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lunes, 5 de septiembre de 2016

Borges-Bioy. Confesiones, confesiones

El Tercer Borges y el Segundo Braceli

I de III
El periodista y narrador argentino Rodolfo Braceli (Luján de Cuyo, octubre 13 de 1940) concluyó en noviembre de 1996 su libro Borges-Bioy. Confesiones, confesiones (con prólogo, 25 capítulos y una breve iconografía en blanco y negro), cuya primera edición, impresa en Buenos Aires por Editorial Sudamericana, data de abril de 1997 y la segunda de abril de 1998. Se trata de un libro misceláneo y anecdótico, e incluso ficticio, no pocas veces ameno y jocoso, urdido, fundamentalmente, con un puñado de entrevistas que el autor les hizo a Jorge Luis Borges (1899-1986) y a Adolfo Bioy Casares (1914-1999) en distintos tiempos y en distintos lugares de la Argentina y a cada uno por separado. 
(Sudamericana, Buenos Aires, 2ª ed., abril de 1998)
        La primera entrevista, dice Braceli, data de octubre de 1965 y se la hizo a Borges. La última data de octubre de 1996 y se la hizo a Bioy. Pero si bien incluye entrevistas tradicionales ubicadas en el tiempo y en el espacio, es decir, con un tratamiento de reportaje y con las consecutivas series de preguntas y respuestas (aderezadas con intercalados comentarios suyos), también comprende siete capítulos denominados “Palabras cruzadas” donde el entrevistador, sin precisar el tiempo y el espacio, confronta y contrasta, en forma alterna, preguntas y respuestas extraídas de varias entrevistas, ya a Borges, ya a Bioy, que giran en torno a los mismos temas o a temas afines. 

Así, pese a opiniones y citas de libros y de autores y a referencias de su propia creación y proceso creativo, nada o casi nada de lo que Borges y Bioy dicen en Confesiones, confesiones tiene que ver con lo esencial de la obra literaria de cada uno. En este sentido, la miscelánea incluye otros capítulos que implican un procedimiento de tijera y retacería (especie de collage), tejido y engrudo semejante al de los capítulos “Palabras cruzadas”. Por ejemplo, el capítulo 4 que Braceli denomina “Con Borges, juntando los fragmentos para un testamento más que íntimo” (pero que no es lo que anuncia); y el capítulo 6 que titula “Con Borges, a ratos con Bioy, opinando sobre libros y escritores”. 
     Esto deja ver que la presente miscelánea, pese a las declaraciones de Borges y Bioy, es un libro arbitrario y muy personal, donde Rodolfo Braceli, especie de malabarista y tejedor de milagros, hizo lo que quiso con lo que le dijeron sus celebérrimos entrevistados. 
   
Rodolfo Braceli
          Por si fuera poco, a tal urdimbre de collage y antojolía se añaden los capítulos donde Rodolfo Braceli inserta textos de su propia invención, los cuales provienen de libros suyos prácticamente desconocidos en México (y en otros países), según cita y advierte en el prólogo: “Para algunos de los capítulos del libro, los resueltos como ficciones, reciclé muy libremente textos y momentos de otros libros míos, entre ellos: Don Borges, saque su cuchillo porque he venido a matarlo (Editorial Galerna); Cuerpos abrasados (Ediciones de la Flor); Padres nuestros que están en los cielos Borgesperón— (Editorial Atlántida); Caras, caritas y caretas (Editorial Sudamericana) y Fuera de contexto (Editorial Galerna).” Por ejemplo, en un fragmento de una entrevista a Bioy situada en 1996 (capítulo 13, titulado “Con Bioy, imaginando el día que Borges ganó el Premio Nobel), Braceli le receta su texto donde imagina que Borges (que no se parece al Borges del verdadero Borges) monologa alrededor de la noticia de que ha recibido el Premio Nobel de Literatura. O el capítulo 16 (“Para decirle a Borges un cuento y un poema que no alcanzó a escribir”), donde Braceli imagina que le recita a Borges el poema “Cosa que suele pasarle a los hombres” y el cuento “El testigo”, que, según anuncia, Borges “no alcanzó a escribir”; los cuales, como imitación o parodia del estilo de su modelo resultan un reverendo chasco. O el capítulo 17 (“Para decirle a Bioy un par de tributos a su estoica cortesía”), donde Braceli visita y regala al viejito Bioy un pan y el poema “Balance del viejo que barre”, un somnífero infumable e infalible. O el capítulo 21 (“Con Bioy, para contarle un cuento, el cuento de alguien que quiere matarlo”), donde Braceli dizque escribe a la manera de Bioy, recetándole al lector un relato donde imagina que un tal Serafín Román visita al anciano y solitario Bioy con la infructuosa intención de asesinarlo. O el capítulo 23 (“Con Bioy y con Borges, aquella noche, cuando un cuchillo los anduvo acechando”, donde “un periodista-escritor asiduamente desconocido” (obvio alter ego de Braceli) planea asesinar a Borges y a Bioy con tal de conseguir sus 15 minutos de fama más allá de la Argentina; así, después de cavilar su horrorosísimo y espeluznante plan, con un filoso cuchillo y fingiendo ser el cartero que llama dos veces, se presenta, en “la madrugada del 17 de agosto de 1978”, al departamento de Borges. O el capítulo 24 (“Kafka con Van Gogh, para Bioy con Borges”), donde Braceli tributa a sus héroes de marras, colocando de un modo alterno, a modo de un libreto teatral, a dizque a Kafka y a dizque a Van Gogh; es decir, donde cada uno de éstos recita a los cuatro pestíferos vientos sentencias entrecomilladas, que según Rodolfo Braceli conforman un encuentro imaginario, “pero lo que dirá cada uno de ellos es textual, lo escribieron en cartas y en libros”. 
    Si en esta parte del misceláneo libro, Kafka y Van Gogh monologan sin verse, como zombis o autómatas mecánicos (que accionan al leerse los supuestos parlamentos), algo semejante ocurre en el Epílogo, que es el capítulo 25 (“Los dos, solos, frente a la misma ventana”), donde dizque Borges y dizque Bioy, “sentados los dos frente a una misma ventana”, “monologan sin mirarse”, “como quien piensa en voz alta”. Sección construida por Braceli con palabras que sus protagonistas, dice, le dijeron “en muy distintos ratos de su vida”. 

II de III
Aunado a lo anterior, el capítulo 20 de Confesiones, confesiones tiene como tema los últimos días de Jorge Luis Borges, de ahí que lo titule “Fragmentos para recuperar lo irrecuperable: aquellos días postreros del sumo viejo”. En este sentido, con el mismo procedimiento de malabarista y tejedor de milagros, Braceli divide tal capítulo en cuatro partes, urdidas con fragmentos de varias entrevistas a cuatro personajes anunciados en sus correspondientes rótulos: “María Kodama: agonía y circo”, “Héctor Bianciotti: sobredosis de felicidad”, “Bioy Casares: despedida por teléfono” y “Borges: así pensaba su muerte”.  
     En la entrevista a María Kodama, Braceli hecha mano de fragmentos recogidos en un par de encuentros que tuvo con ella: “uno en mayo de 1990 y otro en septiembre de 1993”. Allí, la viuda y heredera universal de los derechos de autor de Borges resume el aséptico y edulcorado cuento de los últimos días de éste y su deceso: “Hasta el final agnóstico” —le dice en una respuesta— “hasta el final escribiendo, sereno y lúcido. Era un estoico. Un hombre de coraje. Pocos días antes de morir me pidió: María, que no sea en el hospital: se nace en una casa y se muere en una casa. Ante la proximidad de ese momento, le dije: Tal vez, Borges, usted desee pedirme algo, tal vez... Borges me adivinó: ¿Qué? ¿Un teólogo, María? Asentí: Usted me dirá qué hacer o no hacer, Borges. Y entonces me propuso: ¿Qué le parece si me llama uno y uno, María? ¿Cómo uno y uno, Borges? Quiero decir, un cura católico y uno protestante. Uno y uno, María. Todo me lo dijo, siempre sereno.” 
   
Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos
(Siruela, Madrid, 4ª ed. corregida y aumentada, 1988)
Contraportada
        Lo cual recuerda una declaración lapidaria que Borges, celebérrimo agnóstico y ateo, le dice a María Esther Vázquez en una entrevista hecha en abril de 1973, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, editada en Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos (Siruela, Madrid, 1983): “La idea de un cielo eclesiástico me parece espantosa, un cielo parecido al Vaticano.” Y sobre si cree que hay otra vida, Borges le responde: “No. Tengo la confianza de que no haya ninguna otra y no me gustaría que la hubiera. Yo quiero morir entero. Ni siquiera me gusta la idea de que me recuerden después de muerto. Espero morir, olvidarme y ser olvidado.” Y sobre lo que para él es el mundo, le dice: “El mundo para mí es un incesante manantial de sorpresas, de perplejidades, de desdichas también y, alguna vez, por qué voy a mentir, de felicidades. Pero yo no tengo ninguna teoría del mundo. En general, como yo he usado los diversos sistemas metafísicos y teológicos para fines literarios, los lectores han creído que yo profesaba esos sistemas, cuando realmente lo único que he hecho ha sido aprovecharlos para esos fines, nada más. Ahora, si yo tuviera que definirme, me definiría como un agnóstico, es decir, una persona que no cree que el conocimiento sea posible. O, en todo caso, como se ha dicho muchas veces, no hay ninguna razón para que el universo sea comprensible para un hombre educado del siglo veinte o de cualquier otro siglo. Eso es todo.”
Pero la edición de Braceli también le permite a María Kodama (famosa y legendaria por controvertida) matizar e idealizar la relación que tuvo con Borges: “El amor que él me tuvo, el amor que yo le tengo. Eso nos hace invulnerables, indestructibles. Lo demás no importa. Lo que vivimos con Borges es una maravillosa historia de amor”, les dice a los embebidos y multitudinarios lectores del globo terráqueo a través de su entrevistador. Y a la pregunta: ¿Cuándo empezó tu historia de amor con Borges?, María Kodama le responde:
“—A mis 5 años de edad una señora me enseñaba inglés. Más que eso, me explicaba el mundo. Esa señora un día me leyó uno de los dos poemas que Borges escribió en inglés [fechados en 1934 y con el título Two English Poems se leen en El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1964), pero con el título “Prose poems for I.J.” se publicaron por primera vez en la sección Otros poemas del libro Poemas (1922-1943) (Losada, Buenos Aires, 1943), “Primera compilación de la obra poética” de Borges]. Ese poema algo dejó en mí... Cuando tenía 12, un amigo de mi padre me presentó a Borges... No sé, Borges me transmitió una cosa muy especial.
“—¿Se puede saber qué?
“—No sé... sentí en ese momento que Borges era alguien con el que yo podía compartir mi gran soledad. Y eso fue como mi perdición. Muy dulce perdición.
“—¿Amor a primera vista?
“—A esa edad no pensaba en cosas sentimentales, pero tuve una fuerte sensación. Yo era una chica de 12 años que sabía toda la historia medieval del Japón [¿toooooooooda?]. Compartía con Borges la admiración por el valor, por el honor.” 
María Kodama con el Atlas (Sudamericana, 1984)
       María Kodama también le bosqueja el sentido de “viajar como locos” después de que la madre de Borges murió a los 99 años el 8 de julio de 1975 —e incluso le narra una anécdota sobre el viaje en globo aerostático en San Francisco, inmortalizado en la foto a color que ilustra la portada del volumen Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984) y sobre varias vivencias en el cine y en torno a cine—: “Para un hombre que es ciego no tiene sentido viajar, pero para Borges sí. Los dos veíamos juntos, conocíamos juntos. Yo veía para Borges, con él. Los dos teníamos la misma actitud lúdica frente a la vida. Él me decía que nunca había conocido una persona que estableciera la actitud lúdica que yo tenía con la vida. El deseo de jugar era constante en Borges.” 

     Y le comenta, por igual idealizando para los lectores, sobre la íntima y ecuménica decisión de Borges de morir en Ginebra, dado el mortal cáncer hepático que padecía casi en secreto, y por ende y para ello, voló con ella de Buenos Aires a Europa el 28 de noviembre de 1985:
    “—Sí... Borges sabía que se iba de la Argentina para siempre. Eligió Suiza porque es un país que no tiene ejército, cuyo presidente existe pero no se sabe quién es; un país donde conviven religiones e idiomas distintos. Esto es lo que Borges quería para todo el mundo. Aborrecía los nacionalismos. En Suiza encontraba eso que su padre le enseñó cuando chico: que mirara bien las banderas porque cuando fuera grande ya no iban a existir.
    “—La decisión final de partir, ¿tiene algo de exilio, de hartazgo?
    “—Ni hartazgo ni exilio, más bien horror.
    “—¿Horror a...?
    “—Borges temía que su muerte se convirtiera en el montaje de un gran circo. Sabía lo que pasa con los muertes [sic] en la Argentina. Prefirió la distancia, hizo como ciertos animales, como los elefantes, que se retiran a morir con discreción. Una vez me dijo: María, seguramente no querrá ver mi agonía empapelando las calles. Y eso sucederá si me quedo a morir aquí. Esto explica lo del horror.
    “—Aunque suene a indiscreción, uno quisiera saber cómo fue el comportamiento del Borges de los últimos días.
    “—Fue muy sereno. Trabajó hasta el último día: terminó el borrador de un guión sobre la salvación de Venecia. Se despidió de algunos amigos. Una tarde vino Margarite Yourcenar; conversaron durante horas y tomaron el té.”
     
Borges y Héctor Bianciotti
      A “mediados de agosto de 1996, en Buenos Aires”, Rodolfo Braceli le hizo una entrevista a Héctor Bianciotti sobre su vida (célebre narrador argentino radicado en París desde 1955 y editor en Éditions Gallimard) y sobre su designación como miembro de la Academia Francesa. Dado que el nombre de Borges surgía una y otra vez, Braceli le preguntó sobre él, en cuyas respuestas habla sobre la relación amistosa que tuvo con Borges en Europa cuando éste se instaló en Ginebra (en una suite del Hôtel L’Arbalète) para morir en esa ciudad y sobre el modo en que lo veía al visitarlo desde París, ya en el hospital o en el hotel, e incluso le comenta que asistió al festejo de su boda con María Kodama (llevada a cabo por poder el 26 de abril de 1986 en Colonia Rojas Silva, un lejano pueblito del Paraguay): lúcido, conversador y desahuciado, leyendo y escribiendo (e implícitamente preparando con Jean-Pierre Bernés la edición crítica y anotada de sus Œuvres complètes en la Blibliothèque de la Pléiade, que resultó póstuma: el primer tomo impreso en 1993 y el segundo en 1999). Pero además presenció las últimas horas de la vida de Borges y el instante de su muerte, sucedida el sábado 14 de junio de 1986; es decir, dado que Kodama lo llamó a París cuando el viernes 13, en el hospital, Borges entró en coma y Bianciotti voló ese mismo día a Ginebra, dice: “yo pasé toda la noche con él dándole la mano, cuando no se la tenía María. Sí, yo estuve desde las siete de la tarde hasta las ocho menos diecisiete de la mañana, cuando murió. Toda la noche.” Esto explica que Héctor Bianciotti fue, dice Braceli, “quien le dio al mundo la noticia de su muerte”, y que figure en famosas fotografías, con María Kodama y Aurora Bernárdez, en la ceremonia del entierro de los restos de Borges, ocurrida el miércoles 18 de junio de 1986 en el Cementerio de Plainpalais. Pero además, Bianciotti le dice a Braceli que fue él quien propuso la ceremonia religiosa y a Kodama le adjudica la idea del par de sacerdotes: “Hubo ceremonia religiosa porque yo dije que una ceremonia laica es atroz, la gente en esos casos no sabe qué hacer... Y ahora me explico más la idea de María, que la ceremonia fuera oficiada por dos sacerdotes: uno en nombre de su abuela inglesa, protestante; otro en nombre de su madre, católica.”
   
Héctor Bianciotti, María Kodama y Aurora Bernárdez  en el entierro de Jorge Luis Borges.
Cementerio de Plainpalais, miércoles 18 de junio de 1986.


Foto en Borges. Una biografía en imágenes (Ediciones B, 2005)
          En la entrevista a Adolfo Bioy Casares, hecha en “octubre de 1996”, éste evoca que Borges le habló por teléfono para despedirse. Vale repetir que Borges, con María Kodama, voló de Buenos Aires a Europa (vía Italia) el 28 de noviembre de 1985, un día después de que ambos amigos habían coincidido y hablado en la librería de Alberto Casares, donde se inauguró una muestra de primeras ediciones de los libros de Borges (“la única completa de las hechas con él en vida”, dice Gasparini), pertenecientes al coleccionista y bibliófilo José Gilardoni. Fue la última vez que se vieron y charlaron frente a frente (y los fotografiaron para la posteridad). Y según se leen en el ladrillesco Borges (Destino, Buenos Aires, 2006) —los diarios de Bioy con notas y edición “al cuidado de Daniel Martino”—, el sábado 22 de junio de 1985 fue la última vez que Borges comió en casa de Adolfito (hábito y costumbre que, según registra y va datando allí, se remonta al 12 de enero de 1948); y la penúltima vez que Adolfito recibió la “Visita de Borges” y lo vio “con excelente aspecto”, fue el 28 de septiembre de 1985 y se efectuó la mancomunada “Firma del contrato de Los orilleros y El paraíso de los creyentes para traducción italiana.” En este sentido, Braceli le pregunta a Bioy:
   
Borges y Bioy en la librería de Alberto Casares; fue
la última vez que se vieron y hablaron frente a frente.
Buenos Aires, noviembre 27 de 1985.


Foto en Borges. Una biografía en imágenes (Ediciones B, 2005)
        “—¿Usted recuerda la última vez que vio a Borges?
    “—Yo recuerdo las dos últimas veces que hablé con él, pero no lo que vi. Un día Borges me llamó por teléfono y me dijo: Adolfito, me voy. Le dije: Espero que te vaya bien. Espero que te vaya muy bien en tu viaje. Y me dijo: No, no me va a ir bien porque los médicos me han desahuciado. Le pregunté: Y vos no creés que sería prudente quedarte en Buenos Aires. Me contestó: Para morirse es lo mismo estar en cualquier parte. Una frase bastante literaria que me acalló. Recapacité un poco tarde, y pensé que a nuestra edad la muerte será siempre terrible, pero rodeados de nuestras cosas y amigos podría ser menos terrible que estando en un hotel, en el extranjero.”
   
Rue Malagnon 17, en Ginebra, en cuyo primer piso los Borges vivieron
“desde el 24 de abril de 1914 al 6 de junio de 1918”.

Foto en Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987)
       Pero también, un día antes de fallecer, dice, Borges le habló por teléfono —quizá desde el hospital o desde el departamento recién rentado en el “segundo piso de la Grand’Rue 28”, “en el corazón de la Ciudad Vieja” de Ginebra (no muy lejos de la casona en la entonces Rue Malagnon 17, aún en pie, en cuyo primer piso los Borges vivieron “desde el 24 de abril de 1914 hasta el 6 de junio de 1918”), donde el viejo escritor pasó los tres últimos días de su vida (puesto que allí “pudieron mudarse del Hôtel L’Arbalète el 10 de junio”, según apunta Edwin Williamson)—: una larga llamada de despedida, que en ese momento Bioy no sabía que era la última despedida y la última vez que hablaba con él. Y el mero día fatal, de camino a un almuerzo en La Biela, en Buenos Aires, un desconocido se le acercó y le dio la noticia del fallecimiento de Borges en Ginebra. Suceso y anécdota indeleble que Bioy anotó en sus diarios y por ende hay dos versiones que se pueden leer en las póstumas ediciones de éstos, ambas “al cuidado de Daniel Martino”: Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Sudamericana, Buenos Aires, 2001) y el susodicho Borges. La versión que se lee en la página 396 de Descanso de caminantes parece más espontánea, más fresca; y la he transcrito, para los ciberlectores, en mi reseña sobre el Libro del cielo y del infierno (Emecé, Buenos Aires, 2ª ed., 1999); en tanto la versión que se halla entre las páginas 1591-1592 del voluminoso Borges dice a la letra:
   
(Destino, Buenos Aires, septiembre de 2006)
      “Sábado, 14 de junio [de 1986]. En la Confitería del Molino me encontré con mi hijo Fabián [1966-2006], al que regalé Un experimento con el tiempo, de Dunne, comprado en el Quiosco de Callao y Rivadavia (después de cavilar tanto sobre este encuentro, dar con ese libro me había parecido un buen augurio). Se lo recomendé y le dije que le iba a dar una lista de libros. Después de almorzar en La Biela, con Francis Korn, decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear, para ver si tenía Un experimento con el tiempo: quería un ejemplar de reserva. Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino.
   “Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez’. Pensé: ‘Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana tal vez no sea tan inexplicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar solo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno quiere ocultar’.” 
    Y en el fragmento de la entrevista a Jorge Luis Borges que le hizo Rodolfo Braceli, el anciano que solía decir que estaba harto de ser Borges, que no creía en la inmortalidad ni en Dios y que esperaba la muerte como una esperanza, éste, a sus 78 años, expresa un modo ideal para morir, que allí lo representa la arquetípica manera en que encaró y esperó la muerte Fanny Haslamn, su paterna abuela inglesa, esposa del coronel Francisco Isidoro Borges (1833-1874), de quien aprendió a hablar y a leer en inglés, a oír historias en inglés leídas por ella, y quien murió en 1935 a los 93 años: 
 
La abuela inglesa Fanny, Frances Anne Haslam (1842-1935),
viuda del coronel Francisco Isidoro Borges (1833-1874), con
sus dos hijos: Francisco Eduardo Borges (1872-1940), de pie y
en uniforme de cadete, y Jorge Guillermo Borges (1874-1938),
padre de Jorge Luis Borges, sentado y con un libro en la mano.

Foto en Un ensayo autobiográfico (GG/CC/E, 1999)
        “Admirable. Yo la vi morir. Un día los llamó a todos sus familiares más cercanos para decirles que iba a morirse... Como pasaron tres o cuatro días y seguía viva, mi abuela con apenas un susurro dijo: Soy una mujer muy vieja que está muriéndose muy despacio... No hay nada raro ni interesante en esto... No hay ninguna razón para que la casa esté alborotada. Fíjese qué valiente, ¿no? Sus palabras me parecen maravillosas; terminó restándole importancia a su muerte y especialmente pidiendo disculpas porque estaba muriendo muy despacio... En verdad, yo quisiera tener esa valentía y esa dignidad en el momento que me venga la muerte.”

III de III
No es fortuito que el susodicho capítulo 20 del libro Borges-Bioy. Confesiones, confesiones tenga como tema central a Jorge Luis Borges. De hecho, Borges es el epicentro de toda la miscelánea urdida por Rodolfo Braceli, pese a la presencia alterna y complementaria de Adolfo Bioy Casares. 
Borges y Rodolfo Braceli caminando en la calle Maipú 
  Borges, cuando comienza a ser entrevistado por Braceli, ya era un anciano de 66 años y el joven reportero tenía 25 y, dice, vivía en Mendoza y aún no conocía Buenos Aires. Y Bioy figura también aquí en su vejez (fracturado de la cadera, enfermizo, solo, nostálgico y sentimental, pero escribiendo), en mayor medida a partir de enero de 1994 (el 15 de septiembre de ese año cumpliría 80 años) y hasta 1996; es decir, después de que Silvina Ocampo, su esposa desde el 15 de enero de 1940, muriera el 14 de diciembre de 1993 a los 90 años y 5 meses, y su hija Marta (hija natural de Bioy con María Teresa von der Lahr, pero adoptada por Silvina), falleciera, a los 39 años, atropellada por un coche el 4 de enero de 1994, lo cual es registrado por Rodolfo Braceli equivocadamente, pues si bien en su nota preliminar del capítulo 2 (“Con Bioy, que humanum est, aquel día, cuando se asomó a la luz del espanto”) dice que entrevistó a Bioy “a las 11 de la mañana del 11 de enero de 1994”, anota allí que Silvina Ocampo había muerto tres meses antes y su hija cinco días antes: “Hacía apenas tres meses que había fallecido su mujer, y cinco días nada más que su única hija moría atropellada por un vehículo.” Tales errores recuerdan la entrevista del capítulo 15 (“Con Bioy, Bioy Casares, aquel día, cuando fue enterado de su muerte en 1982”), fechada “el 18 de diciembre de 1995”, donde Braceli visita al viejito Bioy y le enseña una enciclopedia colombiana donde se afirma que éste había muerto en 1982.

Jorge Luis Borges, María Esther Vázquez, Marta Bioy Ocampo (niña), Silvina Ocampo (detrás),
Cecilia Boldarin y Adolfo Bioy Casares.
Playa de San Jorge, Mar del Plata, febrero 21 de 1964.


Foto en Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001)
          Si Borges y Bioy no fueran las grandes figuras de la literatura argentina y latinoamericana y del idioma español del siglo XX, la miscelánea de Braceli (el show business) no tendría el poco sentido que tiene. Pues al entrevistador —pese a ciertas opiniones y citas de libros y de autores y a las anécdotas sobre su escritura y sobre el proceso creativo que formulan Borges y Bioy—, no le interesó inquirir, conversar y explorarlos sobre su obra ni sobre su papel de escritores, coautores, antólogos, editores, lectores, pensadores, etcétera, sino en aspectos relativos a sus juicios y posturas sobre temas ajenos a su literatura y a la literatura, sobre su vida personal, prejuicios, atavismos y vejez. Así, sus preguntas suelen ser irrelevantes, plagadas de trivialidades, juegos y chismes de reportero amarillista o de páginas de sociales. Ante Borges y Bioy, Braceli se comporta a imagen y semejanza de un pésimo interlocutor, carente de bagaje y olfato para improvisar e incitar respuestas trascendentes, reflexivas, anecdóticas y cautivadoras, como fueron, por ejemplo, los casos de Osvaldo Ferrari, Antonio Carrizo y María Esther Vázquez.

       Pese a que Rodolfo Braceli se autodefine en su prólogo como un “espiador, cazador de confesadas confesiones inconfesables”, Borges y Bioy, además de que muchas veces optan por no responder sus preguntas, no revelan nada que no sepa de antemano el lector, puesto que ambos se dieron gusto propagando y propagando hasta la saciedad, y por todos los rincones del globo terráqueo, ciertas menudencias de su vida individual y literaria, así como sobre los diversos temas que abordaron con Braceli. Bioy, con sobriedad, sentido del humor y elegancia, sale mejor librado ante las impertinencias del periodista, lo cual no excluye que se permita ser ligero, lúdico y frívolo, como son ciertas referencias a las mujeres y a su consabido y legendario donjuanismo. “¡Salud, amigo mío!” —le dice el viejito Bioy en el brindis prenavideño del 18 de diciembre de 1995— “Brindemos porque veinte mujeres son cuarenta tetas”. Pero Borges, ante el banal juego de las banales preguntas con que Braceli lo persigue y acosa, suele contestar con una serie de evasiones y humoradas, a veces agrias, corrosivas o hilarantes, y con un puñado de desaguisados y desaciertos que no tienen, afortunadamente, nada que ver con lo intrínseco de su obra literaria. 
   
Borges, Bioy y Biorges

Fotos en Album Borges (Gallimard, 1999)
        El asedio y acoso al Tercer Borges (así lo bautiza el entrevistador y periodista y que es un parafraseo al llamado “tercer hombre, Honorio Bustos Domecq”, concebido por Bioy y Borges para escribir a cuatro manos, y que también fue B. Suárez Lynch, y que alguien apodó Biorges y cuya célebre imagen se creó superponiendo una foto de Bioy sobre una de Borges), cuya ceguera, racismo, virulencia verbal e ignorancia supina sobre política e historia contemporánea —consigna Braceli— estuvo furiosamente activa en la década de los años 70 del siglo XX, hace pensar en la mínima ética (si acaso es así) o en los pocos escrúpulos de un Braceli empeñado en saquear, para exhibir y vender (en diarios, revistas y libros) las consabidas y erradas opiniones políticas del célebre Borges de los años 70, así como aspectos de su pintoresca xenofobia, violenta verborrea, megalomanía y egocentrismo. No obstante, Borges, lúdico o irritado, más o menos se defiende con elocuencia y cierta razón. “Mi destino es literario”, le refrenda, “yo no me imagino pensando en otra cosa que no sea la literatura”. 
En este sentido, si el fantasma del Tercer Borges (“especie de inquilino juguetón, cínico, atroz”) discurre a lo largo de las páginas de la miscelánea de Braceli, el lúdico y condenatorio capítulo ocho (“Con Borges, el Tercer Borges, aquellos días, cuando emitía palabras irreparables”), destinado a puntualizar e ilustrar sus odiosos y contradictorios rasgos, construido con fragmentos de opiniones de Borges, extirpados de entrevistas a éste ubicadas en “los alrededores de los sangrantes años de la década del 70”, contiene, entre su venal carga explosiva, “un catálogo de ocurrencias tercerborgeanas” que Braceli cita o enumera, sin decir de dónde las extrajo, pues su libro carece de hemerografía y de bibliografía, y que semejan acusaciones del santo oficio ante el juicio final, que tal vez —en alguna de las numerosas novelas que utilizan su nombre y su impronta— lo condenarían a la horca o a la hoguera pública.  
Borges y su madre en San Antonio de Béxar, Texas (1961)

Foto en Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987)
       Por ejemplo, Braceli apunta que Borges consideró “un error de los norteamericanos no haber arrojado la bomba atómica en Vietnam”. Y por tal veta amarillista y chocarrera con sus preguntas lo acorrala e induce a que con una frase justifique la guerra de Vietnam y a que le diga en la oreja catapultada por el megáfono: “aunque esto en Estados Unidos no podría decirlo, porque allí estaban todos contra esa guerra... son muy sentimentales”, e ignorantes, según dice, pues cuando Braceli le pregunta: dígame, ¿qué piensa de los Estados Unidos, país que tanto ha frecuentado?, Borges le responde: 

“—Yo no podría hablar mal de la patria de Emerson... pero intelectualmente me parece un país de segundo orden. Estados Unidos es simplemente una gran potencia y eso es lo más triste que se puede ser. Los norteamericanos son de una mediocridad que supera a la de los argentinos, por ejemplo... Son muy ignorantes. Yo he estado hablando con un grupo de estudiantes de Letras, a los que sólo les faltaba la tesis para doctorarse; les nombré a Bernard Shaw, me preguntaron quién era. La gente en los Estados Unidos es de una ignorancia insuperable.”
Borges con estudiantes de la Universidad de Michigan (1976)

Foto en Borges. Una biografía intelectual (FCE, 1987)
      Y más adelante sigue despotricando en ese hígado: “la gente cuando sale del cine normalmente opina; en cualquier lugar es así. Pero en Estados Unidos no, sólo repiten lo que dice el crítico. La gente allí carece de opinión. Para todo son iguales, hasta para las comidas: se alimentan exclusivamente de ajo y de cebolla. Además de ser ignorantes, los norteamericanos apestan; a todo lo preparan así, hasta el pan...”

   Este sentido, léanse y recámense con letras de oro y en un rutilante cuadro, otras alharaquientas (e hilarantes) perlas negras del “catálogo de ocurrencias tercerborgeanas”: Braceli dice que Borges “Dijo: Por supuesto que resultan insoportables los negros... no me desdigo de lo que tantas veces afirmé: los norteamericanos cometieron un grave error al educarlos; como esclavos eran como chicos, eran más felices y menos molestos.” Supremacía y racismo que reitera cuando ante una hipótesis de Braceli se niega a suponer la posibilidad de engendrar un hijo negro: “Noooo... ¡Eso jamás hubiera sucedido! Para eso yo hubiera tenido que acostarme con una negra, y eso no pasó jamás, ¡por suerte!” Y luego le recalca: “¿Quién se podría alegrar de tener un hijo negro? ¡Ni los negros!” 
 
Borges, doctor honoris causa  por la Universidad de Harvard en 1981

Foto en Album Borges (Gallimard, 1999)
          Pero continuemos, con el infalible cuchillo de compadrito (un cuchillo sin hoja al que le falta el mando, diría Lichtenberg), extirpando valiosas perlas negras del “catálogo de ocurrencias tercerborgeanas”: Braceli dice que Borges “Dijo: Federico García Lorca me parece un poeta de utilería; era un andaluz profesional. Ciertamente la muerte lo favoreció.” Braceli dice que Borges “Dijo: La mayoría de los tangos me parecen horribles... sobre todo Carlos Gardel me parece deleznable.” Braceli dice que Borges “Dijo: Pablo Neruda sólo es bueno en los versos políticos.” Braceli dice que Borges “Dijo: Los gauchos argentinos fueron unos brutos... no sabían ni leer ni escribir, y menos sabían para quién luchaban... Si todavía los recordamos es porque los escribieron gentes cultas, que nada tenían de gauchos.” Braceli dice que Borges “Dijo: ¿Ortega y Gasset? Que se busque un hombre de letras para que le escriba las ideas.” Braceli dice que Borges “Dijo: El general Pinochet me pareció un hombre muy grato. Es un hombre admirable que ha salvado a su patria... estoy orgulloso de haberle estrechado la mano a ese prócer de América.” Lo cual remite al consabido y sonoro hecho que lo condenó al repudio y a ser proscrito del Premio Nobel de Literatura: a mediados de septiembre de 1976, Borges viajó a Chile para recibir un doctorado honoris causa en la Universidad de Santiago de manos de su general-rector y fue homenajeado en la Academia Chilena de la Lengua, donde lo nombraron Miembro de Honor y donde Borges elogió, en su discurso, “la hora de la espada”, es decir, la represiva y cruenta mano dura del general Pinochet en Chile y la de general Videla en Argentina; todo ello precedido y coronado por la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins (héroe de la independencia y de la libertad de Chile), entregada a Borges, en la embajada de Chile en Buenos Aires, “el 21 de julio de 1976”.
     
Pinochet y Borges saludándose
        Como se puede observar en lo arbitrariamente citado, además del “catálogo de ocurrencias tercerborgeanas”, Rodolfo Braceli compila abominables respuestas del Tercer Borges obtenidas por él, como esa donde dice: “Por supuesto, me parece razonable que por motivos políticos se mate a otros hombres.” O la siguiente, que más bien parece la negra y berrinchuda humorada de un viejito cascarrabias que se hace el enfant terrible y que además es el palo de ciego con que le da una tunda a Braceli cuando éste le confiesa que por la rama materna viene de vascos: “¿Vasco? Yo no entiendo cómo alguien puede sentirse orgulloso de ser vasco... Los vascos me parecen más inservibles que los negros, y fíjese que los negros no han servido para otra cosa que para ser esclavos... Se habla de la voluntad vasca, de la terquedad vasca... ¿y para qué les ha servido?: nada más que para ser españoles o franceses. Han producido unos pintores execrables y un escritor insoportable como Unamuno. Lo demás que han producido son buenos pelotaris... Mire, yo tengo sangre vasca también; varios apellidos me delatan ese origen. Sin embargo, pienso que los vascos no han hecho nada, nada; son sólo notables por ser uno de los países más estériles del mundo.” Y más adelante remata con otro rotundo palo de ciego de la misma calaña: “Mire, recuerdo algo que anoté en uno de mis cuentos: los vascos no han hecho otra cosa que ordeñar vacas en la historia, se han pasado los siglos ordeñando.” 
    Vale decir que se trata de su cuento “El congreso”, editado por primera vez en una plaquette de 56 páginas impresa en Buenos Aires, en 1971, por El Archibrazo Editor. Y según apunta Horacio Jorge Becco en Jorge Luis Borges. Bibliografía total 1923-1973 (Casa Pardo, Buenos Aires, 1973), “Fue editado bajo el cuidado de Juan Andralis y Norman Thomas di Giovanni.” “La edición consta de tres mil ejemplares numerados y trescientos ejemplares fuera de comercio destinados al autor y a los suscriptores.” Con una foto de Borges de Sara Facio y otra de Alicia D’Amico. Más la postrera “Tabla cronológica de las principales obras del autor” urdida por Di Giovanni. Luego fue reunido, por siempre jamás y para los simples mortales, en El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975). Y según registra Nicolás Helft en Jorge Luis Borges: bibliografía completa (FCE, Buenos Aires, 1997), con el título El congreso del mundo, Franco Maria Ricci, en 1982, en Milán, editó una “Edición de lujo, en caja”, de 142 páginas, con el “Texto de Jorge Luis Borges con miniaturas de la cosmología tántrica” y un “Estudio de Alain Daniélou”. Y según apunta María Esther Vázquez en la “Cronología” de su libro de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, Madrid, 2001), hay otra edición de lujo anterior a la citada (sólo para coleccionistas y bibliófilos adinerados), pues según anota: “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco Maria Ricci, en la colección I segni dell’uomo. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.” 
     
(Siruela, Madrid, 4ª ed. corregida y aumentada, 1988)
        Vale añadir —ya encarrerado el gato— que curiosamente, Borges, en la susodicha entrevista de María Esther Vázquez editada, con variantes, en Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos, alude el budismo tantra, cuyo sentido cosmogónico e iconografía nada tienen que ver, en “El congreso”, con el desmesurado y evanescente propósito cognoscitivo que, en torno a don Alejandro Glencoe, un rico estanciero oriental, reúne a una pequeña sociedad secreta de argentinos de principios del siglo XX, ante la que Alejandro Ferri “el día 7 de febrero de 1904” jura no revelar nada de ella: “Ahora, yo quería repetir que no profeso ningún sistema filosófico, salvo, aquí podría coincidir con Chesterton, el sistema de perplejidad. Yo me siento perplejo ante las cosas y en ese cuento he querido reducir la perplejidad a una suerte de acto fe. En cuanto al budismo tantra, he estudiado el budismo, lo conozco [con Alicia Jurado publicaría los ensayos breves reunidos en Qué es el budismo (Columba, Buenos Aires, 1976)], creo que es una suerte de budismo mágico, (recuerdo los grabados de algún libro en que están registrados esos símbolos que ha reproducido Jung en otro libro), pero al escribir el cuento, no he tenido presente nada de eso. He pensado simplemente en esa historia, en la de personas que planean algo tan vasto que finalmente se confunde con el universo pero que no ven eso como una derrota, a la manera de los personajes del Kafka, sino que lo ven como una victoria, como una misteriosa victoria [no obstante, se trata de un minúsculo y breve fantaseo colectivo y de un rotundo y evanescente fracaso]. Eso es todo lo que puedo decir. Pero es un libro que no ha agradado a mis amigos.”
   
Borges con bastón de mando y máscara de lobo feroz
(Madison, Wisconsin, 1983)
          Pero tal es el capricho, el sarcasmo, la ceguera, la aparente ignorancia, la pedantería, la xenofobia, la megalomanía y el egocentrismo con que el maldito y requetevillano Tercer Borges suele responderle al alado angelito cachetón de Rodolfo Braceli, no sin una pincelada de modestia y humildad: “¿qué importancia tiene lo que yo diga bien o mal? ¡Ninguna!”, le dice. Lo cual remite al epígrafe de Borges que preludia la miscelánea: “Dése cuenta: soy un hombre viejo, vivo solo, estoy ciego, no puedo leer, no puedo andar por la calle... Dése cuenta (...) Yo no tengo la culpa de que la gente y los periodistas me tomen en serio. Pero eso no es lo peor. Lo peor del caso es que yo también me tomo en serio.” Así, actúa en calidad de reyezuelo o sumo pontífice que no deja títere con cabeza con su parloteo, pues hace y deshace como le viene en gana, lo que ineludiblemente provoca que se piense en la media que Rodolfo Braceli dice que dijo Mario Vargas Llosa: “el mejor negocio del mundo es comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale.” Anécdota que a Bioy le recuerda otro “cuento que castiga duro: el del argentino que decide matarse y se tira desde lo más alto, es decir, se arroja desde lo alto de su ego.”
Pero a lo largo de la retacería de la miscelánea —a veces amena y jocosa—, descuella el hecho de que Braceli, con sus preguntas triviales que lo distinguen, nunca suscita en Borges respuestas como las que recogió el 25 de febrero de 1985, noche en que Borges dio una charla pública ante un repleto y afectivo Centro Cultural General San Martín, en Buenos Aires. El evento, según registra Braceli en su subjetivo reportaje antologado y anunciado en el capítulo 10 (“Con Borges, guardaespaldas mediante, aquel día, cuando fue al entierro del Tercer Borges”), constituye el día en que Borges, por fin, enterró a su maldito y lenguaraz Tercer Borges, al que según el entrevistador y reportero, ya le había puesto un bozal a partir de 1980. Allí oyó cosas como las que siguen, y que un lector de entrevistas a Borges ha leído más de una vez: “Yo escribo cuando un tema exige que yo escriba. Yo no busco los temas. Los temas me buscan. Trato de intervenir lo menos posible en lo que escribo. El escritor no es alguien que da sino alguien que recibe.” 
Rodolfo Braceli
       Siendo las cosas más o menos así, el mejor momento vivido por Braceli ante Borges, puesto que se contrapone al maldito y deslenguado Tercer Borges que solía perseguir y desencadenar, ocurrió en “marzo de 1978”, cuando fue a su departamento B en el sexto piso de la calle Maipú 994 y se encontró con un Borges desconocido para él: “un Borges luminoso, no sólo por su inteligencia sino por su ánimo”. Ante el cual, quizá por contagio, el mismo Braceli despierta en él a un Segundo Braceli que el lector no conocía: luminoso y hasta inteligente e inspirado. Ese día, según reconstruye y narra en el capítulo 18 (“Con Borges, créase o no, rehaciendo un poema suyo recién parido”), cruzaron la calle y fueron a la librería de casi enfrente del edificio de Maipú 994, donde les prestaron una Rémington portátil. Allí, Borges extrajo del bolsillo de su saco el borrador de un poema para oírlo, corregirlo y dictarlo con las enmiendas. Braceli fungió de recitador y mecanógrafo y hasta de comentarista y consejero ante la escritura del poema que Borges oía, recitaba, corregía y dictaba. El poema, dice Braceli, en el borrador que traía se titulaba Timelessness y al final de su colaboración se tituló “Hoy”, y fue escrito para un número especial de la revista mexicana Siempre! —quizá para su inveterado y célebre suplemento La Cultura en México, que Carlos Monsiváis dirigió entre 1971 y 1987, el cual fue fundado y dirigido por Fernando Benítez entre 1962 y 1971, luego de haber fundado y dirigido, en el periódico Novedades, el suplemento México en la Cultura, entre 1949 y 1962—. Y al parecer el poema de Borges no se publicó, pues el dato no figura registrado, por Nicolás Helft, en su citada Bibliografía. Tres años más tarde, tras otras revisiones con el auxilio de otros amanuenses, el poema fue incluido en La cifra (Emecé, Buenos Aires, 1981), con el título “La dicha”, cuyos versos finales cantan a la letra: 


       Nada hay tan antiguo bajo el sol.
       Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
       El que lee mis palabras está inventándolas.


Rodolfo Braceli, Borges-Bioy. Confesiones, confesiones. Iconografía en blanco y negro. Editorial Sudamericana. 2ª edición. Buenos Aires, abril de 1998. 256 pp.






lunes, 1 de agosto de 2016

Borges. Biografía total

Entre dimes, diretes y ciertas espesuras 

I de III 
Pese al ambicioso y rimbombante título: Borges. Biografía total, cuya primera edición en Temas de Hoy data de “diciembre de 1995”, no es más que otra biografía parcial, polémica, sesgada, fragmentaria, rica, pero no muy rigurosa, sobre la vida y obra de Jorge Luis Borges (1899-1986). Su autor, Marcos-Ricardo Barnatán Hodari, nacido en Buenos Aires el 1° de noviembre de 1946, y residente en Madrid desde 1965 y andarín por ciertos lares del Viejo y del Nuevo Mundo, es un añejo y reputado borgeano, según lo indican sus ensayos y acopios, entre los que se cuentan: Jorge Luis Borges (Júcar, Madrid, 1972), Borges (Epesa, Madrid, 1972), Conocer Borges y su obra (Dopesa, Barcelona, 1978) y Jorge Luis Borges. Narraciones (Cátedra, Madrid, 1980; 14ª ed., 2001), más su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos (Espasa Calpe, Madrid, 1982), libro de Jorge Luis Borges, que también incluye una “Presentación” de Joaquín Arce, y una iconografía en blanco y negro con una foto del rostro de Borges tomada por Oromoz y doce ilustraciones que William Blake hizo a partir de pasajes de la Divina Comedia, cuyos originales pertenecen a tres recintos británicos: seis a The Tate Gallery, cuatro al British Museum y dos al Ashmolean Museum de Oxford.
Colección Biografías, Ediciones Temas de Hoy
(2ª edición, Madrid, mayo de 1998)
  Fechado en “Madrid, 15 de septiembre de 1995”, el corpus de Borges. Biografía total va del nacimiento a la muerte del biografiado, dispuesto en 37 capítulos con rótulos (divididos en IV partes), más “Una cronología borgiana”, la “Bibliografía general”, el “Índice onomástico” y 26 fotos en blanco y negro.   

 
(Seix Barral, Buenos Aires, 2006)
      Es obvio que cada biógrafo, desde la primera biografía de Borges: Genio y figura de Jorge Luis Borges (Eudeba, Buenos Aires, 1964) de Alicia Jurado, le imprime cierto sesgo, parcialidad e interpretación a al tratamiento de la vida y obra del protagonista. Por ejemplo, Edwin Williamson, en su analítica y documentada biografía Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires, 2006), le da particular relevancia a la glosa y examen de la conducta del escritor en lo que concierne a sus tanteos y sucesivos fracasos amorosos (Concepción Guerrero, Norah Lange, Haydée Lange, Margarita Guerrero, Cecilia Ingenieros, María Esther Vázquez, Elsa Astete Millán) y bosqueja y ejemplifica cómo esto, a lo largo de su vida, se trasmina y vuelca en poemas y cuentos e incluso en ensayos; y en ello descuella el hecho de que a diferencia de otros biógrafos que cuestionan e incluso envilecen el protagonismo de la polémica María Kodama, Edwin Williamson bosqueja todo lo contrario: cómo con ella encontró y realizó un ámbito ideal y una comunión amorosa que prácticamente comenzó a buscar desde jovencito en Europa. Y James Woodall en La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, Barcelona, 1998) le da particular importancia y énfasis a la relación de Borges con Norman Thomas di Giovanni, quien fue secretario de Borges entre 1968 y 1972, su traductor al inglés y su especie de promotor y agente literario en Estados Unidos, con cuyo auxilio escribió en lengua inglesa las Autobiographical Notes, publicadas por primera vez en The New Yorker, el 19 de septiembre de 1970, e incluidas el mes siguiente en The Aleph and Other Stories (Dutton, New York, 1970) con el título An Autobiographical Essay; el cual Borges nunca quiso traducir o autorizar su traducción al español para conformar un libro (quizá por sus omisiones y yerros); no obstante, sus biógrafos solían traducirlo y citarlo fragmentariamente. Pese a tal renuencia, José Emilio Pacheco, en México, en el número 10 de La Gaceta del FCE, correspondiente a octubre de 1971, publicó una versión en español de las “Notas autobiográficas” —se recuerda en un prefacio sin firma de Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, Barcelona, 1997), volumen con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”— (y Barnatán la cita en su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos). Y que a propósito del 75 aniversario del escritor y de la aparición del tomo de las Obras completas de Borges, editadas por Emecé en 1974, el martes 17 de septiembre de ese año, con motivo del número 1000 del diario La Opinión de Buenos Aires, éste publicó una anónima traducción al castellano titulada “Las memorias de Borges”, en cuya nota editorial sin firma se lee: 
 
Portada del suplemento del periódico La Opinión número 1000
Buenos Aires, martes 17 de septiembre de 1974

En Borges. Una biografía en imágenes (Ediciones B, Buenos Aires, 2005)
de Alejandro Vaccaro
        “Una antigua tradición del periodismo establece que los números especiales de los diarios deben ser un pretexto para que cada sección manifieste lo mejor de sí. Al llegar a su milésima entrega, La Opinión consideró, sin embargo, que ninguno de los artículos e investigaciones ya elaborados podía ser tan apasionante y necesario para sus lectores como las Memorias de Jorge Luis Borges, el mayor escritor vivo de la Argentina y —por cierto— uno de los más originales talentos de la literatura de este siglo. La publicación de las Memorias coindice con el lanzamiento de las Obras Completas del maestro: es a los buenos oficios de Emecé, el sello responsable de esta edición, que La Opinión debe el conocimiento del admirable texto que se incluye en este número 1.000.” 
   
(GG/CL/Emecé, Barcelona, 1999)
       Sin embargo, hubo que esperar hasta 1999, el año de las celebraciones mundiales del centenario del nacimiento de Borges, para que María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor, autorizara, por fin, su traducción al español en un libro ex profeso, signado por un memorioso epílogo suyo. Así, traducido por Aníbal González con el título Un ensayo autobiográfico, fue coeditado en Barcelona por Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores y Emecé, con una “Cronología” y una rica iconografía en sepia y en blanco y negro. 
Norman Thomas di Giovanni y Jorge Luis Borges
  Pero si bien Marcos-Ricardo Barnatán cita en su biografía fragmentos del ensayo autobiográfico de Borges, nunca relata una anécdota sobre el vínculo entre éste y Norman Thomas di Giovanni, aunque sí aparece aludido en la cronología y sólo una vez en la bibliografía; quien por su parte ha publicado en inglés un testimonio personal, subjetivo y parcial, repleto de infidencias y acritud, sobre el citado período en que laboró y convivió con Borges, entonces casado con Elsa Astete Millán, su primera esposa (que lo fue entre el 4 de agosto de 1967, día del casamiento civil, y el 7 de julio de 1970, día que la dejó sin decirle nada de sus planes de ruptura y que un abogado se presentó en el departamento que ambos compartían en la calle Belgrano (cerca de la iglesia de Monserrat y de la Biblioteca Nacional) para notificarle “la solicitud de Borges de una separación legal”): Georgie & Elsa. Jorge Luis Borges and his wife. The untold story (The Friday Proyect, 2014).  

       
Jorge Luis Borges y María Esther Vázquez, cuyo libro de cuentos
Los nombres de la muerte (Emecé, Buenos Aires, 1964)
prologó y presentó.

“La imagen registra un momento del acto realizado en 1964”.
        Y María Esther Vázquez (Buenos Aires, 1937), quien entre 1957 y 1958 fue empleada en la Biblioteca Nacional, misma que Borges dirigía desde octubre de 1955 —y a quien dedicó el “Poema de los dones”, escrito en “diciembre de 1958” e incluido en El hacedor (Emecé, Buenos Aires, 1960)— al parecer después de 1961 (el año del boom del Premio del Congreso Internacional de Editores que compartió con Samuel Beckett y del primer viaje de Borges a Estados Unidos) la comenzó a frecuentar y se hicieron amigos entrañables, y por ende la hizo su secretaria y su asistente personal y en marzo de 1964 viajó con ella al Viejo Continente, pues Borges fue invitado al Congreso por la Libertad de la Cultura que se celebró en Berlín Occidental e hizo una gira por ciudades de Europa y Gran Bretaña. De la colaboración de María Esther Vázquez con Borges destacan Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965) y Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965). Y según narra en “Borges y yo”, capítulo de su biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996), él se enamoró de ella y “muchos de sus amigos” (incluso la hermana y la madre de Borges) creían que se casarían, pese a la diferencia de edades. Pero María Esther Vázquez, en “noviembre de 1965”, había sido invitada a la Feria del Libro en Mendoza, y durante el viaje de regreso a Buenos Aires se enamoró del poeta Horacio Armani y se casaron “el 14 de diciembre de 1965”. Es decir, se puede entrever (y suponer) que además de las divergencias con otros biógrafos (Alicia Jurado, Emir Rodríguez Monegal, Marcos-Ricardo Barnatán, Roberto Alifano, James Woodall, Edwin Williamson, Alejandro Vaccaro, etcétera), de su particular controversia (lo relativo a la leyenda negra de María Kodama y su presunto arribismo ante el inminente fallecimiento de Borges y el destino de su herencia, por ejemplo), su biografía, como su libro de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, Madrid, 2001), están signados por la íntima amistad con Borges y por ende impregnados de comentarios y matices personales y particularmente testimoniales. 

Marcos-Ricardo Barnatán y Jorge Luis Borges
Madrid, 1973
  La Biografía total de Marcos-Ricardo Barnatán también posee una perspectiva personal y testimonial, pues en su bosquejo de la vida y obra de Borges, a través de alusiones y anécdotas autobiográficas, va narrando cómo descubre al escritor: a la persona y su obra, y por ende boceta episodios en los que le tocó confluir ante Borges y con Borges e incluso con María Kodama. En este sentido, Barnatán le da relevancia a un difuminado enredo que después de su prólogo a los Nueve ensayos dantescos lo alejó para siempre de Borges; intriga al parecer suscitada por Emir Rodríguez Monegal y por ende peyorativamente suele llamarlo “‘espeso’ crítico uruguayo”, además de que también cita un modo, quizá amistoso y no despectivo, con que Borges solía apostrofar a Monegal. Esto ocurre cuando en la página 233 refiere la mentira de que Borges escribió en inglés Evaristo Carriego (Gleizer, Buenos Aires, 1930) y luego lo tradujo al español: “Esas son pobres invenciones del ‘negro’ Monegal, algo muy ridículo, ¿no?”, dice Barnatán que Borges le dijo a Jean-Pierre Bernés “en sus conversaciones casi póstumas”.  

     
Emir Rodríguez Monegal y Jorge Luis Borges
       Vale señalar que el supuesto infundio de que Borges escribió en inglés Evaristo Carriego no fue una “pobre invención” de Monegal, sino una lúdica broma y leyenda apócrifa acuñada por Néstor Ibarra (divertimento literario al que el propio Borges era proclive en grados hilarantes y superlativos, por ejemplo, en la Antología de la literatura fantástica de 1940, dice de sí mismo: “Escribe en vano argumentos para el cinematógrafo” y la “Historia de los dos que soñaron” se la atribuye a Gustavo Weil), precisamente en la semblanza mítica-biográfica sobre Borges, escrita en francés, que acompañó sus traducciones al francés de “La lotería de Babilonia” y de “La biblioteca de Babel”, publicadas en el número 14 de la revista Lettres françaises, datada el 1° de octubre de 1944, año en que la Editorial Sur, el 4 de diciembre de ese año, le publica a Borges su libro Ficciones, por el que la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), a partir de una conjura iniciada por “el escritor comunista Enrique Amorim”, le otorga el Gran Premio de Honor de 1944, que recibe “varios meses después”, cuyo discurso de recepción Borges publicó en mayo de 1945 en el número 129 de la revista Sur, luego compilado en Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por el autor (Celtia, Buenos Aires, 1982) y en Borges en Sur (Emecé, Buenos Aires, 1999); postrera secuela del polifónico y alharaquiento Desagravio a Borges (observan los biógrafos), publicado en mayo de 1942 en el número 94 de la revista Sur, por no haberle otorgado a El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, Buenos Aires, diciembre 30 de 1941) el Premio Nacional de Literatura de 1942. No obstante, el Gran Premio de Honor de 1944 fue su segunda presea recibida en su país natal, puesto que en 1929 obtuvo en Buenos Aires el segundo Premio Municipal de Literatura, algunos biógrafos dicen que fue por El idioma de los argentinos (Gleizer, Buenos Aires, 1928), y otros que por Cuaderno San Martín, poemario de 64 páginas y 12 poemas (más 6 Anotaciones), 
que 1929, en Editorial Proa, le publicó Alfonso Reyes, entonces embajador de México en Argentina, con el número 2 de la Colección Cuadernos del Plata y “un retrato a lápiz del autor por Silvina Ocampo” anunciado en la portada, cuyo tiraje fue de doscientos cincuenta ejemplares, numerados del 1 al 250; diez, numerados del I al X, y veinte, marcados A a Q, fuera de comercio. Pero además, con los “tres mil pesos” del premio, Borges pudo comprarse, de segunda mano, “la undécima edición de la Encyclopaedia Britannica” (muy querida por él y que al momento de morir en Ginebra se conservaba en el departamento B del sexto piso de Maipú 994) y proporcionarse “un año de independencia económica” para redactar el libro sobre la vida, la obra y la época de Evaristo Carriego en los arrabales de Palermo, que era el entorno de los compadritos, “del cuchillo y de la guitarra”, y “del ambiente que hizo posible el tango”, quien a los 29 años de edad, el 13 de octubre de 1912, murió de tuberculosis, habiendo publicado en vida un solo poemario: Misas herejes (1908), y que Carriego, que era amigo de doña Leonor y del doctor Jorge Guillermo Borges, le dedicó a éste y que llevó consigo en su embarque familiar a Europa “el 3 de febrero de 1914”. 
   
“La familia Borges a su llegada a Ginebra, a mediados de abril de 1914,
tras su paso en Londres y París."

Foto en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/Emecé, Barcelona, 1999)
        Según dice Borges en la página 63 de su Ensayo autobiográfico: “Recuerdo que un ejemplar, dedicado a mi padre, fue uno de los varios libros argentinos que habíamos llevado a Ginebra y que yo allí leí y releí”. Y, curiosamente, en el fantaseo del irónico “Epílogo” que cierra el tomo de sus Obras completas de 1974, que supuestamente transcribe “una nota de la Enciclopedia Sudamericana, que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074”, donde dizque se habla de Borges y su obra, éste dice —burlón y caricaturesco— de su biografía de Evaristo Carriego: “Redactó una piadosa biografía de cierto poeta menor, cuya única proeza fue descubrir las posibilidades retóricas del conventillo.” 
   
(Gleizer, Buenos Aires, 1930)
       Vale añadir que las traducciones al francés que hizo Néstor Ibarra de “La lotería de Babilonia” y de “La biblioteca de Babel” —cuentos de El jardín de senderos que se bifurcan y por ello de la primera parte de Ficciones fueron integradas al primer libro de Borges traducido al francés por Paul Verdevoye y el mismo Ibarra, quien lo prologó: Fictions, editado en 1951 por Gallimard, en París, con que inicia La Croix du Sud, colección proyectada y dirigida por el francés Roger Caillois; y que la citada revista Lettres françaises, dirigida por Roger Caillois, entonces exiliado en Buenos Aires, se hizo entre 1941 y 1947 y llegó a 20 números, básicamente con el patrocinio de Victoria Ocampo, la dueña y directora de la revista Sur, y por ende, para “eludir problemas jurídicos [en la Argentina], fue presentada como un suplemento trimestral francófono de Sur”, según reseñan Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine en su biografía Victoria Ocampo (Circe bolsillo, Barcelona, 1998). Y curiosamente, en la página 302 de ésta, se observa, en blanco y negro, la cubierta del histórico y susodicho número 14 de Lettres françaises, donde se anuncian los cuentos de Borges con el título Assyriennes; mientras que Antonio Fernández Ferrer, en la página 52 de Ficciones de Borges. En las galerías del laberinto (Cátedra, Madrid, 2009) transcribió la citada nota de Néstor Ibarra escrita en francés, misma que tradujo al español entre corchetes y en un pie de página, la cual reza a la letra:
Portada de la revista Lettres françaises numéro 14
Buenos Aires, 
1° de octubre de 1944

En Victoria Ocampo (Circe bolsillo, Barcelona, 1998),
biografía de Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine
  “[Hispano-anglo-portugués de origen, educado en Suiza, radicado desde hace mucho tiempo en Buenos Aires donde nació en 1899, nadie tiene menos patria que Jorge Luis Borges. Sólo es en relación a sí mismo como debe ser considerado, no en función de un país, o de un continente, o de una cultura que él no rechaza en absoluto y que de ningún modo representa. El estado civil de este disidente nato importa poco: Borges es un hombre de letras europeo que se encontraría en su casa tanto en Londres como en París o al menos, más concretamente, en la N.R.F. Su ‘criollismo’ de los años 25 o 30 fue una actitud modesta, a veces conmovedora, por lo demás desinteresada, aunque de un artificio tan injurioso, que jamás ha podido ilusionar ni siquiera a un Premio nacional. Escribe en una lengua propia, que les parece un español puro a todos aquellos que se encontrarían en un serio aprieto si tuviesen que decir en qué consiste el español puro, y que se traduce bastante bien al inglés, con más motivo dado que, por ejemplo, fue en inglés como primeramente se escribió Evaristo Carriego.

“Más ajeno que un Jules Renard a la música, a las bellas artes, a todo pensamiento social, Borges es literalmente un hombre de letras, específicamente, de una pureza de la cual se encuentran pocos ejemplos. Parece que ignore toda acción que no se relacione con las Letras. Simple y perfecta fatalidad que ejerce con conciencia, decisión e ironía].” 
   
Estuche del Album Borges (Gallimard, Paris, 1999)
        En cuanto a Jean-Pierre Bernés —editor del Album Borges (Gallimard, Paris, 1999), iconografía con 280 imágenes en color y en blanco y negro, con prólogo y notas suyas en francés, quien ya publicó un bosquejo, breve y sin cafeína, de su experiencia con el escritor argentino: J.L.B: La vie commence... (Le cherche midi, Paris, 2010)—, además de que solía visitarlo durante su último período en Ginebra (“entre el 4 de enero y el 4 de junio de 1986” en una suite del Hôtel L’Arbalète), era profesor en la Sorbona y el editor in progress del par de póstumos tomos de la edición crítica y anotada de las Œuvres complètes de Borges en francés, llevados a la imprenta por Gallimard, en París, en la Blibliothèque de la Pléiade, el primero en 1993 y el segundo en 1999 —puntillosamente objetados por María Kodama, incluida la posesión de las grabaciones magnetofónicas de las entrevistas que Bernés le hizo a Borges y que por ellas judicialmente lo confrontaron, en la capital francesa, con la viuda y heredera universal de Borges y por ende se vio obligado a cederle copias, pero no los derechos de autor que le corresponden—. Mientras que Emir Rodríguez Monegal, otrora maestro de Literatura Iberoamericana en la Universidad de Yale, tiene en su copioso y borgeano haber el compendio titulado Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, México, agosto 30 de 1985), con edición, introducción, prólogos, cronología, bibliografía y notas suyas, cuyo origen es la antología de Borges en inglés urdida entre Monegal y el poeta y traductor Alastair Reid: Borges. A reader. A selection from the writings of Jorge Luis Borges (Dutton, New York, 1981); y el volumen Borges, una biografía literaria (FCE, México, marzo 15 de 1987), escrita originalmente en inglés y publicada en Nueva York, en 1978, por Dutton, cuya traducción al español de Homero Alsina Thevenet ya no vio, puesto que Monegal murió de cáncer, en New Haven, el 14 de noviembre de 1985, casi cuatro meses antes de cumplir 64 años y siete meses antes de que Borges muriera de cáncer el 14 de junio de 1986; pero según la preliminar “Advertencia”: “el autor introdujo especialmente para esta edición algunas modificaciones”, entre las que se halla, en la página 419, un venenoso y elíptico comentario contra Marcos-Ricardo Barnatán: 
   “Los Nueve ensayos dantescos (1982) es una inepta recopilación de estudios sobre el poeta italiano que Borges había dispersado en la prensa. El libro fue hecho con tanto descuido que en dos ensayos faltan las líneas finales. Así, por ejemplo, ‘El encuentro en un sueño’ resulta mutilado en su patética conclusión. Felizmente, Borges ha suspendido toda comunicación con el autor de esta compilación, desautorizando así futuros esfuerzos ‘eruditos’.” 
Emir Rodríguez Monegal ¿con nariz de Pinocho?
Dibujo: Sábat


En Destiempo de Borges, La Gaceta número 188, FCE
México, agosto de 1986
Ante esto, vale observar, primero, que en los prefacios y notas del Ficcionario y en las páginas de Borges, una biografía literaria, Emir Rodríguez Monegal nunca afirma que Borges escribió Evaristo Carriego en inglés y luego lo tradujo al español; y segundo, que esa dizque “inepta recopilación” de los Nueve ensayos dantescos al parecer no la hizo Barnatán, según narra en la página 385 de su Biografía total y en la “Nota preliminar” de la citada primera edición de los Nueve ensayos dantescos, impresa el 18 de mayo de 1982, en Madrid, por Espasa-Calpe, con el número 102 de la serie Selecciones Austral. Pero además, cualquier lector de aldea global que tenga tal edición (o acceda a ella) y la que figura en el póstumo segundo tomo de las Obras completas de Borges, impreso en 1989, en Buenos Aires, por Emecé Editores (ya sin la anotada “Introducción” de Barnatán, sin sus asteriscos al pie de las páginas donde tradujo al español los versos de Dante que Borges citó en italiano, sin el preámbulo de Joaquín Arce, sin las ilustraciones de William Blake y sin la foto del rostro de Borges tomada por Oromoz), puede leer, cotejar y constatar que a ningún ensayo le “faltan las líneas finales” y que “El encuentro en un sueño” no está “mutilado”.  

       
(Espasa Calpe, Madrid, mayo 18 de 1982)
         Al respecto, apunta Barnatán en las páginas 385-386 de su Borges. Biografía total, casi al inicio del “Capítulo 32” (“Nueve versiones de la comedia”):
     “[...] Pronto pude comprobar que Borges no me malquería, y en un encuentro que tuvimos en la habitación del Hotel Palace de Madrid, donde se reponía de una quemadura que había sufrido en el baño, en julio de 1982, me dijo que María [Kodama] le había leído mi trabajo [su largo prólogo a los Nueve ensayos dantescos] y que le había gustado. Creo que fue durante ese encuentro cuando me avergonzó llamándome ‘mi benefactor’. Lamentablemente ese prólogo molestó a un espeso crítico uruguayo que se creía ‘propietario’ de Borges, y de cuyo nombre no quiero acordarme, que con astucia fabricó un doloroso incidente que enturbió nuestra relación sin que pudiera aclararse el malentendido hasta su muerte.
    “Cuando me propusieron escribir un extenso preámbulo a ese libro sobre Dante que, como el mapa de aquel imperio que tenía el tamaño del imperio, debía de tener casi igual número de páginas que el propio libro, no pude evitar el malsano pensamiento de remedar el ingenio de Pierre Menard y escribir un prólogo que coincidiera puntualmente con el libro de Borges. Me era suficiente recurrir a la autoridad que nos confiere Novalis cuando esboza el tema de la total identificación con un autor determinado y perpetrar así el sueño concretado de Menard: no copiar mecánicamente el original de Borges, sino producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra, línea por línea, con las que él escribiera sobre la Comedia. Para ello hubiera tenido que agudizar aún mi facilidad al mimetismo y emprender el arriesgado proceso de ser Borges o, lo que es aún mucho más difícil, escribir el ensayo de Borges sin dejar de ser Barnatán. Pero para desgracia del lector me acobardó tarea tan ardua y lo que es peor no pude afrontar la previsible incomprensión de los editores. Sé que pagaré esta cobardía, pero los que tantas veces hemos construido un peldaño de la torre sabemos que todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, y que en Babel no nació el criterio de la confusión.”  
  
Póstumo segundo tomo de las Obras completas de Jorge Luis Borges
(Emecé, Buenos Aires, 1989)
        Como puede observar el lector, el párrafo citado (con sus alusiones a “Pierre Menard, autor del Quijote”) y un fragmento del anterior (con su parafraseo a la dedicatoria “A Leopoldo Lugones” en El hacedor) transcriben lo expuesto por Barnatán en su “Nota preliminar”, fechada en “Madrid, febrero de 1982”, que precede a su “Introducción” a los Nueve ensayos dantescos
 
Jorge Luis Borges
Foto: Oromoz

En Nueve ensayos dantescos (Espasa Calpe, Madrid, 1982)
       Y en lo que concierne a la anécdota del Hotel Palace citada líneas arriba, vuelve a ser evocada en la página 399 de su Biografía total cuando Barnatán hojea las páginas del Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984), volumen con fotografías y textos que Borges escribió con el auxilio de María Kodama: 
 
María Kodama con el Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984)
        “Ahora abro el Atlas verdadero, el que se imprimió con las fotos y con los textos, repaso sus imágenes, repaso sus páginas: Borges y María montados en un globo en Napa Valley, fotos de Irlanda, los dos en una mesa interior del Café Florian de Venecia, Ginebra, Lugano, el tigre de carne y hueso que iba a ver de vez en cuando en el jardín de su amigo Cuttini con ‘evidente y aterrada felicidad’ y que le lamía la cara, y de pronto una foto que me es familiar, como salida de mi propio álbum, yo he estado allí, dentro de esa foto: Borges en su habitación del Hotel Palace, en Madrid y en julio de 1982. No hay dudas, acabamos de entrar, nos recibe María [Kodama], hablo en plural porque viene conmigo Rosa Pereda, mi mujer. Borges tiene el pie vendado, no puede caminar, se ha quemado con el agua demasiado caliente de su baño. Hablamos de los Nueve ensayos dantescos, que yo le proloqué, y que María acaba de leerle. Es la última vez que hablamos, me llama ‘mi benefactor’. Prefiero recordarlo así. Después sólo lo vi de lejos en Santander, cuando el espeso crítico uruguayo se interpuso y fraguó la calumnia.”



Borges en el Hotel Palace“Madrid, julio de 1982"

Foto en Atlas (1
ª ed. en Pocas palabras, Lumen, Barcelona, 1999)


II de III
El episodio de Santander, España, la última vez que Marcos-Ricardo Barnatán vio de lejos a Jorge Luis Borges sin poder acercarse para abrazarlo, felicitarlo y charlar con él, gira en torno a la entrega a éste, en junio de 1983, de la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y el subterráneo papel que tras bambalinas desempeñó el biógrafo, quien lo bosqueja, entre las páginas 413-414, al inicio del “Capítulo 35” (“Coronado de gloria”) de su Borges. Biografía total, donde se exhibe irónico, resentido y marginado: 
 
Jorge Luis Borges en L'Hôtel de la Rue des Beaux Arts
París, 1978
Foto: Pepe Fernández

En Album Borges (Gallimard, Paris, 1999)
       “Hace unos doce años, y en una habitación del parisino L’Hôtel de la rue de Beaux Arts, el antiguo hotel de Alsacia donde murió Oscar Wilde, Jorge Luis Borges, María Kodama y Jean-Pierre Bernés ultimaban el proyecto más ambicioso del escritor argentino: su acceso a la inmortalidad por la puerta dorada de la publicación de su Obra completa en la mítica colección de La Pléiade. Aún no resignado a la cíclica negación del Nobel, Borges acaba de ser condecorado por el Presidente francés François Mitterrand [el 19 de enero de 1983 recibió en el Palacio del Elíseo las insignias de Comendador de la Legión de Honor] y esperaba ansioso algún gesto de simpatía del flamante Gobierno socialista español que hiciera olvidar su aceptación de la oprobiosa medalla del general Pinochet [la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins, el libertador de Chile,  recibida 
el 21 de julio de 1976 en la embajada de Chile en Buenos Aires, precisa Edwin Williamson en la página 466 de su biografía; luego, a mediados de septiembre de ese año, pasó una semana en la capital chilena, donde recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Santiago de Chile de manos de su rector, que era un general de las fuerzas armadas, y donde habló en la Academia Chilena de la Lengua el día que lo homenajearon y nombraron Miembro de Honor, en cuyo discurso decidió hacer eco del poeta Leopoldo Lugones  —en su período fascista, nada menos— llamando a las fuerzas armadas a crear una patria fuerte que garantizara el orden civilizado en un continente bárbaro. Para culminar, aceptó una invitación a una cena privada con el presidente de la junta militar, general Augusto Pinochet, que tal vez ocurrió en el Palacio de la Moneda, rodeado y agasajado por golpistas y genocidas].
   
Jean-Pierre Bernés
      “Cuando Bernés, antiguo agregado cultural francés en Buenos Aires, recibía la confianza de Borges para coordinar, introducir, anotar y muchas veces traducir partes de ese libro definitivo que la editorial Gallimard contrataba por primera vez con un escritor de lengua castellana vivo, yo telefoneaba a mi amigo Jaime Salinas, hijo del poeta Pedro Salinas, a la sazón director general del libro del ministro Solana, comunicándole la disposición de Borges a recibir un homenaje de los ‘nuevos’ españoles. Y el teléfono funcionó milagrosamente bien. Salinas habló con Solana, Solana con Maravall, que era ministro español de Educación, y los dos con el Presidente del Gobierno. Se convino que lo suyo era condecorarlo con la Orden de Alfonso X el Sabio, ya que la extinta UCD (el partido central de Adolfo Suárez) le había dado ya medio Premio Cervantes compartido con el poeta Gerardo Diego [la ceremonia de entrega fue el 23 de abril de 1980 en la Universidad de Alcalá de Henares] —una maldad que sólo pudo venir del gongorino Dámaso Alonso—, y que incluso el presidente [Felipe] González podía recibirlo en el Palacio de La Moncloa. Salinas me dio la buena nueva y acto seguido viajó a París para ultimar directamente con Borges y María Kodama. Y Borges acabó recibiendo la medalla en la ciudad septentrional de Santander de manos del vicepresidente Alfonso Guerra y del hijo de otro Maravall, de pasado falangista, que había prohibido años antes que su revista, la revista oficial del viejo Instituto de Cultura Hispánica franquista, homenajeara al argentino. Así se escribe la historia.
   “Para colmo, mi gestión de intermediario de esa medalla destinada a lavar medallas anteriores, quedó empañada por el ‘incidente’ fabricado por el espeso crítico uruguayo [Emir Rodríguez Monegal] que se creía propietario de Borges, y gracias a ese ardid se me excluyó del acto de entrega [Monegal estuvo presente] al que me había cuidadosamente invitado el rector magnífico de la Universidad Internacional de Santander, Santiago Roldán. Pero eso es también otra historia.”
 
Marcos-Ricardo Barnatán
     Es probable que a la mayoría de los lectores de la múltiple y laberíntica masa anónima de los distintos países e idiomas les importe un comino tal enredo o ignoren el intríngulis y las menudencias de la presunta intriga que alejó para siempre a Barnatán de Borges. Sin embargo, no se alejó de María Kodama, a quien el biógrafo y su mujer Rosa Pereda pudieron abrazar en Madrid, meses después del fallecimiento del escritor, ocurrido en Ginebra, el sábado 14 de junio de 1986. En este sentido, anota Barnatán en la página 423 de su libro: 
    “Meses más tarde pudimos abrazar a María en Madrid, y pasamos casi un día entero con ella en el Hotel Palace tratando de ayudarla; se sentía agobiada por la responsabilidad de administrar sus derechos de autor, algo de lo que nunca hablaba con Borges. Entonces supimos con qué meticulosidad había planeado su último viaje, la venta del apartamento de la calle Maipú, y el sigilo con que lo hizo. Ya en Ginebra, en diciembre de 1985, Borges le dijo que no pensaba regresar nunca más a Buenos Aires, y que no se lo había dicho antes de partir por temor a que María no quisiera acompañarlo. Los trámites matrimoniales en Paraguay habían acabo en el mes de abril.”
     
María Kodama, Juan Gasparini y Jorge Luis Borges en 1984
Foto: Jorge Gaggero

En Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000)
         Aquí vale observar que María Kodama y Borges, mortalmente enfermo de cáncer hepático (enfermedad preservada casi en secreto), volaron de Buenos Aires a Europa el 28 de noviembre de 1985; y que ya en Ginebra, pese a que ella dizque desde siempre era renuente al matrimonio civil con el viejecito y ciego Borges, “súbitamente” le dio el “sí quiero” y se casaron por poder en Colonia Rojas Silva, un lejano y pequeño pueblo del Paraguay; y en Ginebra, en la suite del Hôtel L’Arbalète donde se hospedaba el doliente Borges —dice Williamson en la página 528 de su biografía—, hubo “un pequeño festejo” y un brindis con champán (Borges lo hizo con “una copa de agua mineral gasificada”) “al que asistieron el gerente general y su esposa, y Jean-Pierre Bernès, el profesor francés”; e incluso Héctor Bianciotti, editor de Gallimard, quien además estuvo en vela al lado de Borges la última noche de su vida, hasta el instante de morir en la mañana del sábado 14 de junio de 1986, según le contó a Rodolfo Braceli en el pasaje de una entrevista que le hizo, a  
“Mediados de agosto de 1996, en Buenos Aires”, recogido en su libro Borges-Bioy. Confesiones, confesiones (Sudamericana, Buenos Aires, 1997). Y según se lee en la copia del Certificado de matrimonio que Juan Gasparini exhibe en la página 37 de su corrosivo libro-reportaje Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000), el casorio de Borges y María Kodama ocurrió el 26 de abril de 1986; es decir, menos de dos meses antes de que el escritor muriera aquejado por el cáncer terminal que padecía, en cuyo agravamiento y muerte incidió un enfisema pulmonar y un fallo cardíaco.
   
Marcos-Ricardo Barnatán y María Kodama
      Es por esos lazos amistosos con María Kodama, que en “enero de 1995”, en Buenos Aires, la viuda les mostró al biógrafo y a su mujer “la hermosa casa blanca de la calle Anchorena 1660 que había comprado como sede para la Fundación Jorge Luis Borges, contigua a la casa de estilo colonial andaluz en la que Borges vivió” (al parecer entre 1939 y 1943, en “Anchorena 1972”, según dice Monegal en la página 308 de su biografía; o hasta 1941, en “Anchorena 1672”, según dice Williamson en la página 296 de la suya; o 
“desde 1938 hasta 1943”, según apunta Alicia Jurado en la página 108 de la propia, quien en la 109 muestra una vista fotográfica de la “casa con jardín en Anchorena 1672”, no obstante en la página 42 dice que allí se mudaron en 1939donde permanecieron tres años) en compañía de su madre y de su hermana Norah y de Guillermo de Torre, su marido desde “septiembre de 1928” y exiliados de España por la Guerra Civil, misma que fue inaugurada el 24 de agosto de 1995, día del aniversario 96 del escritor.
(Tusquets, Barcelona, 1996)
  Y en lo referente a la supuesta meticulosidad y supuesto sigilo con que María Kodama urdió la venta del legendario e histórico departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 (que según Juan Gasparini “era también propiedad de su hermana Norah en un 29,49 por 100”) —donde el escritor vivó con su madre desde 1944 hasta la muerte de ambos, según María Esther Vázquez (p. 193), o desde 1947, según Edwin Williamson (p. 296 y 334), o desde 1946, según Alicia Jurado (p. 45)—, al margen o paralelamente a lo que bosqueja y amplía Gasparini en su citado libro-reportaje y Alejandro Vaccaro y Epifanía Uveda de Robledo en El señor Borges (Edhasa, Barcelona, 2005), es, según lo esboza María Esther Vázquez en el capítulo “Fani” de su biografía, un episodio muy sórdido que, apunta, después del inventario notarial y judicial de los objetos y pertenencias de Borges, dejó primero encerrada en el cuarto de servicio a la criada Fani (la susodicha Epifanía Uveda de Robledo), quien había servido a los Borges durante “38 años”, y luego prácticamente de patitas en la calle y hundida en pleitos en el juzgado que la confrontaron con la virulenta viuda de Borges, quien también peleó, por diversas causas, contra los sobrinos de éste, Luis y Miguel, los hijos de su hermana Norah y de su cuñado Guillermo de Torre. Incidente miserable, espeso y controvertido, que el lector puede ubicar no sólo dentro de la diatriba de María Esther Vázquez contra María Kodama, como fueron, entre otras cosas, los postreros y sorpresivos cambios testamentarios de Borges que beneficiaron, sobre todo, a la viuda. En este sentido, en la página 302 de su libro apunta la biógrafa: “Faltaban todavía doce años para que María [Kodama] le confesara al ABC de Madrid —12 de julio de 1990— que la familia de Borges, Norah incluida, era ‘la hez de la canalla’.” Y sobre la dedicatoria a María Esther Vázquez en el “Poema de los dones”, anota en la página 208: “En diciembre de 1958 Borges escribió el ‘Poema de los dones’ incluido en El hacedor, que apareció en 1960. Posteriormente y en ediciones sucesivas, Borges me lo dedicó. Dedicatoria que persistió hasta su muerte; luego fue borrada. El editor B. del Carril dijo que fue una orden dada por quien ha heredado los derechos de Borges, María Kodama.”  

Pero para atizar (quizá sin aclarar) el folletinesco embrollo que alejó para siempre a Barnatán de Borges, en la página 281 de la citada biografía de James Woodall, éste apunta en la nota 19:  
   
(Gedisa, Barcelona, 1998)
        “Bien conocida era la aversión que tenía Borges por la homosexualidad. Marcos-Ricardo Barnatán, que fue una vez amigo de Borges y que es uno de sus recientes biógrafos en español, imaginó un cuento en el que Borges tuvo que pasar —por necesidad, no por elección— una noche en Junín compartiendo la cama con otro hombre. El hombre pasa parte de la noche entregado a un misterioso rito. Sólo mucho después, al leer un libro sobre el asunto, Borges comprendió que se trataba de pederastia [el término correcto es sodomía, pues se trata de dos hombres y no de un hombre y un niño]. Cuando el cuento llegó al conocimiento de Borges, éste se negó a volver a ver a Barnatán. (Véase Cabrera Infante en The Borges Tradition, págs. 18-19)”.

III de III
Ahora que todo biógrafo de Jorge Luis Borges (no sólo los homúnculos, los golem y los nanoreseñistas dispersos y engullidos en la web) suele cometer una serie de errorcillos y de lapsus pendeji, que sin embargo no debería permitirse un erudito borgeano. Por ejemplo, Marcos-Ricardo Barnatán, en la página 328 de su Biografía total, bosqueja el trunco noviazgo que Borges tuvo con Cecilia Ingenieros en los años 40 y alude que fue ella “quien le cuenta a Borges el argumento de Emma Zunz, un relato que Borges escribe en 1948 y publica Sur en su número 167 del mes de septiembre”; y, según apunta: “La dedicatoria que Borges le ofreció a Cecilia Ingenieros en 1948 no dejó de aparecer siempre que su relato Emma Zunz se publicara.”  
   
(Losada, Buenos Aires, 1949)
         Vale puntualizar, entonces, que al inicio del postrero “Epílogo” de su libro de cuentos El Aleph (Losada, Buenos Aires, 1949), firmado en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1949”, Borges dice, entre paréntesis, que el “argumento espléndido” de Emma Zunz, “tan superior a su ejecución temerosa, me fue dado por Cecilia Ingenieros”; y lo mismo afirma casi a la mitad de su “Prólogo” (fechado en “Buenos Aires, 9 de agosto de 1951”) a La muerte y la brújula (Emecé, Buenos Aires, 1951), antología de nueve cuentos ya publicados (revisados y corregidos ex profeso para tal edición, que fue única): “De Emma Zunz básteme, ahora, repetir que su argumento es obra de Cecilia Ingenieros. Alguna vez ensayaré otra versión, menos trágica que patética, escrita no desde la mujer que ajusticia sino desde el varón que es ajusticiado. Emma Zunz está redactada con palabras opacas, in a style of scrupulous meanness, como dijo Joyce de sus Dubliners.” 

 
(Emecé, BuenosAires, 1951)
Ilustración: F. Schonbach
       Pero el cuento “Emma Zunz”, publicado por primera vez en el número 167 de la revista Sur, correspondiente a septiembre de 1948, no es el cuento que está dedicado a ella en El Aleph, sino “El inmortal”, al término, donde se lee: A Cecilia Ingenieros. Y tal circunstancia Borges la reitera en el susodicho tomo de sus Obras completas, editado por Emecé en 1974: al término de “El inmortal” y en el citado “Epílogo”; ladrillesco volumen de 1162 páginas (no exento de yerros), que reúne buena parte de los libros que publicó entre 1923 y 1972 y que revisó ex profeso, de cabo a rabo y durante dos años, con el auxilio del editor Carlos V. Frías, el cual Borges signó con una cariñosa dedicatoria a su madre y con el citado “Epílogo” (“un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”, dice Monegal, que doña Leonor conservó en la cabecera de su cama hasta que murió, a los 99 años, el 8 de julio de 1975). Mientras que en la Nueva antología personal (Emecé, Buenos Aires, 1968) —cuya preliminar y afectiva dedicatoria a su entonces esposa Elsa Astete Millán está datada en “Buenos Aires, 13 de junio de 1968”—, donde Borges reunió a “Emma Zunz” entre los diez cuentos que integran la tercera sección titulada “Relatos”, no menciona a Cecilia Ingenieros en “Emma Zunz”, ni el “Prólogo” fechado en “Buenos Aires, 1967”, sino en la consabida dedicatoria al término de “El inmortal”. 
(Sudamericana, Buenos Aires, diciembre 24 de 1940)
       Y en la página 300 de la misma Biografía total, en la glosa de sus datos sobre “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, dice Barnatán: “En la posdata que agrega en 1947”. Pero ojo: la Posdata de 1947 —tal como se lee en las sucesivas reediciones de Ficciones (Sur, Buenos Aires, 1944; y Emecé, Buenos Aires, 1956, edición aumentada con tres cuentos al final de la segunda parte del libro, titulada Artificios; es decir, de seis cuentos pasaron a ser nueve) y en las consecutivas reediciones del tomo de las Obras completas de 1974— es transcripción de lo expuesto en la Antología de la literatura fantástica, de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, libro que la Editorial Sudamericana terminó de imprimir en Buenos Aires, el 24 de diciembre de 1940, con el número 1 de la Colección Laberinto, y que además fue la segunda vez que el cuento se publicó con la Posdata de 1947. La tercera vez fue el 30 de diciembre de 1941, también en Buenos Aires, cuando la editorial de la revista Sur publicó el libro El jardín de senderos que se bifurcan (con el copyright datado en 1942), donde en 124 páginas Borges reunió un “Prólogo” fechado en “Buenos Aires, 10 de noviembre de 1941”, y ocho cuentos: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El acercamiento a Almotásim”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería de Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “La biblioteca de Babel” y “El jardín de senderos que se bifurcan” (el único inédito hasta entonces); conjunto que, con tal título, pasó a ser la primera parte de Ficciones. Tal orden fue alterado en el tomo de las Obras completas de 1974, pues el cuento “El acercamiento a Almotásim” fue colocado en la postrera sección Dos notas del libro de ensayos Historia de la eternidad (1936); esto porque así apareció en la edición príncipe de ese título, impreso en Buenos Aires, en 1936, por Viau y Zona. Vale subrayar que en “El acercamiento a Almotásim”, trascendentalmente, ya está condensado el Borges erudito, minucioso, alambicado y laberíntico que reseña y comenta las ediciones de un libro inexistente (de índole policial y mística) de un autor inexistente (el “abogado Mir Bahadur Alí, de Bombay”), matizado al final con su erudita, fantástica y panteísta nota sobre el mito del Simurg (leído en el Coloquio de los pájaros, “del místico persa Farid al-Din Abú Talib Muhámmad ben Ibrahim Attar”), incorporada en la edición de Ficciones de 1944 y que, con el título “El simurg”, Borges variaría con Margarita Guerrero en el Manual de zoología fantástica (FCE, México, 1957).   

       
(Sur, Buenos Aires, 1944)
         Pero el caso es que en la página 84 de la Antología de fines de 1940 “Tlön” está fechado, en el supuesto final, en “1940, Salto Oriental.” Y abajo de esa datación figura un espacio en blanco y luego la Posdata de 1947, cuyo primer párrafo dice a la letra: 

Páginas 84-85 de la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, Buenos Aires, 1940)
  “Posdata de 1947. — Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la Literatura Fantástica, Editorial Sudamericana, 1940, sin otra excisión [sic] que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.” 
(Sudamericana, Buenos Aires, 1965)
       En la segunda edición de la Antología (revisada, reordenada, aumentada y con una inédita “Posdata” de Bioy), impresa en 1965 por Sudamericana, fue corregida la errata en la palabra “excisión” que se lee en la Posdata de 1947 en la Antología de diciembre de 1940 (ahora se lee escisión); y la fecha anterior a la Posdata de 1947 figura así: “1940, Salto Oriental.” En Ficciones la fecha del supuesto final de “Tlön” que antecede a la Posdata de 1947 se lee así: “1940. Salto Oriental.” Y en el tomo de las Obras completas aparece así: “Salto Oriental, 1940.” Y en ambos casos está corregida la citada errata.  

     
Portada de la revista Sur número 68
Buenos Aires, mayo de 1940
        Pero el meollo es que pocos lectores del español y del orbe leyeron la primera edición de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, publicada entre las páginas 30 y 46 del número 68 de la revista Sur, correspondiente a mayo de 1940, en cuya Posdata de 1947 Borges inició el juego con el tiempo (una especie de instantáneo viaje al futuro —hasta que in crescendo el planeta Tierra se está transfigurando en Tlön o ya lo es—, olvidado y perdido en el presente) a través del ejemplar que el lector, en el instante de la lectura, tenía en sus manos, según se lee progresivamente en la Posdata de 1947 y lo señalan las observaciones del “espeso crítico uruguayo” Emir Rodríguez Monegal, célebre borgeano que, según cuenta en el póstumo Las formas de la memoria (I): Los magos (Vuelta, México, 1989), desde su adolescencia y cuasi pobreza se dio a la tarea de comprar y coleccionar todos los números de la revista Sur, sólo porque allí publicaba Borges, a quien había descubierto en la revista El Hogar (que en Montevideo leía su tía Nilza), donde en la sección “Libros y autores extranjeros”, entre 1936 y 1939, publicó reseñas de libros, biografías sintéticas, ensayos breves y comentarios sobre la vida literaria; bagaje que a la postre Monegal antologó y editó, con Enrique Sacerio-Garí, en el compendio Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939)(Tusquets, Barcelona, septiembre de 1986), libro que tampoco pudo concluir y ver impreso, y por ende lo concluyó y prologó Sacerio-Garí. El episodio de la revista El Hogar, Monegal también lo contó en un pasaje de “Leí a Borges y entré en un mundo distinto”, “Entrevista de Martín Caparrós”, publicada en el periódico Clarín, de Buenos Aires, “el 5 de diciembre de 1985”, reproducido en un recuadro de Destiempo de Borges, número monográfico de La Gaceta del FCE, correspondiente a agosto de 1986:  
     “Descubrí a Borges en una revista femenina que se llamaba El Hogar, una revista donde las señoras de la sociedad porteña aparecían copiosamente fotografiadas con sus pieles, sus perros, sus maridos, sus choferes. En medio de informaciones puntillosas sobre el último té-canasta y avisos publicitarios en que la Nena Bibeloni de Patreras de Cachaza de Gimferrer recomendaba una crema de manos diciendo que tenía esas manos tan bellas porque usaba cremas pum, aparecían unas crónicas de libros firmadas por un tal Borges. La sección se llamaba Guía del lector, y Borges trataba a sus lectoras como si fueran Borges: comentaba La metamorfosis de Kafka, o publicaba una biografía sintética de Spengler, o una reseña de Finnegans Wake...
     “—...con total desprecio de su público...
    “—No, no era desprecio, era una gran simpatía hacia un público que no existía. Pero, infortunadamente para Borges y afortunadamente para mí, yo lo leí y quedé deslumbrado. De repente me encontré con un señor maravilloso que había leído todos los libros del mundo y a quien, sobre todo, le gustaban los libros que a mí me gustaban, y miles más que yo no conocía pero ya me gustaban porque le gustaban a él. Entonces empecé a rebuscar, a ver quién era este señor, y encontré una revista que se llamaba Sur, en la que él colaboraba. Así que empecé a comprarla. Como no tenía mucho dinero, todos los meses compraba el número del mes y uno atrasado, en una librería de Montevideo que tenía casi toda la colección, porque nunca lograba venderla. Y después, un día, en una librería de viejo, encontré la Historia universal de la infamia [Col. Megáfono núm. 3, Tor, Buenos Aires, 1935], en un ejemplar sin abrir, porque nadie leía a ese señor. Lo abrí con cuidado, con respeto. Allí, entonces, se acabó para mí la literatura, y empezó Borges.” 
Pues bien, en la página 302 del póstumo Borges, una biografía literaria, Monegal apunta sobre la susodicha Posdata de 1947 publicada en el número 68 de la revista Sur en mayo de 1940, donde apareció la primera edición del cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”:
 
(FCE, México, 1987)
         “La posdata revela el juego porque está fechada en 1947 y dice: ‘Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en el número 68 de Sur, con portada verde jade, mayo de 1940.’ El hecho de que el lector de Sur tuviera en sus manos esa edición en color verde jade, y de que lo estuviera leyendo inequívocamente en mayo de 1940 y no de 1947, creaba una curiosa perspectiva: un mise en abîme, como solía decir André Gide y como repiten ahora los críticos franceses. De la misma manera en que una caja de galletitas muestra una imagen de una caja de galletitas, con otra etiqueta, etcétera, creando un retroceso infinito, el texto de Borges fue inicialmente publicado en la edición número 68 de Sur, como la reproducción de un texto ya publicado en la edición número 68 de Sur.” 
   
Página 42 de la revista Sur número 68 (Buenos Aires, mayo de 1940),
reproducida en la página 95 de Ficciones de Borges. En las galerías
del laberinto
 (Cátedra, Madrid, 2009), de Antonio Fernández Ferrer.
       Sin dejar de mencionar que en el tomo de las Obras completas de 1974 el volumen de la Anglo-American Cyclopaedia donde se habla de Uqbar es el volumen XXVI y no el XLVI que se registra en las tres primeras ediciones de “Tlön”, se puede concluir la presente nota con la exacta transcripción del primer párrafo de la Posdata de 1947, tal y como fue publicado, en mayo de 1940, en la página 42 del número 68 de la revista Sur, después del supuesto final fechado en “1940, Salto Oriental.” Allí se observa la errata en el vocablo “excisión”, misma que se reprodujo en la Antología de fines de 1940. Y las mínimas diferencias, entre la versión original publicada en el número 68 de la revista Sur y la cita de Monegal, al parecer obedecen a que éste escribió en inglés su Borges, una biografía literaria y a que Homero Alsina Thevenet concluyó su traducción al español después de la muerte del biógrafo y por ende no la pudo revisar y cotejar y quizá enmendar: 
    “Posdata de 1947. — Reproduzco el artículo anterior tal y como apareció en el número 68 de SUR —tapas verde jade, mayo de 1940— sin otra excisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.”


Marcos-Ricardo Barnatán, Borges. Biografía total. Iconografía en blanco y negro sin paginar. Colección Biografías, Ediciones Temas de Hoy. 2ª edición. Madrid, mayo de 1998. 520 pp.