domingo, 1 de marzo de 2015

El héroe discreto




Nunca te dejes pisotear por nadie


Con un tiraje de 44 mil ejemplares, en junio de 2013 se terminó de imprimir, por Alfaguara, la primera edición mexicana de El héroe discreto, la última novela del peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), Premio Nobel de Literatura 2010, la cual, al unísono, en varios países del idioma español empezó a venderse en las librerías el jueves 12 de septiembre pasado, luego de que un día antes fuera presentada por Pilar Reyes y el autor en la Casa de América, en Madrid. Ubicada en el Perú de la época actual (con la ebullición de la web, de los blogs, de los celulares), si bien un lindero temático implica y refleja extendidos conflictos delincuenciales que trastocan vidas individuales y familiares y la paz social, como es el secuestro de una persona y la coercitiva exigencia de cupos a comerciantes y empresarios por parte de mafias organizadas, El héroe discreto es un divertimento novelístico, urdido con maestría y amenidad, con el que Mario Vargas Llosa retoma sus raíces peruanas (signadas por un florido vocabulario salpimentado de sonoros piruanismos y peruanismos) y recrea su propia obra. Dedicada a la memoria del piurano Javier Silva Ruete (1935-2012), amigo de la infancia del autor y ministro de Economía y Finanzas en tres gobiernos del Perú, El héroe discreto tiene por epígrafe una línea de “El hilo de la fábula”, poema en prosa de Borges reunido en Los conjurados (1985), que semeja una especie de declaración de principios narrativos del novelista: “Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo.” Y por ende evoca unas palabras dichas por él casi al término del coloquio de presentación: “Lo importante es vivir como si uno fuera inmortal, como si la muerte no existiera, como si no fuera a morir, aunque secretamente sepamos que eso no va a ocurrir [...] Para mí, escribir es abolir ese aspecto tan negativo de la temporalidad. Me hace vivir intensamente, anula la preocupación [...] Me gustaría mucho morirme escribiendo”. 
Mario Vargas Llosa 
  Dividida en XX capítulos, El héroe discreto discurre por dos vertientes alternas y paralelas que llegan a tocarse y a coincidir sin perder su distancia y paralelismo. Una gira en torno a los problemas que empieza a confrontar Felícito Yanaqué, un empresario de Piura, de 55 años, dueño de Transportes Narihualá, a raíz de que recibe un mensaje anónimo (firmado con el dibujo de una arañita) donde una mafia le anuncia que tendrá que empezar a pagarle 500 dólares mensuales con tal de dizque protegerlo ante la delincuencia y otras mafias. Vale recordar que Vargas Llosa vivió de niño en Piura y que de ello habla en Historia secreta de una novela (1971), en El pez en el agua (1993) y en el Diccionario del amante de América Latina (2005). La otra vertiente narrativa se desarrolla centralmente en Lima (allí Vargas Llosa se licenció en la Universidad de San Marcos y se lió con su tía Julia), donde don Rigoberto —protagonista, junto con su esposa Lucrecia y su hijo Fonchito, de las novelas Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997)—, de 62 años, es gerente de una compañía de seguros y vive en el penthouse de un edificio ubicado en Barranco (donde Vargas Llosa tiene una casa familiar que fue sede operativa del Frente Democrático durante su campaña por la presidencia del Perú). A un paso de jubilarse (después de 30 años) y emprender un añorado viaje a Europa con Lucrecia y Fonchito, Rigoberto es citado por Ismael Carrera, el octogenario y acaudalado dueño de la compañía, quien le pide que, junto con el negro Narciso, su chofer, sea testigo de su inminente y furtiva boda con Armida, su sirvienta, chola, humilde y 38 años menor que él. Casorio que provocará, y provoca, con prejuicios racistas, la codicia y la sucia virulencia de Miki y Escobita, los mellizos que tuvo con su difunta esposa.

Felícito Yanaqué tiene como principal divisa moral la única herencia que le dejó su padre, el yanacón Aliño Yanaqué, quien lo educó pese a su analfabetismo y pobreza extrema: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo.” Así que Felícito, pequeño y frágil, les responde a los mafiosos, con un aviso en El Tiempo, diciéndoles que no recibirán de él ni un clavo. Presionados por el coronel Ríos Pardo, jefe policial de la región, el capitán Silva, comisario en Piura, y su adjunto el sargento Lituma, se ven impelidos a indagar el caso. Y aquí vale recordar que Lituma es un personaje recurrente en la obra de Mario Vargas Llosa, desde su tarea en “Un visitante”, cuento de Los jefes (1959), su primer libro, destacado, incluso, en el título de una de sus novelas: Lituma en los Andes (1993). Y que como pareja policíaca (Lituma y Silva) tienen una breve pero clave aparición en Historia de Mayta (1984) y protagonismo en ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986). Pero el papel más memorable y entrañable de Lituma se sucede en la intrincada y laberíntica La Casa Verde (1966), cuando en Piura, de jovenzuelo y joven, fue de “los inconquistables”, tres mangaches de la Mangachería: él y sus primos los León: José y el Mono, más Josefino, un gallinazo de la Gallinacera, que se les unió, y quienes frecuentaban la segunda Casa Verde, regentada por la Chunga —y por ende son protagonistas del libreto La Chunga (1986)—, hombruna e hija natural de don Anselmo, el arpista ciego y fundador de la primera Casa Verde, incendiada por un grupo de airadas beatas encabezadas por el padre García. Y es que tales pormenores de antaño (y otros, como el lépero himno que a gaznate pelado solían rebuznar “los inconquistables”) los rememora el sargento Lituma ante el capitán Silva cuando más o menos recuerda que uno de “los inconquistables” todo el tiempo dibujaba arañitas y por ende podría ser el mafioso que firma los amenazantes anónimos con el dibujo de una arañita. Tal ingrediente se engarza al suspense en torno al descubrimiento de los criminales que acechan al metódico y disciplinado Felícito Yanaqué, quien inicia cada día con una mañanera rutina de lentos ejercicios chinos que le ayudan a encontrar su centro, que suele consultar a una estrafalaria “santera” y clarividente cuyas infalibles “inspiraciones” inciden en el rumbo de su vida, quien tiene una religiosa, callada y resignada esposa, dos hijos que trabajan de choferes e inspectores en Transportes Narihualá, una joven amante a la que le puso casa chica, y una colección de discos de Cecilia Barraza que lo embelesan y fascinan, lo cual implica un claro homenaje que el narrador le rinde a tal gloria de la canción popular peruana. 
Cecilia Barraza con El héroe discreto (2013)
  Don Rigoberto, por su parte, pese a ser un oscuro abogado a punto de jubilarse, sigue siendo un cultísimo lector y melómano, que suele refugiarse en su secreto e individual “espacio de civilización” (su estudio) a hojear sus exquisitos libros de arte y literatura y a oír una refinadísima música; y un incorregible erotómano que preludia sus ayuntamientos con Lucrecia susurrando, entre ambos, disparatas fantasías sexuales. Mientras que Fonchito, con sus 15 años, sigue siendo un rubicundo escuincle con una perspicacia e inteligencia un poco más allá de lo común, con virtudes histriónicas y picarescas teñidas de humor negro, de modo que urde un oscuro juego que trastoca la tranquilidad y la cotidianeidad de sus padres, donde un tal Edilberto Torres, más o menos de la edad de Rigoberto, dizque se le aparece en los lugares más inesperados y cuya presunta omnisciencia y ubicuidad, aunada a supuestas y casi postreras historias sexuales y de autoflagelación quezque le narra al chaval, dan visos de que se trata del mero diablo o de un pedófilo, según colige Rigoberto, quien también llega a pensar en una psicosis. Pero según la psicóloga Augusta Delmira Céspedes, “Fonchito es el niño más normal del mundo”. Y según deduce el inocente y sugestionado padre O’Donovan, se trata de una experiencia espiritual que les sucede a pocas personas, pues dizque el niño sí ve al tal Edilberto Torres y representa para él “todo el sufrimiento humano”.  

Rigoberto confronta los embates, las amenazas y los insultos de los mellizos mientras Ismael Carrera se halla oculto en Europa disfrutando su luna de miel. Pero cuando regresa a Lima después de tres meses, luego de explicarle el secreto plan urdido por él para derrotar y dejar prácticamente sin nada a los torpes y codiciosos mellizos, muere de un infarto casi a los 82 años. Y el día que el testamento se lee en dos partes, Armida, convertida ahora en una elegante viuda, huye con extremo sigilo rumbo a Piura, pues es hermana de Gertrudis, la retaca y silenciosa esposa del flaquito y menudo Felícito Yanaqué, quien se enteró de su existencia días antes de su breve matrimonio.
Cuando Armida arriba a Piura a esconderse en la casa de su hermana y del dueño de Transportes Narihualá, bulle en la ciudad, con amarillista escándalo mediático, el caso de Felícito Yanaqué, pues primero se hizo célebre, reconocido y condecorado por haber enfrentado a la mafia con valentía y dignidad (recibió, por ejemplo, “la medalla de Ciudadano Ejemplar” otorgada por el Rotary Club y “la Sociedad Cívico-Cultural-Deportiva Enrique López Albújar lo declaró El Piurano del Año”) y luego celebérrimo por el hecho de que uno de los malhechores resultó ser nada menos y nada más que uno de sus hijos (el ojiazul y blanquiñoso), conchabado con la querida del transportista, de quien también era amante desde hacía dos años y medio. Y dado que Ismael Carrera era un distinguido empresario en Lima y en el Perú, cuyas exequias convocaron a una rutilante fauna de principales empresarios y políticos del país, al desaparecer la ricachona viuda, el propio ministro del Interior tomó cartas en el asunto para hallarla o rescatarla, pues se piensa que se trata de un secuestro y que los secuestradores reclamarán un rescate. 
No obstante, Armida, la mujer más buscada en el Perú, pasó inadvertida siete días y siete noches oculta en la casa de Felícito Yanaqué, quien por petición de su cuñada, hace venir a Piura a Rigoberto (quien viaja en avión con Lucrecia y Fonchito) para urdir una estrategia ante la ambición y los golpes bajos de los mellizos. 
(Alfaguara, México, 2013)
  La novela no narra las menudencias de tal estrategia ni cómo fue que los mellizos por fin se aplacaron (debió mediar una sustanciosa cantidad y quizá algún peligro o inconveniencia para ellos). Pero la viuda pudo irse a Italia a residir y a disfrutar su fulgurante fortuna, mientras que la muerte de Ismael Carrera liberó a Rigoberto de las demandas judiciales y agilizó su trabada jubilación, preámbulo de su pospuesto viaje a Europa en compañía de Lucrecia y Fonchito.

Y en lo que concierne a Felícito Yanaqué sí se cuentan coloridas minucias sobre cómo el transportista, siempre con entereza y comprensible coraje, urde el modo de poner en su lugar a los mafiosos de la arañita (al siete leches de su ex hijo, encarcelado, le da una buena zarandeada verbal y con furia y litigio le arranca el apellido Yanaqué; mientras que su ex querida, con libertad condicional, la deja con el crédito cortado y de patitas en la calle). 
El curioso y lúdico corolario de todo el embrollo novelístico, que mucho tiene de peliculesco (meollo que cada uno por su cuenta advierten los propios protagonistas Felícito y Rigoberto), además de la lúdica jugarreta de Fonchito con la supuesta, terrorífica, inesperada y fugaz reaparición de Edilberto Torres, es el hecho de que al partir rumbo a Europa, Rigoberto y su familia paralelamente coinciden, en la sala de espera y en el avión, con Felícito Yanaqué y su esposa Gertrudis, quienes también viajan al Viejo Continente, invitados por la viuda Armida, quien los espera en su residencia en Roma, donde llevará a Gertrudis, ahora muy parlanchina, “a la Plaza de San Pedro cuando el Papa salga al balcón”. No extrañaría, entonces, que en ese planificado y culto viaje de 31 días de Rigoberto y los suyos (“Cuatro semanas, una en Madrid, otra en París, otra en Londres y, la última entre Florencia y Roma”), vuelvan a coincidir en la casa que Armida tiene en la capital italiana, pues los ha invitado a un banquete.


Mario Vargas Llosa, El héroe discreto. Alfaguara. México, 2013. 390 pp.

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Presentación de El héroe discreto en la Casa de América en Madrid (septiembre 11 de 2013)


1 comentario:

  1. Me regalaron este libro por Navidad y antes de leerlo no puse buena cara pues de Vargas Llosa solo conocía "Pantaleón y las visitadoras" y en versión cine, pues en versión libro nunca pasé de las primeras páginas.

    Pero un regalo de Navidad te obliga a leerlo para no despreciar la amabilidad de la persona que se preocupó en elegirlo, y así lo estoy haciendo.

    A falta de 30 páginas para el final mi impresión es que Vargas Llosa se pierde en las descripciones y se olvida de ofrecer al lector un buen ritmo de la novela que la haga más amena.

    El autor construye muy bien sus personajes, excesivamente bien (hasta la reiteración) pero se pierde en ellos, y una novela que en 200 páginas hubiera sido muy buena en cerca de 400 se hace pesada.

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