lunes, 23 de abril de 2018

Guerra del tiempo

El retorno de nunca jamás


En 1962, en México, con el sello de la Compañía General de Ediciones, el cubano Alejo Carpentier (1904-1980) da a conocer El siglo de las luces, extensa novela donde imagina y explora, en el Caribe, los efectos de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Pero en 1958, con el mismo rubro editorial, dio a conocer Guerra del tiempo, una trilogía de cuentos integrada por “El camino de Santiago”, “Viaje a la semilla” y “Semejante a la noche”; seguida de la novela El acoso, que de manera individual había publicado en 1956, en Buenos Aires, en la Editorial Losada. Los cuentos de Guerra del tiempo, además del vocabulario barroco que caracteriza a cierta narrativa suya, comparten tildes y clisés del concepto real-maravilloso que sustentó en el furibundo prólogo de su novela El reino de este mundo, publicada en México, por EDIAPSA, en 1949; sello editorial donde 1953 publicó la primera edición de su novela Los pasos perdidos.
En 1983, en México, bajo el cuidado de la narradora mexicana María Luisa Puga (1944-2004), Siglo XXI Editores publicó el tercer volumen de las Obras completas de Alejo Carpentier, dividido en tres partes: “1. Guerra del tiempo”, que comprende los tres cuentos en otro orden: “Viaje a la semilla”, “Semejante a la noche” y “El camino de Santiago”. “2. El acoso”. Y “3. Otros relatos”: “Oficio de tinieblas”, “Los fugitivos”, “Los advertidos” y “El derecho de asilo”.
       
(Siglo XXI, México, 1984, 2ª ed.)
         El cuento “Viaje a la semilla” puede ubicarse en algún lugar de La Habana. Allí, mientras un grupo de obreros comienza la demolición de una casona barroca (en cuyo traspatio hay una Ceres sobre una fuente con mascarones luídos), un viejo negro, con un cayado, fisgonea y da vueltas entre los escombros rumiando palabras indescifrables (quizá un sortilegio). Cuando los obreros concluyen la jornada del día y se van, el viejo negro, a imagen y semejanza de un mago (tal vez un Cronos-Saturno encarnado en esa versión afrocubana) “hizo gestos extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas”. Entonces, lo que ya era cascajo regresa a su sitio; pero también, como en un flash-back, el tiempo empieza a marchar hacia atrás. De modo que partiendo del funeral del Marqués de Capellanías, el ex dueño de la mansión, los capítulos del cuento trazan el decurso de la vida del Marqués, hasta el instante, después de su primera infancia, en que retorna al vientre materno. Pero al unísono la mansión, y todo lo que hay adentro y alrededor de ella, viajan de prisa hacia el pasado, hacia el origen. Así, cuando los obreros regresan al día siguiente descubren que su trabajo fue concluido, que en el terreno no hay nada, y que incluso “alguien se había llevado la estatua de Ceres, vendida la víspera a un anticuario”.

        
Alejo Carpentier
(1904-1980)
        El cuento “Semejante a la noche” se divide en cuatro fragmentos. En el primero, un joven guerrero de una isla griega está a punto de embarcarse en una de las cincuenta naves enviadas por el rey Agamenón. Además de su orgullo guerrero, destaca el hecho de que cree en los supuestos nobles propósitos con que se pretende rescatar a Elena de Esparta, secuestrada y humillada en Troya. Ciertos rasgos del fragmento segundo son parecidos a algunos pasajes del anterior; mas en éste el joven guerrero se halla en España, en el siglo XVI, se ha inscrito en la Casa de la Contratación y está a punto de zarpar al Nuevo Mundo. Pero además de las supuestas buenas intenciones: convertir y civilizar idólatras, como soldado de Dios y del rey, no oculta su interés personal: quizá halle algo parecido al Elixir de la Larga Vida: la Uña de la Gran Bestia y la Piedra Bezar, que dizque curan todos los males; y una variante del mito de El Dorado: la “tierra de Omeguas, una ciudad toda hecha de oro, que un buen caminador tardaba una noche y dos días en atravesar”.

        Los fragmentos tercero y cuarto son partes del mismo tiempo y del mismo relato. Corre el siglo XIX. El joven guerrero, un francés al servicio del rey de Francia, está a punto de dejar Europa rumbo a tierras americanas. Y si bien se confirma su índole mercenaria: “hacer rápida fortuna en una empresa muy pregonada”, la perfidia del conquistador, tras el rostro de la heroica y romántica empresa, es cuestionada por las palabras de Montaigne que le cita su prometida. Pero también por las que cifra un viejo soldado cuando dice, como si hablara del arquetipo de todas las guerras, que “Elena de Esparta vivía muy gustosa en Troya, y que cuando se refocilaba en el lecho de Paris sus estertores de gozo encendían las mejillas de las vírgenes que moraban en el palacio de Príamo”. Y que todo eso de que era “ofendida y humillada por los troyanos”, no era más que “propaganda de guerra, alentada por Agamenón” para encubrir el verdadero propósito: ampliar el ámbito de los muchos negocios y el dominio territorial.
   
Alejo Carpentier en La Habana (1964)
Foto: Paolo Gasparini
         El cuento “El camino de Santiago” comienza en Amberes, durante un tiempo que data de las últimas décadas del siglo XVI. Juan el tambor, el protagonista, nativo de Alcalá, es otro mercenario. Se halla bajo el mando del duque de Alba, quien representa al católico poderío del imperio español sobre el reino de Flandes. 

Según los soldados, lo que detiene en Amberes al duque de Alba, no es la fervorosa quema de luteranos, sino una flamenca con voz de sirena a la que le cumple los más extravagantes caprichos, tales como la serie de naranjos enanos recién desembarcados y traídos ex profeso, quizá de las Indias o del Sultanato de Ormuz, entre especias y cosméticos orientales. Pero ese navío también trae la peste en forma de ratas, que no tardan en reproducirse, en invadir, sitiar y corromper al marinaje y a la población.
       “El camino de Santiago” resulta un barroco retablo, donde los detalles y minucias, si bien se deben a la riqueza léxica y a la virtud imaginaria de Alejo Carpentier, también translucen el bagaje bibliográfico que incidió en su concepción. Así, la peste en Amberes dibuja escenas que provienen del Medievo, como si se viviera el espeluznante y apocalíptico fin del mundo, entre los constantes pecados y las excesivas tentaciones de la carne, del vino y del estómago, al unísono del inextricable horror a la muerte, al castigo divino y al Infierno. Así, si estos pasajes también evocan el ancestral arquetipo de las representaciones de la danza macabra o danza de la muerte y su eclesiástica moraleja (escenificaciones de los trashumantes cómicos de la legua en los atrios de las iglesias, en obras poéticas, muralistas, escultóricas y gráficas en las miniaturas de los libros de horas o no), resulta lógico que ante las mundanales y supuestas evidencias del castigo divino y de la apocalíptica destrucción, dentro de las pesadillescas visiones que Juan el tambor tiene en una fiebre (que él supone producto de la peste), crea ver una señal que le indica emprender el camino a Santiago de Compostela, precisamente a la catedral donde se halla el Pórtico de la Gloria y el milagroso sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, junto a “la cadena que lo aprisionó en Jesuralén y el hacha que lo decapitó”.
       Juan el tambor, convertido en Juan el romero, emprende a pie el camino llevando un bordón, una esclavina con conchas cosidas y una jícara para el agua de los arroyos. En la ruta de los míseros hospitales, llega a ser parte de una horda de más de ochenta peregrinos, enfermos, tullidos, sucios y malolientes. Pero al llegar a Bayona nota cierta recuperación, por lo que después de remojarse, supone que le caería bien la dispensa de “un jarro de vino a orillas del Adur”. Mas con tal tintazo evoca a las mozas de Amberes, olvida su promesa, tuerce el camino, e incluso utiliza, para su provecho, el disfraz de romero. Así, al llegar a la entrada de Burgos se tropieza con una carnavalesca feria en la que abundan los supuestos fenómenos y las maravillas del Mundo Nuevo. La algarabía, un chubasco y un mesón lo hacen coincidir con un indiano embustero, en cuyo número, además del esclavo negro con el rostro con marcas de cuchillo, utiliza un mono, un papagayo y dos caimanes rellenos de paja que hace pasar como traídos del Cuzco. Entre los portentos del Mundo Nuevo que el indiano le describe a Juan el tambor, están las ciudades de oro, la Fuente de la Eterna Juventud, y lo inútil que son allí los secretos de los alquimistas que transmutan los metales en el más preciado metal. 
Bajo tal influjo, poco después se registra en la Casa de la Contratación. Pero luego en México no lo dejan pasar. Y nuevamente el indiano, con su palabrería, le dora la píldora; y de nuevo se vuelve a embarcar y finalmente arriba al puerto de San Cristóbal de La Habana.
       Lo terrible de la travesía marítima y de su estancia en la isla, resultan para Juan un infierno, quizá un castigo por no haber llegado a Santiago de Compostela; y esto es así antes y después de que un pleito de cantina lo convierte en un fugitivo que se oculta, en otra parte de la selvática ínsula, con otros réprobos: un calvinista, un judío, un esclavo negro, y un serrallo de negras africanas, entre ellas dos a las que hace sus mancebas.
       Presos en esa isla que los harta y disgusta, los europeos castran el tiempo rumiando y fantaseando la nostalgia del orbe que supuestamente vivieron y dejaron. Cierta vez, como señal premonitoria no sólo del arribo de un navío, Juan tiene otra pesadilla (originada por la fiebre) en la que se mira, desesperado, intentando entrar a la Catedral de Compostela, pero nadie le abre ni lo escucha. 
Así, cuando navega rumbo a Europa en el barco que los rescata se promete cumplir la peregrinación. Sin embargo, luego de que los católicos marinos prácticamente ejecutan al calvinista y al judío, Juan, ya en tierra, no se transforma en Juan el romero ni en Juan el tambor, sino en Juan el indiano, precisamente en la feria de Burgos, donde con el negro que conociera en la isla, también con el rostro tasajeado por un cuchillo, representan, “para holgarse de vino y mozas”, y con idéntica utilería, el mismo número que Juan, años ah, vio hacer al indiano y a su negro esclavo. 
Se trata, entonces, de un tiempo circular (o cuento de nunca acabar) en que se repiten las mismas escenas y las mismas palabras, no exentas, sin embargo, de una variante: cuando en el mesón Juan el indiano le dora la píldora a un Juan el romero idéntico al que él fue, como si se tratara de un diálogo o de un fantaseo consigo mismo, ocurre que entre los dos Juanes trazan, discuten, contrapuntean y repiten un mismo y consabido argumento, no sólo sobre las maravillas del Mundo Nuevo. 
Así, entre augurios, rumores y circunstancias parecidas e idénticas a las del pasado, los dos Juanes, junto con el negro traído de la isla, se registran en la Casa de la Contratación ante el chusco debate que cifran Santiago y Belcebú, al pie del ceño fruncido de la Virgen de los Mareantes.


Alejo Carpentier, Guerra del tiempo (“Viaje a la semilla”, “Semejante a la noche” y “El camino de Santiago”), en Obras completas de Alejo Carpentier, Vol. III, p. 7-79, México, 1984, 2ª ed.  




1 comentario:

  1. Me acabo de encontrar este maravilloso y único blog, apenas estoy visitándolo y ya he encontrado joyas, mil gracias!

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