aquel fracaso sentimental.”
  Este último episodio lo comenta así Leonardo Tarifeño en el número 78 de la revista virtual Origina (agosto de 1999), precisamente en un fragmento de su artículo “Viaje al fondo del Borges galán”: 
   “Corre 1965 y Borges se entera que María Esther Vázquez, a quien tenía en la mira matrimonial, va a casarse con el poeta Horacio Armani. Un personaje de Hemingway se habría emborrachado; Philip Marlowe hubiera enunciado dos o tres frases inolvidables contra el poder rubio. Pero la literatura norteamericana nunca fue de las favoritas del autor de Historia universal de la infamia, así que rápidamente decide extirparse las tres muelas que debía arreglarse. El cruel experimento dental suponía que el dolor físico podría reemplazar, o al menos atenuar, el dolor espiritual. Hundido en esa rara sospecha, al rato llega a su despacho de la Biblioteca Nacional con un pañuelo ensangrentado en la boca. Su amigo y vicedirector de la Biblioteca, José Edmundo Clemente, se alarma y le pregunta qué le pasó. La respuesta es tan extraña que jamás podrá olvidarla: ‘Vengo del dentista. Me fui a sacar unas muelas y le pedí que lo hiciera sin anestesia. Estoy triste por un asunto de faldas. Quería olvidar el dolor, Clemente, pero creo que no puedo olvidarlo.”
"José Edmundo Clemente y Borges en el despacho de la Biblioteca Nacional,
delante el globo terráqueo que perteneció a José Ingenieros.  (Circa, 1962)"
   Ante su pintoresco relato, hay que objetarle a Leonardo Tarifeño que cierta literatura norteamericana, en determinadas épocas y episodios de su vida, sí estuvo entre las favoritas de Jorge Luis Borges y baste citar, por lo menos, tres nombres: Walt Whitman, Herman Melville y Edgar Allan Poe; y el hecho de que con Esther Zemborain de Torres Duggan escribió el ensayo o guía de forasteros: Introducción a la literatura norteamericana (Columba, 1967). 
(Punto de lectura, Madrid, 2001)
  Borges, sus días y su tiempo es un personal y testimonial modo de tributar al poeta ciego de Buenos Aires y una manera de proponer un acercamiento a su obra y a múltiples facetas de su persona y de su biografía. Así, también es el trabajo de una reportera y periodista literaria. Es decir, el libro tiene su origen en las grabaciones de una serie de entrevistas que la joven María Esther Vázquez le hizo a Borges para la Radio Municipal de Buenos Aires, entonces ubicada “en un sótano del Teatro Colón”; pero también lo entrevistó en su despacho de la Biblioteca Nacional y en su departamento de la calle Maipú. Quizá el libro no le diga mucho a un ávido lector que profese el culto de Borges y por ende haya leído un sinnúmero de entrevistas y de biografías donde Borges habla de los mismos temas o casi de los mismos temas que aborda aquí, como puede ser el caso de Borges. Esplendor y derrota, pues es obvio que los casetes de las entrevistas (y sus otros libros) le sirvieron a María Esther Vázquez para elaborar su premiada biografía.
"Borges y María Esther Vázquez durante el diálogo que realizaron en el
Auditorium de Mar del Plata, 1984.
Fotografía de J.P. Mastropasqua."
  Borges, sus días y su tiempo se divide en las siguientes partes. El prólogo de Borges; el prefacio de María Esther Vázquez y una nota que hizo ex profeso “para la presente edición”, fechada en el “invierno de 1999”. Luego sigue la primera parte del libro: “Aproximación al personaje”, que comprende tres breves y anecdóticas estampas: “Borges a los 65 años”, “Borges a los 75 años” y “Borges a los 85 años”, más un esbozo misceláneo: “Borges por dentro”, donde alude la virtud memorística de Borges:
 “Uno de los atributos más envidiables de Borges era su memoria, fundamento de su notable erudición, que le permitió acumular conocimientos que parecen infinitos.
 “Alguien ha dicho alguna vez que la obra de Borges está plagada de citas falsas. Esta es una afirmación mal intencionada; si existen, están inventadas en función de un especial sentido del humor y pueden hallarse en la literatura humorística que escribió con Bioy Casares. Pero es notable comprobar, a quien haya trabajado con él, cómo podía citar de memoria con absoluta seguridad. A menudo, para asegurarse de un dato, me indicaba que consultara tal tomo de su biblioteca, citaba el número de la página en que se encontraba y si había una ilustración la describía, y allí estaba la frase o el pasaje que necesitaba y la ilustración que él recordaba. Eduardo Mallea me dijo cierta vez, con una expresión feliz, que la memoria de Borges era simultánea, y eso era exacto. Una palabra, un recuerdo, desencadenaban en él una serie de relaciones inesperadas: todo parecía simultánea y mágicamente convocarse a través de su recuerdo para llegar a la comprobación o al fin deseado. Años atrás, al leerle un poema de Montale en que este autor nombraba al sabiá [‘pequeño pájaro oriundo del Brasil’], le pregunté qué significaba esa palabra para mí desconocida. Me contestó citándome unos versos en portugués que había oído cantar en 1914, cuando el barco que lo llevaba a Europa hizo escala en Río de Janeiro y donde se nombraba a este pájaro.”
"Borges y María Esther Vázquez. Al fondo el Monumento a la Bandera.
Rosario, 1983"
  Tal celebración de Borges el memorioso resulta definitoria, pues además de que estaba imposibilitado para leer y escribir desde 1955, Borges, sus días y su tiempo es, centralmente, un libro de entrevistas donde descuella la memoria de Borges, quizá sobre todo cuando evoca y resume, de un modo poético, argumentos de ciertas narraciones, como ocurre en la entrevista IX donde habla de “La literatura fantástica”, la cual, no obstante, a veces le fallaba. Por ejemplo, en la página 161, al hablar de la novela policial y al citar a Chesterton, María Esther Vázquez le afirma que éste “no ha escrito ninguna novela policial”. Y Borges le responde que “no, pero sí un centenar de cuentos policiales que tienen un carácter doble”. Es decir, en tal lapsus ambos olvidaron que Chesterton es el autor de El hombre que fue Jueves (1915), novela policial que Alfonso Reyes prologó y tradujo del inglés al español, publicada en 1922, en Madrid, por la editorial Saturnino Calleja. 
Alfonso Reyes con su perro Alí (Buenos Aires, 1927)
G.K. Chesterton (1874-1936)
  Además de que Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue un autor que Borges frecuentó con entusiasmo a lo largo de su vida —por ejemplo, figura entre los escritores que él, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo seleccionaron para la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940), y entre los que él y Bioy Casares eligieron para el primer tomo de Los mejores cuentos policiales (Emecé, 1943) y entre los que él escogió y prologó para las series La Biblioteca de Babel y Biblioteca personal—, cabe recordar que el joven Borges, entre 1927 y 1928, conoció en Buenos Aires a Alfonso Reyes (1889-1959) cuando éste fue embajador de México en Argentina. En la página 415 del Ficcionario (FCE, 1985), Emir Rodríguez Monegal anota que ambos solían almorzar “los sábados entre largas pláticas literarias” y que según Borges de Alfonso Reyes “aprendió a depurar el estilo neoclásico barroco vanguardista de sus comienzos para acercarse al clasicismo de su madurez”. Y al respecto, en la página 110 de Borges. Esplendor y derrota, se lee: “Entre las amistades felices a las que alude Borges, se contó la de Alfonso Reyes, humanista mexicano y embajador de su país en la Argentina precisamente en 1927, que ejerció una notable influencia sobre nuestro escritor. ‘Pienso en Reyes [dijo Borges] como el primer estilista de la prosa española de este siglo; con él he aprendido mucho sobre simplicidad y manera directa de escribir’”.   
"Borges frente a una biblioteca en el comedor de su casa de Maipú 994.
Su figura oculta los tomos de la Enciclopedia Británica, cuya edición de
1911 era muy querida por el escritor. Enero de 1979.
Fotografía tomada por Marciano Saucedo."
  La segunda parte de Borges, sus días y su tiempo, que es la central y se titula “Conversaciones”, comprende 17 entrevistas que le hizo María Esther Vázquez. Fueron editadas a partir de los temas que se aluden en los subtítulos y si bien no están dispuestas en orden cronológico, se advierte que la más antigua data de 1962 y las más recientes de 1984. La única hasta entonces inédita, transcrita para la presente edición, es la XV, fechada en 1982. 
   La tercera parte: “Encuentros”, comprende cuatro charlas en las que además de María Esther y Borges figura otro escritor: “Con Eduardo Gudiño Kieffer en 1972”, “Con Francisco Luis Bernárdez en 1974”, “Con Raimundo Lida en 1977” y “Con Manuel Mujica Láinez en 1977”.     
   Luego sigue “Desde la misteriosa orilla”, una nota nostálgica y melancólica que María Esther Vázquez fechó el “15 de junio de 1986”, es decir, un día después de la muerte del escritor.
  Enseguida aparece un puñado de “Frases y anécdotas” de Borges, algunas comentadas y otras no. Y por último la “Cronología” y la “Bibliografía”, más doce fotografías en blanco y negro (con sus correspondientes pies) insertadas entre las páginas 224 y 225. 


María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo. Prólogo de Jorge Luis Borges. Iconografía en blanco y negro. Punto de lectura (164). Madrid, 2001. 356 pp.