lunes, 1 de agosto de 2016

La vaca



 El yo y los errores

“Escribo para que mis amigos me quieran más”, todos los lectores de hueso colorado saben que dijo Gabriel García Márquez pensando en sus viejos amigos del grupo de Barranquilla. Algo semejante podría decir Augusto Monterroso [Tegucigalpa, diciembre 21 de 1921-México, febrero 7 de 2003]. Y esto lo transluce, más que sus fábulas y cuentos, la manera en que procede en sus divagaciones y ensayos breves, informales, caprichosos y egotistas; por ejemplo, los ensayos de La vaca (Alfaguara, 1998) y los de La palabra mágica (Era, 1983); pero también las entrevistas reunidas en Viaje al centro de la fábula (Martín Casillas, 1982), sus memoriosas páginas de Los buscadores de oro (Alfaguara, 1993) y las de su diario La letra e (Era, 1987); e incluso el infantilismo de sus autorretraTitos, caricaturas, garabatos y viñetas compiladas en Esa fauna (Era/Biblioteca de México/CONACULTA, 1992).
Augusto Monterroso
(Foto: Rogelio Cuéllar)
Augusto Monterroso sabe que es un privilegiado escritor de la jet set de la literatura que se escribe en México y en Latinoamérica: leído, admirado, aplaudido y premiado por el establishment de aquí y acullá. Y como tal recurre a sus viejos clisés: consabidos y legendarios episodios de su biografía y autobiografía, y con ello hace show en primera persona; evoca y platica anécdotas personales como si se tratara de las páginas de su diario, no del íntimo y secreto, sino del público y destinado a matizar la imagen y el abecé de la leyenda y del mito de su yo literario; se exhibe autocomplaciente y no pocas veces envanecido y orgulloso de sí mismo; casi siempre bufonesco y ligero aún cuando aborda las cuestiones más eruditas; siempre seguro de la complicidad y del buen humor de los lectores, sus amigos dispuestos a reírse a quijada batiente y hasta mostrar el punto ge-ge-gé, sobre todo los famas: los escritores de reconocido prestigio, que lo quieren y apapachan cada vez más. 
   
Augusto Monterroso
Autorretrato en La palabra mágica (1983)
      Entre tales pasajes de su legendaria y mítica biografía y autobiografía se hallan, por ejemplo, lo que concierne a la Generación del 40 y a la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes de Guatemala; a la revolución cívico-militar que en octubre de 1944 forzó en Guatemala la caída de Federico Ponce Vaides, sucesor del presidente dictatorial Jorge Ubico (1931-1944); al régimen antioligárquico y antiUnited Fruit Company del militar y político Jacobo Arbenz Guzmán (1951-1954), quien había sido Ministro de la Defensa con el presidente Juan José Arévalo (1945-1951) y Jefe de Estado en la Junta Revolucionaria (1944-1945); al oscuro empleo de Augusto Monterroso en el consulado guatemalteco en México y a su nombramiento, en 1953, de Primer Secretario y Cónsul de la Embajada de Guatemala en La Paz, Bolivia; a su exilio de dos años en Chile y luego en México desde 1956 hasta el presente; a su pobreza en la infancia; a su autodidactismo; a la lectura de los clásicos en la Biblioteca Nacional de Guatemala; a sus inicios y fracasos en el latín y otros idiomas; a sus empleos en la UNAM; a sus viejos y entrañables amigos escritores (todos vedettes en la cresta de la ola mediática); a su apoyo moral a la dizque “Cuba indoblegable” del dictador Fidel Castro y a la otrora “esperanza de la Nicaragua Sandinista”; a sus mil y una fobias y al hábito de presentarse inseguro y timorato durante el autopublicitario show público (con tal de venderle una piel de foca canadiense a una foca canadiense); a su facilidad para los chistes literarios y para las burlas y bromas ingeniosas y sarcásticas; y etcétera, etcétera.


(Alfaguara, México, 1998)
La vaca también es un libro misceláneo. Aunque Augusto Monterroso no lo precisa, se advierte que los ensayos fueron escritos en distintos tiempos y para diferentes circunstancias. Está allí, por ejemplo, el discurso leído en Guadalajara al recibir, en 1996, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”. Pero también un texto sobre Erasmo de Rotterdam y otro sobre Tomás Moro, ambos signados por lo apócrifo e imaginario.
 
Augusto Monterroso
(1921-2003)

Foto de Arenas Betancourt que ilustra la tapa de su libro
Monterroso por él mismo (Alfaguara/CNCA, 2003)
        En un pasaje de su ensayo “Yo sé quién soy”, Augusto Monterroso se pregunta: “¿Cómo resistir la tentación, pues, de señalar un punto en apariencia equivocado o, inclusive, hipócritamente, de defenderlo, en la obra de un mero colega?”. Casi como si refrendara aquello que dijo alguna vez: “La buena narrativa tiende por lo general a la sátira. En el fondo de todo buen novelista o cuentista hay alguien con un látigo; cuando no es así la gente se aburre.” En este sentido, si los peores instantes de La vaca ocurren cuando Tito Monterroso se torna simple, autocomplaciente, facilón, sentimental, pontífice o apologista y retórico en exceso (la “Memoria de Luis Cardoza y Aragón”, por ejemplo), los mejores momentos son aquellos donde el dizque modesto, inseguro y temeroso saca de su arsenal el filoso bisturí y se vuelve un crítico sagaz (azote y terror de los escritores) y no deja títere con cabeza. 
 
Augusto Monterroso
Autorretrato en Esa fauna (1992)
        En el citado “Yo sé quien soy”, por ejemplo, al volver a su lectura de El loro de Flaubert de Julian Barnes, se ríe y se da gusto al exhibir y refutar “un posible error del propio Barnes” donde éste sostiene que la famosa frase de Flaubert: Madame Bovary c’est moi es una alusión a la respuesta que dio Cervantes cuando en su lecho de muerte le preguntaron por el origen de su famoso personaje.” 
   
La metamorfosis
Caricatura de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)
        Algo semejante le ocurre y hace en “La metamorfosis de Gregor Mendel”, cuando al aludir su lectura de un libro de “la señorita Christine Ammer”, destaca que allí se dice sobre la cucaracha: “Una peste doméstica en el mundo entero, la humilde cucaracha fue hecha famosa por dos escritores del siglo veinte de posición muy distinta. El escritor checo Franz Kafka transformó a Gregor Mendel, protagonista de su novela La metamorfosis, en una cucaracha desde el comienzo de su relato, quien a partir de ahí vio el mundo desde esa perspectiva sombría y angustiosa.” Jocosa barrabasada (remember que Gregorio Samsa es el protagonista de La metamorfosis y que Gregor Johann Mendel es el célebre monje agustino y botánico del siglo XIX cuyas investigaciones fundamentaron las leyes de la herencia) que incita a Monterroso a sacar de la chistera y de su colección de errores el hecho de que Mario Vargas Llosa, en “El cuento oral y popular”, artículo publicado en El país, el diario español, citó “El dinosaurio”, su minúscula fábula, de la manera siguiente: “No quiero terminar estas líneas sin recordar el maravilloso cuento brevísimo de Augusto Monterroso: ‘Cuando despertó, el unicornio todavía estaba allí’.” Mientras que Carlos Fuentes (cita Tito Monterroso) en Valiente Mundo Nuevo, lo hizo así: “Entre los dos [Scheherezada y Oliveira], para salvarse de la muerte común que les acecha, de esa vida que se ‘agazapa como una bestia de interminable lomo para la caricia (Lezama), de ese cocodrilo que al despertar sigue allí, según la breve ficción de Augusto Monterroso, inventan esta novela y la ofrecen al mundo desnuda, desamparada, la materia de múltiples lecturas, no sólo una: un texto que puede leerse de mil maneras.’”
 
El dinosaurio
Caricatura de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)
          Más o menos en el mismo humorístico tenor, en “Encuestas”, al citar el póstumo título Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso se detiene en el prólogo a Las venturas y desventuras de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe, con el fin de enseñarle a todo el mundo lector (y no lector) un visible “error gratuito” de Borges el memorioso cuando éste anota: “que yo recuerde, no llueve una sola vez en todo el Quijote.” Y enseguida Monterroso afirma que “en el Quijote sí llueve” y lo precisa con pelos y señales; cosa que puede hacer con los ojos cerrados, al derecho y al revés, por arriba y por abajo, dando saltos de tigre o haciéndose el funámbulo que nada de a muertito, pues ha sido un legendario y ferviente lector de Miguel de Cervantes e incluso (el mismo modesto Monterroso lo recuerda) ha dado cursos sobre su obra, lo cual se deja entrever en el ensayo donde reseña El diario de una duquesa, novela de Robin Chapman, y en la citada objeción que le hace a El loro de Flaubert de Julian Barnes.

   
Miguel de Cervantes
Caricatura de Augusto Monterroso
en Esa fauna (1992)
       Quizá “El otro aleph” es el mejor ensayo que Tito Monterroso reunió en La vaca; allí, entre sus infalibles anécdotas y memorias personales, da amena y erudita noticia de cómo descubrió y dónde se halla un “descomunal aleph” nada menos que en “La Araucana”, el poema épico de Alonso de Ercilla y Zúñiga; pero además remite a otros alephs, localizables y ahora visibles a través de distintas fragmentos. Allí, entre otras cosas, Augusto Monterroso aplica su trituradora crítica y hace polvo las afirmaciones que el uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) asentó en su nota 51 del Ficcionario (FCE, 1985), su anotada antología de la obra de Borges, relativa al argumento de “El Aleph” y sus supuestos vínculos con la Divina Comedia y con el nombre de Dante Alighieri. 
Augusto Monterroso
Autorretrato en Esa fauna (1992)
     Pero lo que resulta el prietito o el notorio frijol en la sopa de letras es el hecho de que dándose vida destripando errores, el duende le haya colocado un yerro en la fecha de nacimiento de Ercilla, pues en “El otro aleph”, precisamente en la página 85, dice que nació “en Madrid en 1553”, pero fue veinte años antes, el 7 de agosto de 1533. Lo cual, además, resulta absurdo y risible ante lo que argumenta, pues líneas abajo apunta sobre su índole aventurera y de azaroso viajante: “El sino viajero que marcará su vida lo llevará en 1555 a cruzar el Atlántico camino del Perú, de donde pasa pronto a Chile. De aquí vuelve desterrado, después de estar unos meses preso por sus actitudes levantiscas y pendencieras, al Perú, en situación económica angustiosa. En 1563 regresa a España. De sus más de siete años en aquella región de América, gastó uno y medio en la guerra de reconquista contra los araucanos, a quienes en ese lapso aprendió a matar, a admirar, y quizás a amar.
Colón
Dibujo de Augusto Monterroso en Esa fauna (1992)


Augusto Monterroso, La vaca. Alfaguara. México, 1998. 136 pp.

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